La batalla de Hattin fue una gran victoria Saladino, quien utilizo sus fuerzas, más rápidas y ligeras, con gran provecho. Le ayudó en gran medida su enemigo, el rey Guy, quien decidió hacer marchar a unos soldados fuertemente blindados a través de una región sin agua en la época más calurosa del año.
Datos de la batalla de Hattin
Quiénes: Fuerzas cruzadas en número de unos 32.000 hombres bajo el mando del rey Guy de Jerusalén (reinó entre 1186-1192) contra un ejército turco seljúcida de 50.000 hombres bajo el mando de Saladino.
Cómo: Agobiados hasta el agotamiento por los turcos, más ligeros, los cruzados fueron rodeados y finalmente aplastados.
Dónde: Los Cuernos de Hattin (Galilea).
Cuando: Junio de 1187.
Por qué: La fuerza cruzada marchaba en auxilio de un fuerte y fue interceptada por el ejército de Saladino.
Resultado: La fuerza cruzada fue prácticamente aniquilada.
Antecedentes
Las cruzadas enfrentaron entre sí a dos sistemas militares muy diferentes. Del lado cristiano, el arma decisiva era la caballería fuertemente blindada, que podía hacer pedazos una formación enemiga y perseguir a los restos dispersos, siempre que hiciera contacto. Esta estaba apoyada por la infantería (lanceros y ballesteros), que no era muy valorada por sus superiores sociales entre la caballería. El estilo de lucha de los cristianos era indisciplinado y mal coordinado, aunque agresivo y valeroso.
La milicia musulmana, mas ligera, mas móvil y bien entrenada, contenía en su mayor parte tropas mas ligeras, era mis disciplinada y estaba mejor organizada. Su componente de caballería estaba compuesto principalmente por áscaris de Egipto y Siria, blindados con malla y armados con arcos, lanzas y escudos. Eran consumados escaramuzadores, así como luchadores cuerpo a cuerpo, y bien versados en las tácticas del ataque relámpago. La caballería de áscaris constaba de soldados regulares pagados, y estaba apoyada por una caballería irregular procedente de los grupos beduinos, kurdos y turcos locales. La fuerza sarracena tenía también un gran componente de infantería, arqueros o lanceros, que llevaban escudo. Además tenían la ventaja de un mando unificado, mientras que loo cruzados venían de toda Europa y respondían ante muchos líderes rivales y hablaban idiomas diferentes.
Las cruzadas
Las cruzadas se originaron como consecuencia de la derrota del Imperio bizantino por los turcos seljúcidas o sarracenos. Esto dio lugar a que los lugares santos cristianos quedaran entonces en poder de los musulmanes (para quienes muchas de las mismas áreas eran sagradas). Esto ofendía a los dirigentes cristianos de Occidente, y el papa Urbano II convocó una cruzada para tomar el control de estos lugares. Se iniciaron entonces varias cruzadas con expediciones menores intercaladas. Algunas fueron inspiradas verdaderamente por el fervor religioso, y otras eran poco más que incursiones de pillaje. La mayoría de ellas se situaban entre estos extremos: por muy santos que fueran sus motivos, pocos cruzados se resistían a enriquecerse si se presentaba la ocasión.
Estas expediciones armadas para capturar regiones de Tierra Santa enfrentaron a los cruzados con los entonces señores de la región, y se iniciaron una serie de guerras esporádicas. A veces los cruzados eran lo bastante fuertes como para ocupar reinos en Tierra Santa, y otras veces su presencia quedaba casi eliminada. En diversas ocasiones se firmaron tratados y acuerdos; no obstante, la naturaleza desorganizada de los cruzados hacía improsible que ningún acuerdo durase. Tan pronto como un grupo negociaba un trato, llegaba alguien más y removía las cosas de nuevo. El conflicto era inevitable, aun cuando los implicados intentaran cumplir sus acuerdos. La batalla de Hattin fue consecuencia de uno de estos tratados incumplidos. En 1186 el dirigente cruzado Reinaldo de Chatillón asaltó una caravana y capturó una cantidad importante de botín y prisioneros. El dirigente de la cruzada en esa época, el rey Guy de Jerusalén, ordenó la devolución del botín y de los prisioneros. Saladino, líder de los turcos de la región, hizo una reclamación similar. Reinaldo se negó. Así que Saladino declaró la guerra a los cruzados y empezó a reunir sus fuerzas.
Una derrota fortuita
CruzadosUna fuerza sarracena de uno 6.500 hombres fue enviada a descubrir todo lo posible acerca de las fuerzas, disposición e intenciones de los cruzados. Logró algo más que esto, aunque, principalmente gracias a una combinación de buena suerte y de la estupidez de los cruzados.
Las Órdenes del Temple y del Hospital (los caballeros templarios y los caballeros hospitalarios) eran importantes y poderosos entre los cruzados y en esa época los grandes maestres de ambas Órdenes estaban en campaña con solo 140 caballeros y 350 soldados de infantería entre los dos. Se encontraban allí para resolver una disputa entre el rey Guy y el conde Raimundo de Trípoli; sin embargo, pronto decidieron partir en busca de la fuerza sarracena.
Los sarracenos estaban en Kishon, y los grandes maestres decidieron atacarlos. Superados en número, dejaron atrás su infantería y se lanzaron al ataque: 140 hombres contra 6.500. Solo sobrevivieron tres hombres, entre ellos el gran maestre de los caballeros templarios. La fuerza de reconocimiento sarracena continuó con su misión de obtener información. La guarnición cristiana de Nazaret fue aplastada y destruida.
Entre tanto, los cruzados trataban de organizarse. Aunque Reinaldo había traicionado la tregua y había enviado a los cruzados unilateralmente a la guerra, sus compañeros se mantuvieron a su lado. Probablemente, decidieron que no tenían otra opción: Saladino había declarado la guerra a todos los cruzados, no solo a la gente de Reinaldo, así que tendrían que permanecer juntos o ser derrotados individualmente.
Cualquiera que fuese su motivación, los cruzados decidieron reunirse en Acre, y unos 2.000 caballeros se dirigieron allí. Lo que quedaba de los hospitalarios y de los templarios se unió a la hueste, unos 40 y 80 hombres respectivamente, junto con 650-750 caballeros de los diversos reinos cruzados. El resto de las fuerzas de los cruzados estaba formado por caballeros mercenarios u oportunistas que buscaban fortuna en Tierra Santa. Por supuesto, eran guerreros profesionales, pero menos fiables que los que debían lealtad a los comandantes cruzados. Los apoyaban unas 4.000 unidades de caballería ligera turcople (guerreros locales que se habían convertido al cristianismo) y unas 32.000 de infantería.
Con el ejército cruzado estaba la Vera Cruz, supuestamente la misma cruz en la que Cristo había sido crucificado. Su presencia inspiraba a los hombres más devotos entre la fuerza cristiana. Un ejército que marchaba tras la Cruz era, según se afirmaba, invencible. Tal vez un exceso de confianza en las reliquias y en el poder divino fuera una de las razones de la imprudente estrategia empleada por los cruzados.
Impaciencia de los cruzados
Los sarracenos amenazaban el fuerte de Tiberíades, ocupado por la esposa del conde Raimundo. El castillo estaba bien defendido, y, aunque la población cercana fue saqueada, Raimundo sabía que su castillo y su esposa estaban seguros por el momento. Los cristianos podían permitirse cierta calma, y de hecho podrían ser capaces de obligar al enemigo a venir hacia ellos, y cansarse por el camino.
Por desgracia, el prudente consejo de Raimundo fue pasado por alto. El rey Guy estaba decidido a entablar batalla con los sarracenos y derrotarlos lo antes posible. El ejército cristiano había acampado en Seforia, unos 10 km antes de Tiberíades. La ruta más directa hacia el enemigo era a través de la llanura de Toran, carente de agua. Intentar la marcha de un ejército con miles de caballos y decenas de miles de hombres con armadura pesada a través de una región tan árida era una locura. Hacerlo frente a un enemigo a la espera era estúpido y suicida; no obstante, Guy decidió continuar.
El rey Guy se vio muy influido en su decisión por Reinaldo de Chatillón y por Gerardo de Ridefort, quienes le instaron a abandonar la prudencia y atacar como un buen caballero cristiano. La única concesión de Guy a la supervivencia fue avanzar por el wadi Hamman, donde tal vez habría agua, aunque no fuera la ruta más directa. No obstante, los exploradores de Saladino le comunicaron este movimiento a tiempo para contrarrestarlo. La suerte de los cruzados estaba echada.
A medida que los cruzados avanzaban por el wadi, la guardia avanzaba, bajo el mando de Raimundo, y la retaguardia fueron atacadas al tiempo por escaramuzas de musulmanes en rápido movimiento. Los únicos soldados capaces de rechazar estos ataques eran los turcoples, cuyo equipo era lo bastante ligero para permitir contraataques rápidos. Los sarracenos se concentraron, por tanto, en destruir a los turcoples, lo cual expondría después al resto de las fuerzas de los cruzados a la destrucción cuando les viniera bien.
A medida que los turcoples eran rechazados o destruidos, la columna de cruzados ya no tenía ninguna respuesta contra las escaramuzas de los sarracenos, excepto la de mantener a los valiosos caballeros y sus caballos dentro de una pantalla defensiva de infantería. A 2 km para el campo de batalla previsto, la columna se detuvo y se preparó para acampar. No había agua, pero los soldados se encontraban demasiado cansados para continuar. Entre el calor y los constantes ataques y escaramuzas, la poderosa columna había sido roída hasta la muerte. La retaguardia, en especial, estaba en muy mal estado.
Tras pasar la noche acampando sin agua, el ejército cruzado se hallaba en una situación desesperada al día siguiente. No había posibilidad de retroceder, cruzando ese yermo con escaramuzas montadas que acechaban a cada paso. El objetivo estaba solo unos kilómetros por delante, y obtener agua era ahora una necesidad crítica. La única opción era continuar.
La fuerza cruzada se armó de resolución y partió por la mañana temprano, avanzando para tratar de llegar a la fuente de agua más próxima, que se hallaba en el poblado de Manescalia. Los agotados soldados fueron detenidos bastante antes de su objetivo por las fuerzas musulmanas, que habían recibido suministros mediante reatas de camellos durante la noche y se encontraban en buena forma para luchar.
Se inicia la batalla de Hattin
De acuerdo con el antiguo principio de no presentar batalla hasta no haberla ganado, Saladino dejó que su enemigo se agotara, se cortara su propia retirada y avanzara dando traspiés hasta detenerse de forma desorganizada ante una oposición relativamente escasa. Y aún así, Saladino no se lanzó a una carga decisiva, inteligente y paciente, no necesitaba resultados espectaculares para saber que había ganado. Se conformaría con obtener calladamente lo que deseaba a un precio más bajo, y siempre tenía presente la situación estratégica a largo plazo.
Las fuerzas de Saladino avanzaron en formación de media luna, pero se detuvieron antes de tomar contacto. Arrojaron una lluvia de flechas sobre la exhausta y desorganizada fuerza cruzada. Esto planteó a los cruzados un terrible dilema.
Podían desencadenar su famosa carga de caballería, que, debilitada como estaba, seguía poseyendo una tremenda capacidad de ataque. No obstante, era probable que la carga se perdiera en el vacío, al desaparecer los sarracenos sin dejar de disparar. Por otro lado, los cruzados podían no hacer nada y ser abatidos ininterrumpidamente. Entre tanto, su resistencia iba siendo mermada por el calor y la sed, y por las flechas arrojadas deliberadamente a las monturas de los caballeros para quitar a los cruzados su principal fuerza de ataque.
La apurada infantería, desesperadamente sedienta, con el desierto a la espalda y completamente harta de no ser más que una diana ambulante de tiro con arco, intentó forzar la marcha hasta el mar de Galilea, que se divisaba a poca distancia. La turba desorganizada que había sido la infantería cruzada fue incapaz de abrirse camino hasta las costas del mar, y fue rechazada por elementos de la fuerza musulmana. La infantería se refugió en las laderas de la más oriental de dos colinas próximas, llamadas los Cuernos de Hattin. Allí se quedaron, desafiando o desoyendo las órdenes, ruegos y exigencias de reiniciar la batalla. La mayoría de ellos fueron masacrados después de la batalla propiamente dicha. El resto fue vendido como esclavos por sus captores.
Los caballeros atacan
Ahora no había más opción que atacar y tratar de abrirse camino a través de la fuerza musulmana. Raimundo, con unos 200 caballeros de la vanguardia, recibió orden de avanzar y realizó su noble, aunque desastroso, ataque al enemigo.
Como había ocurrido muchas veces antes, los sarracenos rehusaron recibir la carga de los cruzados y se apartaron de su camino, disparando a los caballeros desde los flancos y por la espalda cuando pasaban. Raimundo fue herido en tres lugares sin haber sido capaz de tomar contacto con el enemigo. Sus debilitados caballos estaban reventados y no había perspectivas de conseguir nada más que una muerte bastante ignominiosa, por lo que Raimundo condujo lo que quedaba de su fuerza fuera de la trampa mortal y se dirigió a Tiro. Saladino pareció contentarse con dejarle ir.
El resto de los caballeros cruzados lanzaron también cargas contra las fuerzas sarracenas. El resultado fue muy similar; la fuerza musulmana, muy móvil, evadía las torpes cargas y derribaban a los caballeros y a sus caballos, aproximándose para separar pequeños contingentes que pudieran ser aplastados.
Algunos de los caballeros, unos 300, pudieron liberarse y llegar a Acre. Los demás fueron empujados gradualmente hasta el Cuerno de Hattin occidental, donde no estaban mejor que la infantería en el oriental. El rey Guy hizo plantar su tienda en la colina y la convirtió en el centro de la posición defensiva.
Saladino ya había ganado, aunque los acorralados cruzados todavía podían infligir fuertes bajas a sus fuerzas si decidía cargar y buscar un final espectacular. En cambio, se contentó con contener a los cruzados en su refugio sin agua y destruirlos lentamente con sus arcos.
Los cruzados defendieron el área en torno a la tienda del rey mientras pudieron, lanzando débiles y frustrados contraataques que no tenían ninguna probabilidad de éxito. Aun cuando los sarracenos prendieron fuego a la maleza, atormentando a los sedientos cruzados con el humo además de todos los demás sufrimientos, los caballeros aguantaron lo mejor que pudieron.
No obstante, su resistencia se agotó finalmente y la tienda del rey fue tomada. Los supervivientes se rindieron, entre ellos el rey Guy, Reinaldo y Gerardo, así como unos 150 caballeros. Los sarracenos tomaron tantos prisioneros que no encontraban cuerdas suficientes para atarlos a todos.
Victoria de Saladino
Saladino hizo ejecutar a sus enemigos más implacables: Reinaldo y todos los caballeros templarios u hospitalarios que pudo encontrar. También masacró a los turcoples supervivientes, a quienes sus compatriotas consideraban unos traidores. Miles de soldados cruzados fueron vendidos como esclavos, inundando el mercado de tal manera que el precio descendió considerablemente. No obstante, Saladino mostró cierta clemencia. Perdonó al rey Guy, así como a la esposa de Raimundo. Esta tuvo que rendir el castillo, pero se le permitió partir ilesa. Guy fue liberado tras el pago de lo que fue literalmente un rescate regio. La victoria de Saladino en Hattin se debió en parte a fallos de logística, de planeamiento y de sentido común entre los cruzados, aunque también debió mucho a la paciencia y astucia del propio Saladino. Uno de los grandes axiomas militares dice: «No interrumpas al enemigo cuando está cometiendo un error» y Saladino era lo bastante inteligente para dejar que sus enemigos se equivocaran antes de considerar siquiera entablar batalla. Cuando llegó a combatir, lo hizo con buena táctica y una logística sólida: una potente combinación en cualquier campo de batalla.
Saladino y Lord GuySecuelas
Hattin fue el principio del fin para los cruzados. Se emprenderían más cruzadas y se lograrían más éxitos, pero los días de los grandes reinos cruzados prácticamente habían terminado. Unos 30 castillos cruzadas cayeron antes de un año, y Jerusalén se rindió a Saladino, además de las 11 ciudades puestas bajo el control de Saladino como rescate del rey Guy.
Las luchas por Tierra Santa continuarían, por supuesto; sin embargo, en Hattin los cruzados perdieron todas sus ventajas, y tal vez sus posibilidades de vencer a largo plazo.