Una revuelta, encabezada por el príncipe sirio había logrado el consenso de otros príncipes vecinos. Juntos decidieron que esta podría ser la oportunidad para liberarse del sometimiento egipcio y dejar de rendir tributo al joven faraón. De este modo se conformó lo que se dio en llamar la coalición cananea y, como no hubo una reacción oportuna por parte de Egipto, los rebeldes encabezados por el príncipe Qadesh planearon no sólo dejar de pagar tributos, sino además, avanzar sobre Egipto para tomar y destruir definitivamente a su histórico opresor.
Cuando Tutmosis III se hizo cargo del gobierno tenía 20 años de edad. Entonces debió abandonar sus tareas rurales para asumir el poder. La prioridad fue la de reprimir las revueltas de la coalición cananea y recuperar los territorios independizados. Si bien como heredero había tenido una educación acorde a su rango y una cierta formación militar, nunca había participado en ninguna guerra; sus experiencias se limitaban al estudio y el cultivo de sus tierras con un relativo conocimiento de las actividades políticas de su antecesora, ya que Egipto había vivido un largo periodo de estabilidad y paz.
La amenaza de los rebeldes encabezados por Qadesh y 150 príncipes aliados, se concentró en aprovechar la inexperta juventud del nuevo faraón y atacar Egipto para conseguir las independencias locales, con la destrucción total del antiguo reinado de la dinastía Tutmosis. Ante esta perspectiva y para sorpresa de muchos, el joven heredero aceptó enfrentar y desarticular las rebeliones para conseguir la continuidad de los vasallajes. La firme determinación de frenar las rebeliones y el inminente ataque por parte de los insurrectos, obligaron a Tutmosis III tener que definirse a favor de una rápida movilización militar.
Sin haber participado en combate alguno, Tutmosis debió ponerse al frente de su ejército, conformado por experimentados oficiales nubios al servicio de Egipto. Si bien éstos eran valientes y admirados oficiales, carecían en cambio, de suficiente cantidad de soldados para conformar un ejército profesional capaz de enfrentar a los rebeldes. Para subsanarlo debieron reclutar e instruir a conscriptos incorporados entre los campesinos más jóvenes y fuertes. Durante unos meses los reclutas fueron instruidos y preparadas las armas para combatir a los insurrectos que se disponían para atacar a Egipto desde las fronteras de Siria.
Movilizar ese ejército, según el relato encontrado en un papiro de la época, consistió en disponer diariamente de 14 toneladas de granos y 15 mil litros de agua, más el alimento para los caballos de los carros de combate, pertrechos de guerra y de enfermería. Esto da una muestra de los insumos que debían movilizarse para realizar en aquellos años, una campaña militar en el desierto.
Precisamente en esta histórica batalla se inauguraron diversas técnicas y elementos que habrían de repetirse y perfeccionarse a lo largo de la historia. Una de ellas ha sido el estreno del arco compuesto, un arma desarrollada para los oficiales que aún hoy, supera al arco simple por tener mayor poder de alcance al lanzar las flechas, las que, para los arqueros profesionales se confeccionaban con la punta de marfil tallado. Otra novedad fue la de llevar por primera vez un registro escrito del devenir de los hechos.
Debe tenerse en cuenta que en esa época, eran frecuentes los torpes y sangrientos combates a matar o morir, sin ningún tipo de planeamiento estudiado con rigor militar, sino basados en la astucia natural del cabecilla y la brutalidad de los combatientes.
Cuando las condiciones de capacitación y suministros estuvieron listas, el faraón y su ejército iniciaron la marcha hacia Megiddo, donde se encontraba el enemigo. La táctica decidida fue la de no esperar la agresión y defenderse, sino atacar con rapidez y sorprender a las tropas rebeldes de Qadesh en sus propias bases antes de que se movilicen.
Después de tres semanas de marcha a través del tórrido desierto, las tropas bajo el mando del faraón, acamparon a unos 50 km antes de arribar a Megiddo, una importante ciudad enclavada en el Valle de Jezreel, tras el Monte Carmelo y el Mediterráneo, estratégico paso de control en la ruta que une Egipto y Mesopotamia, donde aún permanecían las huestes del príncipe Qadesh, demoradas en sus preparativos para marchar contra Egipto.
El plan que Tutmosis III propuso a sus oficiales, quedó inscripto en los bajorrelieves donde se rinde culto al faraón y aún se conservan en las ruinas del antiguo templo de Karnak
Según esos registros en jeroglíficos, cuentan que Tutmosis III partió de Tebas con un ejército de aproximadamente 10.000 hombres con destino a la fortaleza fronteriza de Tharu, situada a unos 800 kilómetros de distancia, debiendo arribar antes de que la coalición siria-cananea se adelante a invadir tierras egipcias. Tutmosis sabía por sus espías, que los rebeldes se encontraban concentrados en la ciudad siria de Megiddo, cuna del foco subversivo bajo las órdenes de Qadesh y los 150 príncipes rebeldes con sus tropas.
Según los relatos que aún se conservan esculpidos en las ruinas del Templo de Karnak, confeccionados por el escriba Tjeneni -convertido en el primer corresponsal de guerra en la historia de los reporteros- se pudo reconstruir esta batalla.
Cuenta el escriba Tjeneni, que el ejército de Tutmosis III, partió hacia Siria atravesando unos 300 km de desierto para llegar tres semanas después a la región de Tehem, hoy conocida como la Franja de Gaza. Acamparon a unos 50 km antes de la ciudad de Megiddo, donde Tutmosis comenzó a pergeñar el plan de ataque junto con sus jefes militares nubios. Tenía tres caminos posibles para alcanzar Megiddo y sorprender a Qadesh y sus aliados. Comprendió que el factor sorpresa seguía siendo clave, para lo cual debía avanzar con presteza y caerles de un solo golpe.
Uno de los posibles puntos de ataque era avanzar por el camino de Yokneam al Norte del Monte Carmelo; el otro era por el Sur, a través de Taanakh para entrar a Megiddo por el Sureste. Estas dos rutas resultaban ser las más seguras pero también las más largas, porque sorteaban la cadena de macizos y barrancos aledaños al Monte Carmelo. Un tercer camino se abría a través del estrecho paso de Aruna. Si bien éste resultaba ser el trayecto más corto, también se tornaba en el más peligroso, debido a que, tras largas horas de marcha a través de estrechos desfiladeros, su ejército podría quedar expuesto a emboscadas.
Tutmosis dedujo que si tomaba cualquiera de los caminos más seguros, Qadesh habría de pensar que el faraón era temeroso y, por lo tanto, estaría esperándolo en cualquiera de esos dos extremos. Aun contra las opiniones de sus jefes -expertos en el arte de la guerra-, Tutmosis decidió que avanzarían por el Camino de Horus, precisamente a través de los estrechos desfiladeros, no solo para arribar más pronto, sino para demostrarle a sus rivales que él no le temía al peligro y estaba dispuesto a presentar batalla lo más pronto posible.
Las dudas y recelos entre los egipcios de ese tiempo, incluyendo al mismo faraón, estaban en las creencias religiosas que suponían que morir lejos de su tierra natal, les impediría ser sepultados y por lo tanto no podrían alcanzar la vida eterna; de este modo, si morían en combate estarían condenados a sufrir una segunda muerte y más deshonrosa aún. No obstante, sus hombres como fieles siervos, aceptaron obedecer y seguir a su faraón, quien para elevar el espíritu y la confianza de sus hombres, siempre marchó a la cabeza del ejército.
Ra y alabado por su padre Amón, habría de enfrentar el desafío del peor camino, no solo para sorprender al contrario que seguramente no lo esperaría por ese lugar, sino que habría de demostrar a sus enemigos y a sus propios soldados que el rey no le teme al peligro por más escabroso que sea. Evidentemente este acto de seguridad, hizo que sus súbditos acataran la orden y se sumaran a su optimismo en el triunfo.
Durante casi doce horas, los 10.000 hombres de Tutmosis III atravesaron los sinuosos senderos de Aruna, marchando en fila india y en silencio. En estado de alerta permanente para evitar un ataque sorpresivo desde las alturas de las montañas o desde las enormes rocas que bordean los rústicos senderos. Al llegar al pueblo de Aruna, los egipcios derrotaron fácilmente a los escasos ocupantes y tomaron la plaza mientras algunos pudieron escapar para prevenir a Qadesh que sin esperarlos por ese lugar, había dividido a sus tropas en destacamentos esparcidos en los caminos del norte y del sur.
Tal como lo supuso el faraón, el príncipe Qadesh no esperaba el avance por Aruna y había desguarnecido esa ruta para fortalecer las otras dos posibles. Cuando quiso reagrupar a sus fuerzas ya era demasiado tarde. Las tropas de Tutmosis III finalmente arribaron a las cercanías de Megiddo el 15 de mayo de 1450 a.C. y los tomaron por sorpresa, entablando un sangriento combate cuerpo a cuerpo, que se libró a escasa distancia de las murallas de la ciudad.
La victoria favoreció a las tropas del faraón. Sus soldados, ávidos de tomar lo que les pudiera corresponder como "botín de guerra" cometieron el error de demorarse en el avance y perdieron mucho tiempo recolectando pertrechos y apoderándose de los objetos pertenecientes a los muertos en el combate. Esto le dio tiempo a Qadesh y a los sobrevivientes que lo acompañaban, para resguardarse en las fortalezas de la ciudad, desde donde comenzaron a defenderse complicando la victoria final.
Este comportamiento imprevisto impidió que el faraón pudiera lograr la toma de un solo golpe como lo tenía planeado. Por lo tanto, sin poder terminar la campaña, se vio obligado a modificar los planes y desplazar a su gente para sitiar la ciudad de Megiddo durante un tiempo no previsto. Debió acampar siete meses sitiando la fortaleza antes de conseguir la rendición final de los insurgentes. Un lapso que afectó el pronto regreso a Egipto y aumentó considerablemente el presupuesto que se había planeado para abastecimientos alimentarios y sanitarios de hombres y animales.
Un detalle encontrado en un papiro escrito por Tjeneni describe lo que sería el primer manual de enfermería de campaña. En ese tiempo los egipcios tenían instrucciones de cómo debían tratarse las heridas de combate. Si bien hasta esa ocasión no se hacían registros de muertos o heridos, sí se indica por primera vez en esta ocasión, un recuento de muertos, y de qué modo se trataron las heridas superficiales. Enseña que se las debía curar con compresas de carne cruda para que los agentes coagulantes ayuden a frenar hemorragias.
Las quemaduras debían ser asistidas con una mezcla de goma, pelo de carnero y leche de mujer en lactancia. Las heridas cortantes se cauterizaban por medio de un metal candente. No obstante, casi todos los heridos graves habrían de morir a los pocos días por infecciones generalizadas.
Después de los siete meses de asedio, los habitantes de Megiddo, hambreados y enfermos, decidieron rendirse al faraón. Los príncipes vencidos ofrecieron a sus hijos como garantía de sometimiento. Los niños y jóvenes rehenes fueron trasladados a Egipto bajo la intimidación de ser ejecutados en caso de que cualquiera de los príncipes viole la promesa de sumisión. Después de unos años, en la adultez, varios de esos prisioneros habrían de convertirse en gobernantes de sus propias ciudades, renacidas bajo el nuevo imperio egipcio que llegó a expandirse y contenerlos dentro de sus límites fronterizos.
Gracias al escriba Tjeneni, por primera vez en la historia de las guerras habría de quedar un registro de los objetos capturados por los egipcios en Megiddo.
La lista enumera: 340 prisioneros vivos y 83 manos (hay que tener en cuenta que las manos amputadas de sus enemigos eran considerados valiosos trofeos de guerra por los antiguos egipcios). Se listan 2.041 yeguas, 191 potros y 6 sementales. Un carro con varas de oro, otro carro de oro perteneciente al príncipe de Megiddo, 892 carros pertenecientes al ejército de la coalición; una armadura de bronce perteneciente al príncipe de Megiddo; 200 armaduras militares; 502 arcos; 7 varas de madera trabajadas con plata; 1.929 cabezas de ganado grande y 2.000 de ganado pequeño; además 20.500 ovejas. Como podrá evaluarse, en este primitivo listado queda reflejada la miseria por la que se podían truncar miles de vidas en una guerra, aunque en este caso, se anteponía el concepto de libertad y el no sometimiento de los pueblos pequeños al avasallante imperio opresor, que necesitaba ejemplificar con la muerte, a todo tipo de acto revolucionario.
Tutmosis III regresó a Tebas como el gran triunfador. Sus campañas siguieron hasta tomar las ciudades de Hamah, Homs y Alepo que cayeron bajo la fuerza de sus ejércitos. Con la reconquista del importante reino de Karkemish, que había sido dominado por su abuelo, los ejércitos de Tutmosis III prosiguieron con sus conquistas hasta las márgenes del Éufrates, posicionándose en un punto estratégico y favorable para el comercio. De este modo, el faraón fue afianzando su poder y poniendo a las ciudades bajo el gobierno de Egipto, llegando a Chipre y las costas de Cilicia. Consolidado el poder en Nubia, se expandió hasta la tercera catarata del Nilo.
El reinado de Tutmosis III dejó como testimonio su genio militar y su temperamento para el ejercicio del mando. Fue el primero en dejar testimonio sobre el valor de la logística y el mantenimiento de las líneas de suministros. Con su accionar puso en evidencia la importancia de la rapidez de acción y el ataque sorpresa. Predicó con el ejemplo poniéndose a la cabeza de sus tropas. Supo ordenar la artillería y la infantería, utilizando por primera vez en la historia, el apoyo del poder marítimo en sus campañas. Fue quizás el único estratega que, como militar, jamás perdió una batalla.
A lo largo de su mandato demostró ser un excelente administrador y estadista; como guerrero, fue un hábil jinete capaz de manejar la arquería con precisión, además de haber sido protector y benefactor de las artes. Sus méritos lo han llevado a formar parte de la galería de Grandes Líderes, siendo reconocido como uno de los más importantes jefes militares en la historia de Egipto Antiguo
Eduardo Jorge Arcuri Márquez