Revista Religión
LEA: Santiago 4:6-17 | En la antigua Roma, cuando un general regresaba victorioso de una batalla, se organizaba un desfile para dar la bienvenida al conquistador. Desfilaban las tropas del general y los cautivos, estos últimos llevados a manera de trofeo y como prueba del triunfo. Mientras recorrían la ciudad, las multitudes vitoreaban el éxito de su héroe.
Para evitar que el ego del general aumentara en forma desmedida, un esclavo lo acompañaba en su carruaje. ¿Por qué? De ese modo, mientras las multitudes romanas elogiaban al general, el esclavo le susurraba permanentemente al oído: «Tú también eres mortal».
Cuando triunfamos, nosotros también podemos perder de vista nuestra fragilidad y permitir que se nos llene el corazón de un orgullo destructivo. Santiago nos advirtió del peligro de la soberbia, al indicarnos que persigamos la humildad y busquemos al Señor: «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes» (Santiago 4:6). La clave para esta declaración es la gracia. ¡No hay nada más maravilloso! Solamente el Señor merece gratitud y alabanza… en especial, por la gracia que ha derramado abundantemente sobre nosotros.
Nuestros logros, triunfos y honores no se generan en nosotros mismos, sino que son producto de la gracia incomparable de Dios, de la cual dependemos eternamente.
La gracia de Dios es el amor infinito expresado a través de una bondad sin límites.
(Nuestro Pan Diario)