Revista Arte

La Belleza en el Arte fue representada sutilmente como una forma de ocultación de lo sangriento, de lo desgarrador o de lo terrible.

Por Artepoesia
La Belleza en el Arte fue representada sutilmente como una forma de ocultación de lo sangriento, de lo desgarrador o de lo terrible.
 

Había sido la manera en que el Arte trataría de ocultar siempre lo hiriente, lo repugnante, lo desgarrado, lo sangriento o lo desmerecedor. Comenzaría con los versos y las palabras para describir la vida, la lucha, la muerte o la derrota con el ritmo preciso, la sutileza aguda o la significación armoniosa de un equilibrio brillante. Así el poeta romano Virgilio escribiría su mitología romana más famosa, La Eneida, donde glosaría la gesta de Roma desde sus inicios hasta sus comienzos imperiales. Todo empezaría en la caída de Troya, cuando la ciudad fuese asolada y destruida por los griegos para siempre. Pero su valentía, su ardorosa forma de ser derrotada, su honor ante la adversidad y ante la lucha, sería prolongado con el insigne legado de uno de sus descendientes, Eneas. Huiría éste de Troya con su padre enfermo hacia la vida, hacia el oeste, hacia su gloria más allá del Helesponto. Para que el sentido germinador de una nación poderosa tuviera el reconocimiento necesario de grandeza, sus raíces constitutivas no podrían ser vulgares dinastías cuarteleras o incluso palaciegas, tendrían que ser divinas. Por eso el poeta romano idearía que Eneas fuese hijo de un griego asentado en Troya, Anquises, que había sido además amante nada menos que de la diosa Venus. Así sí, así podía ser un nuevo Perseo o Aquiles o Hércules, sería un hijo de los dioses, un semidiós elogioso al cual poder erigir como fuente y pedestal de un gran pueblo poderoso. Eneas se convertiría en el héroe germinador de Roma y sus avatares, luchas, aciertos y desatinos terminarían con la victoria, el orgullo, la fuerza y el poder de su imperio. Pero luego de las palabras y de los versos llegarían las imágenes representadas en el Arte. Deberían hacer lo mismo, glosar la gesta, los avatares, las luchas, las ofensas y las adversidades de los pueblos gloriosos y hacerlo con la misma armonía y belleza. Describiendo los sucesos con la verosimilitud de lo acaecido pero mostrando solo el momento justo anterior a lo más grotesco definitivo, a lo sangriento o a lo terriblemente molesto por los surcos desgarradores de la laceración más odiosa. La verdad es que los versos podían mucho mejor describir con palabras lo que las imágenes solo podían hacer con sutilidad, ocultación o anticipación de la acción sangrienta en el tiempo. Por eso el Arte de la Belleza conseguiría en la pintura llegar a una sofisticación extraordinaria de gran sutileza.

En el año 1688 el pintor napolitano Luca Giordano compuso su obra Turno vencido por Eneas. Como artista protegido y admirado por el rey Carlos II de España, sus obras acabarían en las colecciones reales de la corona. Ese fue el caso de esta obra, que a lo largo de los años acabaría inventariada en las colecciones reales que terminaron por componer los inicios del Museo del Prado. La creación de Luca Giordano es la representación típica del Barroco más épico y legendario que glosa una gesta poderosa. Ante las posibles expresiones artísticas más elogiosas, los creadores del Barroco debían elegir la más virtuosa de aquellas que debían mostrar grandeza, valor y triunfo por una parte, pero, también, por otra, la caída, la ofensa, la maldición o la defenestración más terrible. Sin embargo, ambas debían ser tratadas con la belleza del mejor momento elegido para representarlas. El momento, sí, pero no sólo el momento también la grandeza, una especialmente que pudiera expresar ahora únicamente la Belleza, ocultando así todo aquello que la impidiera, que la venciera o que la hiciera incluso una falsa admonición ante lo ignominioso de un mundo transformado por la herida o por la mueca o por la maldición de una acción terrible o perversa. La obra de Luca Giordano compone el momento preciso, ni antes ni después, donde el héroe Eneas vence a su malvado adversario Turno. Pero esta victoria la vemos solo por estar Turno ahora caído y Eneas sobre él con la actitud de un vencedor insigne. No veremos el apuñalamiento final de Eneas a su enemigo, algo que en principio no iba a suceder. Cuenta la leyenda que solo cuando Eneas reconoció al asesino de su amigo Palante, muerto vilmente, aquél lo hirió de muerte. Porque la leyenda cuenta que Eneas quiso, al llegar a Italia, aliarse con aquellos que querían hacer grande su tierra. Lucharía con valor y con grandeza junto al rey Latino y junto a los arcadios, un pueblo aliado cuyo general, Palante, acabaría siendo gran amigo de Eneas y muerto luego por la espada de Turno. Tal virtuosidad ante su propósito había tenido Eneas, que el rey Latino le ofreció a su hija Lavinia para esposa. Pero la adversidad tiene el nombre aquí de Turno, un regente de los rútulos, pequeño reino de Italia. Éste pretendía vencer a todos y dominar toda Italia. Había pretendido también a Lavinia para conseguir el favor y apoyo de Latino. Sin embargo, Latino había preferido la alianza de Eneas y el destino de éste con su hija. 

Así surgiría la lucha, el enfrentamiento y el terrible desenlace final tan cruento. Porque en él hay heridas, hay desgarramiento, sangre, dolor y muerte. Hay dolor y sufrimiento en ese hecho lamentable descrito por el poeta y la leyenda constitutiva de un pueblo y su historia. Están también los personajes, los principales y los secundarios. En el Arte es fundamental elegirlos bien para mostrar lo que, sin palabras, solo se puede expresar ahora con imágenes. Porque hay que glosar pero también que defenestrar en la misma escena estética elegida. Hay que representar la virtud por un lado y la maldición por otro. Por eso el pintor Luca Giordano en su obra sitúa por un lado a la diosa Venus encima mismo de la figura del héroe. Porque es su hijo ahora quien, como vencedor, está mostrando así sus rasgos de grandeza, heroicidad y victoria. Pero es también ella la Belleza, que la representa, la muestra y la ofrece aquí el pintor para expresión de que los avatares desastrosos del mundo pueden justificarla estéticamente. Y la maldición por otro lado está ahora abatida en el suelo, totalmente desarmada y vencida para siempre. Pero el Arte debe además armonizar equilibradamente las diferentes partes enfrentadas, es una sagrada obligación del Arte frente, por ejemplo, a su incapacidad de poder utilizar palabras con belleza. La maldición abatida debe también disponer de su alarde de Belleza para poder ser representada. Estamos en el Barroco, un estilo que debe expresar la leyenda con los dos rigores de verdad y belleza. La defenestración y muerte de Turno sería presentida por su hermana Juturna cuando supo que se enfrentaría a Eneas. Ante su presencia en el enfrentamiento no pudo soportar la suerte de Turno y, a pesar de su belleza, se arañaría la cara con sus uñas produciendo las heridas deleznables de su sufrimiento maldito. El pintor la sitúa ahora, al igual que Venus, encima de la figura postrada de su hermano vencido. La vemos con su belleza y la vemos también huir al observar ahora las alas desplegadas de un búho enviado por Júpiter en señal de muerte inapelable. Pero el pintor no podría mostrar los desgarros o las heridas sangrientas en su cara, algo que dejaría así lastrada la Belleza y, por lo tanto, la representación sería imposible. ¿Cómo lo conseguiría el pintor? Ocultando ahora aquí su rostro con un lienzo apropiado que solo dejaría expresar la hermosa plenitud de Juturna, su belleza inmortal, no oculta ahora ni atormentada ya por el horror, la crueldad, el desgarro o la perfidia.

(Óleo Turno vencido por Eneas, 1688, del pintor barroco Luca Giordano, Museo del Prado.)


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