Revista Arte

La belleza trasmutada desde cualquier sentido ajeno al Barroco, su mensaje y su fascinación.

Por Artepoesia
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Es el Barroco el periodo artístico más excelente de la Historia. Después de ver, admirar y describir obras de Arte de todos los momentos de la historia, llego a la conclusión de que es el mejor estilo para comprender el sentido más artístico y  más humano del Arte. El mejor, no el único. El mejor porque comprendió que el Arte es intemporal, es irreal, es contraste, es belleza, es sorpresa y es color vibrante. ¿Hay más color que en el Barroco? Pero, sin embargo, el naturalismo -el mostrar las cosas de la naturaleza, cuerpos, tonos, cielo, como son en la realidad natural- sería una característica fundamental del Barroco. Pero, nada más. Porque las cosas humanas, las escenas mostradas en sus lienzos, lo inverosímil de las situaciones descritas, no tenían nada que ver con la realidad. Por ejemplo, en este extraordinario cuadro del pintor Jacob Jordaens (1593-1678), la Magdalena -mujer de espaldas- no podría disponer de un peinado y de una diadema para su tiempo como la que el pintor -bellamente- le pintase en esta Piedad. Y es que al Barroco no le interesaba la realidad ni el origen real de algunos objetos reflejados en sus obras -efecto habitual en el Barroco-. Porque aquí sí dispondrán otros personajes pintados, sin embargo, de una vestimenta más acorde con la época evangélica, pero, en este caso, en La Piedad de Jordaens, la Magdalena destacará claramente del resto de los personajes. 
Es evidente que el pintor pudo hacerlo porque la simbología sagrada de la Magdalena era la de una cortesana -una mujer convertida, pero una mujer mundana y diferente a las otras-, y las cortesanas en el siglo XVII eran así: elegantes, bellas, sofisticadas, escotadas, muy derechas -no inclinadas-, decididas y convencidas de su distinción frente a las demás mujeres, más virtuosas y recatadas. Entonces no se valoraría más que la devoción del cuadro, por eso la obra pudo ser comprada por una congregación católica, Carmelitas Descalzos, y mostrada en su convento sevillano desde el siglo XVII. La obra de Jordaens es magnífica. La posición de Cristo es más original que la propia de una Piedad, como es la escultura famosa de Miguel Ángel -obra que influiría al pintor-, y lo es porque el escorzo aquí de la figura del cadáver de Jesús es una genialidad artística de por sí: las piernas no tienen la longitud que correspondería a la dimesión del cuerpo. Pero es que eso debe ser así para los ojos que ven aquí la perspectiva de la figura sedente e inclinada. Es extraordinario. Luego está la composición para incluir seis personajes alrededor del cuerpo fenecido. Pero, hay más. Hay figuras que están ahí porque deben estar en una escena como esa: la Virgen María, María Salomé y el apostol Juan -con su túnica roja-. Pero ¿y el resto? 
José de Arimatea y Nicodemo son los otros personajes retratados en esta Piedad. No son tan habituales para una obra que ya de por sí sería bella sin necesidad de mostrar esos otros seres tan secundarios. Porque Arimatea y Nicodemo son judíos convertidos tardíamente, más por bondad que por verdadera fe. ¿Se presentaría aquí la necesidad compositiva frente al sentido esencial de una Piedad? ¿Qué otros personajes sagrados o no se podrían haber colocado al otro lado del apóstol para equilibrar la obra? ¿No habría otros posibles? Estos personajes secundarios -ambivalentes- fueron utilizados por artistas -como Miguel Ángel en su escultura Pietá de Florencia- para reflejar una cierta disidencia con la dogmática y convencional recreación de los personajes sagrados. Jordaens es un pintor flamenco de la católica Amberes del siglo XVII que, al final de su vida, se hizo protestante. Incluso, escribió unos textos heréticos en 1658 que le costaron una multa. Y aquí, en su obra La Piedad, José de Arimatea aparecerá triste, apoyado en la escalera con la que se ha bajado el cuerpo moribundo, pero, sin embargo, su gesto aquí es el de un hombre pensativo, o dubitativo, que meditará sosegado, que reflexionará para sí mismo, en un momento tan dramático, el sentido misterioso de todo lo que ahora él está presenciando. 
La obra se trasladaría a Sevilla a finales del siglo XVII, al convento carmelita, y, al siglo siguiente, a su iglesia de San Alberto anexa al convento sevillano, lugar donde estuvo esta maravillosa obra de Arte barroca hasta el año 1981, cuando el Estado español adquirió el lienzo de Jordaens para depositarlo en el Museo Nacional del Prado. En todos esos años fue admirado por ojos piadosos que, con toda seguridad, no pudieron advertir el sentido tan maravillosamente irreverente de esta extraordinaria obra. Porque así es el Barroco, una época artística que permitía muchas maniobras de sutileza y de fascinación, de belleza y de contenido, de sorpresa, misterio y vibrante muestra de mensajes humanos y divinos. Mensajes que siempre fueron implícitos, que nunca pudieron destacarse ni apreciarse claramente, y que, ocultos tras la perfección de la obra, pudieron sobrevivir al tiempo, a los prejuicios, a las tendencias, a las desidias, y a las categorías del mundo.
(Detalle del óleo La Piedad, 1660, Jacob Jordaens, Museo del Prado; Detalle del mismo cuadro La Piedad; Óleo La Piedad, 1660, Jacob Jordaens, Museo Nacional del Prado.)

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