Después de leer La belleza del mundo, algunos lectores lamentamos todavía más la muerte (reciente) de Héctor Tizón. Es que son excepcionales los escritores como este ex diplomático y juez jujeño capaz de abordar el dolor propio del desamor con una discreción profundamente conmovedora, con una economía de palabras que repara el daño causado por la retórica cursi de los best sellers rompecorazones y por el discurso intelectualoide de los tratados sobre crisis de pareja y demás yerbas romanticonas.
Alfaguara reeditó este libro en 2011, siete años después de la publicación original. La reincidencia sugiere la vigencia de una historia de carácter universal, casi tanto como la odisea de Ulises que el autor se permite emular y de paso homenajear.
La editorial comparte aquí las primeras páginas de la obra. No es un dato menor la dedicatoria fraternal al poeta y librero Héctor Yánover que falleció en octubre de 2003, presumiblemente mientras Tizón pulía su trabajo.
Además de contar una historia de duelo por abandono, el libro ofrece pinceladas de vida pueblerina, que algunos lectores ubicamos en el interior de nuestra Argentina pero que bien pueden remitir a otro país. En contra de lo que pueda pensarse, las citas de La Odisea no resultan extemporáneas.
Como todo buen libro, La belleza del mundo perdura en nuestras cabezas días después de haber leído la última página. Sin dudas Tizón también se queda con nosotros, probablemente por mucho tiempo más.