Maria Mandel nació el 10 de enero de 1912 en la ciudad austriaca de Münzkirchen en el seno de una familia de artesanos. Su padre, Franz Mandl, era zapatero. Maria, la pequeña de cuatro hermanas, tuvo una infancia feliz y recibió una buena educación. Cuando terminó sus estudios en su ciudad natal, Maria se fue a estudiar en el Colegio de Bürgerschule.
Terminados los estudios, su búsqueda de trabajo fue infructuosa por lo que pronto volvió al hogar familiar donde durante un tiempo ayudó a su padre en el negocio zapatero. Pero su relación con su madre, Anna, se fue degradando con el tiempo hasta que su relación, totalmente insostenible, la obligó a marchar de nuevo. Corría el año 1929 y la joven encontró en Suiza un trabajo como cocinera. Pero María no lograba encontrar su sitio en el mundo y pasó los años siguientes dejando distintos trabajos y acudiendo en distintas ocasiones al lado de sus padres, sobre todo cuando su madre Anna enfermó gravemente.
Pero en 1938, cuando acababa de salir de su enésimo fracaso laboral, Maria encontró la solución en un familiar suyo que la ayudó a ingresar en octubre de aquel mismo año en el centro de internamiento de Lichtenburg como guardiana (Aufseherin). Cuando Lichtenburg se quedó pequeño para acoger al gran número de prisioneros, se creó el cercano campo de Ravensbrück, reservado sólo para mujeres, al que fue trasladado Maria Mandel.
Maria había encontrado sin duda alguna aquello que le "gratificaba". Sus superiores pronto quedaron asombrados por la capacidad de ejecutar sus funciones con gran eficacia. El resultado fue su ascenso a supervisora (Oberaufseherin) en un tiempo relativamente corto. Los "méritos" de Maria Mandel no fueron otros que ensañarse con las presas con la mayor de las violencias sin mostrar sentimiento alguno de arrepentimiento. No sólo se dedicaba a maltratar a sus "mascotas", como ella las llamaba, con golpes y palizas, sino que las martirizaba con normas tan crueles como obligarlas a ir descalzas por el campo y desfilar de esta guisa durante horas.
Ya en Rabensbrück, Maria Mandel empezó a participar en experimentos médicos con las reclusas que se convertían en "conejillos de indias" humanos a los que sometía a todo tipo de atrocidades para realizar sus "experimentos médicos". Las consecuencias normales, sufrimientos atroces, el resultado más común, la muerte.
Pocos meses después de entrar en Rabensbrück, en octubre de 1942, fue trasladada a Auschwitz donde entró con el mismo rango, el de Oberaufseherin donde recibió el encargo de crear un campo para las mujeres, el de Birkenau del que fue la líder (Lagerführerin).
Auschwitz II Birkenau
Las instalaciones que mandó construir Maria eran más inhumanas, si cabe, que las que había en Auschwitz I. A los malos tratos físicos de los que ella se encargaba personalmente, se unían las bajas temperaturas, la humedad, la falta de agua corriente... Las muertes por tifus, hipotermia e infecciones varias, estaba a la orden del día. Ni que decir tiene que Maria nunca perdió un sólo minuto en encontrar una solución digna para sus víctimas.
Maria Mandel, amante de la música clásica, fue la responsable de organizar la primera Orquesta de Mujeres de Auschwitz en la que sus miembros fueron tratados un poco mejor que el resto de mujeres del campo. Dicha orquesta debía tocar a la entrada del campo, durante las selecciones a la cámara de gas o a la llegada de algún miembro importante del Reich.
Dos años después de su llegada a Auschwitz, Maria Mandel, quien se había ganado la Cruz al Mérito Militar de Segunda Clase, fue trasladada a Mühldorf, un subcampo de Dachau. Allí sólo estuvo unos meses pues en abril de 1945 ante la inminente llegada de los aliados, decidió huir a su ciudad natal.
Pero el 10 de agosto de aquel mismo año fue detenida por norteamericanos que la mantuvieron encerrada durante un año. En octubre de 1946 fue extraditada a Polonia y en noviembre de 1947 fue juzgada en Cracovia en los primeros juicios de Auschwitz. Maria Mandel fue condenada a la horca. Su ejecución se hizo efectiva el 24 de enero de 1948. María murió habiendo dejado tras de sí una ingente montaña de muertes inocentes. Aunque ella nunca dejó clara su participación en la selección a las cámaras de gas y aseguró que si había golpeado a alguien lo había hecho de manera justa y sin ensañarse con nadie. Los testimonios de la pesadilla que se encargó de construir decían todo lo contrario.
Si quieres leer sobre ella
Guardianas nazis
Mónica G. Álvarez