Viernes 11 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto de abono 1: OSPA, Adolfo Gutiérrez Arenas (cello), Rossen Milanov (director). Obras de Marcos Fernández Barrero, Shostakovich y Rachmaninov.
Ya tenía ganas de retomar el pulso de nuestra orquesta tras el rodaje en foso más el extraordinario Réquiem de Verdi en Covadonga, con el estreno de la temporada regular que llevaba por título "Rusia esencial" aunque bien podríamos rebautizarlo como "OSPA esencial" al unirse intenciones cual guía o catálogo de intenciones, a saber:
El titular Milanov, un solista invitado de calidad que además "es de casa", más un programa donde conviven obras de nuestro tiempo, los grandes e imprescindibles conciertos más el atemporal mundo sinfónico, habitual para redondear una larga, emotiva y dura jornada que conjuga situaciones personales dolorosas pero donde siempre aflora la belleza, el arte hecho música desde la profundidad interior.
Escuchaba por tercera vez Resonancias para orquesta (2012) de Marcos Fernández Barrero, obra ganadora del Concurso de Composición OSPA 2013, siempre necesario el poso para degustar, y no me defraudó tras leer mis anotaciones del estreno y las notas del programa, donde pudimos repetir y llegar ahora como el refrán "a la tercera va la vencida". Si la obra en su momento era merecedora del premio, hoy se me quedó pequeña al escucharla entre gigantes e incluso descontextualizada dentro del título programado por no ser "rusa" (aunque en mi primera audición me recordase a Shostakovich) pero sí "esencial" en cuanto al aroma o esencia figurando dentro de la "normalidad" que supone aparecer entre dos obras maestras. Supongo que el compositor catalán con orígenes asturianos, nuevamente en la sala, disfrutó más que nadie de esta (re)interpretación que la OSPA hizo grande, pues esta temporada 2013-14 podremos llamarla como de plena madurez para la formación, así como del asentamiento de Milanov en la titularidad, con ideas siempre claras desde su toma de posesión, manteniendo la colocación vienesa que nos dará muchas alegrías a lo largo del curso musical y con algunos fichajes que no pasarán desapercibidos. Podría decir que la obra de Fernández Barrero no desentonó en absoluto dentro de la globalidad dolorosa por emociones, texturas y climas otoñales como el asturiano que esas resonancias pudieron reflejar.
Mi admirado cellista Adolfo Gutiérrez Arenas volvía a "nuestro" Oviedo con otra cima interpretativa tras sus anteriores "ochomiles" y en compañía de auténticos amigos para esta nueva aventura sinfónica: el Concierto para violonchelo nº1 en mi bemol mayor, Op. 107 (1959) de Dmitri Shostakovich. Si su Saint-Saëns con Dutoit no le pude equiparar al intimismo con Judith Jáuregui, una delicadeza inolvidable, al menos volvía en "la cordada" con esta orquesta que camina a su paso como con Elgar, auténtico Everest solístico lleno de hondura y sombras, el Shostakovich más duro y terrible donde no existe atisbo de luz en ninguno de sus movimientos pero que Adolfo G. Arenas hizo bello de inicio a fin, bien concertado por un Milanov atento y condolente para compartir sufrimiento hecho arte desde todas las secciones orquestales aunque la trompa del maestro Morató influyó y mucho en embellecer el dolor. La incuestionable levedad del ser del Allegretto, la profundidad del Moderato, la soledad de la Candeza que robó hasta el silencio de un público perezoso en respirar por no asifixiarse, y la cima del abismo del Allegro con moto que sacude hasta el último aliento. El bello dolor existencial sin autocomplacencia ni sadismos, no hay placer sin él, dos caras de la misma moneda que Shostakovich explora y explota en un cello humano e individual con la orquesta reflejo global y coral, dolor compartido que parece menor en sufrimiento y mayor en belleza. Indescriptible esa ascensión al abismo que aún subió muchos metros con ese lento como marcha fúnebre de la Suite nº 3, op. 87 para cello sólo de Britten, "ethos y pathos" desde la admiración y recuerdo del centenario del británico pero también a Rostropovich y Shostakovich, placeres dolorosos o viceversa desde la belleza magistral del arte musical en la vivencia compartida por Adolfo Gutiérrez Arenas, inconmensurable.
Tras coger aire al descanso por la angustia antes vivida, la Sinfonía nº 2 en mi menor, Op. 27 de Rachmaninov supuso un remanso de tensión interior pese a recoger emociones del compositor ruso ya musicalizadas en otras obras, angustias amorosas que siempre me parecieron en el segundo de piano donde la cuerda tiene el mismo toque lírico que en esta segunda sinfonía. Madurez orquestal y claridad expositiva de un Milanov que con su peculiar estilo va sonsacando colores para un lienzo total lleno de luz sin perder el tenebrismo que parecía flotar en este viernes otoñal asturiano inigualable por los perfiles claros, delineados sin brumas, emociones de belleza anhelada e inaprensible tras el lúcido y luminoso verano. Fortaleza orquestal en el Allegro molto puramente "rachmaninoviano" (¡vaya calificativo!), el Adagio que puede traducir a música la difícil descripción del título (belleza del dolor) con una formación perfectamente ensamblada y confiada, gustándose melódicamente una cuerda con nombre propio, para en el Allegro vivace remontar la cima con paso firme, ágil sin tropezones, y contemplar desde arriba ese paisaje único, ascenso seguro, controlado pero desfondados tras un esfuerzo que sólo tiene la recompensa de una belleza dolorosa. Interpretación y satisfacción, así sentí este arranque de temporada que solamente acaba de comenzar.