Revista Espiritualidad
En nuestra anterior entrada, titulada El roble está en la bellota, introdujimos la idea de que el futuro estaba contenido en el pasado. No es una idea nueva, como vimos, dado que ya la habían planteado personajes de la talla de Platón o el M. Eckhart.
Como dicha entrada dio pie a varios comentarios de algunos lectores del blog, he decidido publicar, en una nueva entrada, algunas reflexiones que esos comentarios me han suscitado.
Resumiendo mucho, yo diría que la verdadera bellota es, en efecto, la bellota de Dios. Ahora bien, este "Dios en nosotros" se manifiesta a través de cada ser humano de un modo único e irrepetible. Esa manifestación del "molde" original en la vida de cada cual se podría considerar la finalidad del proceso de individuación o del proyecto Atman. Lo que, en último término, significa la "indivisibilidad" del ser humano, la unificación de todos los pares de contrarios que lo conforman.
Pero el inicio del proceso de individuación, es decir, el inicio del Camino hacia la realización de la divinidad que nos habita y en la que habitamos, comienza precisamente con una muerte a un estado en el que la consciencia del individuo se identifica con aquello que percibe a través de los sentidos (y/o de sus sustitutos tecnológicos), algo que sucede en una fase de profunda crisis existencial, a la que los alquimistas denominan Nigredo e identifican con el Plomo y con Saturno, para que renazca una nueva luz. Pero esta luz, que el puer aeternus trae, el arquetipo del joven que representa la potencialidad del Self, no es la luz de la consciencia. Es una luz trascendente a la consciencia, a la que los gnósticos llaman chispa divina, y en las tradiciones esotéricas el Ser. Con ello nos percatamos de que todo cuanto acontece proviene del Ser, de la divinidad, que es la portadora del verdadero Sentido de la existencia. Esto significa que la consciencia despierta de ese sueño que supone la identificación con la ilusoria realidad material.
Con respecto a los místicos, hay muchas cosas que ellos nos enseñan. Una de ellas es que, en ese proceso de realización de la divinidad en nosotros, los seres humanos, es el mismo Dios el que se expresa y reconoce a sí mismo a través de nosotros. Así, quien mira y quien es mirado, en último término, es la propia divinidad. De manera que lo que se trasciende no es a Dios, algo imposible, pues lo infinito no puede ser trascendido por lo finito; lo que se puede trascender es el estado hílico (materialista) del hombre, o sea, la consciencia profana y desacralizada (a la que me refería antes), identificada con la realidad material.
En mi opinión, Jung ha realizado una buena cartografía de la realidad psíquica, del Alma, en su viaje a través de las imágenes de lo Inconsciente. Esa vía húmeda seguida por Jung es, desde luego, muy valiosa. Creo que, en Occidente, junto a Roberto Assagioli, son los que mejor han traducido a un lenguaje científico esa "pequeña gran iniciación" que es el tener acceso al Alma.
Considerando que el hombre moderno "ha perdido el contacto con su Alma" sus aportes son inestimables. Ahora bien, Jung forja un puente hacia lo que, en la Tradición Primordial, a la que alude René Guènon, o sea, al tronco común esotérico a todas las religiones, se denominan "Los Grandes Misterios". La vía junguiana es válida para el acceso y paso por los Pequeños Misterios, y ahí es, desde mi punto de vista, muy valiosa.
Por lo tanto, considero que la obra de Jung sirve de puente (y me siento muy agradecido porque me ha ayudado en ese tránsito) hacia un Conocimiento que va más allá de lo psíquico-imaginal.
Ken Wilber, por su parte, es un pensador holístico. Un hombre que ha logrado diferenciar el pensamiento hasta extremos heróicos, desde luego. Y ahí está su gran mérito: en la adquisición de un conocimiento enciclopédico que le ha permitido realizar, en ocasiones de un modo un poco apresurado, un modelo que trata de abarcar la totalidad (en ese afán por hallar una teoría del Todo). Lo que encontramos en Wilber es una deificación de la Mente, y una magnificación de la Conciencia. Para expresarlo metafóricamente, si entendemos la constitución psíquica de Wilber desde el modelo de Jung, Wilber ha desarrollado su función del pensamiento hasta tal extremo que domina el jardín de su psique. Se alza segura y sólida, como una sequoia, sobre un joven y escuálido roble, que es su intuición, al que hace sombra y al que roba gran parte de los nutrientes. Es ese descollante pensamiento el que deslumbra a muchos de sus seguidores y, en cierto modo, se identifican con él. Esta es la grandeza de Ken Wilber. Ese es el camino de K. Wilber y su proyecto existencial le conduce por esos derroteros. Lo que tal vez no sepan muchos de sus prosélitos es el precio que ese desarrollo (o hiper-desarrollo) del pensamiento conlleva, y el sacrificio al que aboca.
Ese pensamiento tan descollante proyecta una sombra que impide el acceso de la luz a todo aquello que está bajo su abrigo, y la sensación y, sobre todo, el sentimiento, se hallan en la más completa penumbra, a la sombra de ese gran árbol que es su pensamiento, y están raquíticos, enjutos y lánguidos. Por cierto que este es un proceso muy acuariano.
Por mi propia ecuación personal (es decir, por mi personalidad total, por mi cosmovisión, por mi forma de co-constuir la realidad y por mi disposición psíquica) me siento más próximo al camino cartografiado por Jung, lo que no significa que Wilber no me aporte nada. Ahora bien, cada uno de ellos ha realizado su propio camino, y lo ha expresado en sus mapas particulares. Pero como es ley de vida, cada cual debe de hacer su propio Camino, su proyecto existencial, y, al recorrer ese Camino, la cartografía que realice terminará siendo distinta a la de ambos autores (y a la de muchos otros), aunque pueda aprender y compartir parte de su cartografía. En eso consiste, en último término, la individuación...
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