Revista Insólito

La bici de carrera

Publicado el 03 febrero 2022 por Monpalentina @FFroi
La bici de carrera

Había aprobado la Reválida de Cuarto y fueron momentos de gran felicidad para los míos. También para la querida familia López-Negrete, donde mi madre había servido y criado a sus hijos. Todos la querían como su Tata Inés y yo era como un miembro más de aquella querida familia. Mi madre y Miguelín -el hijo menor, después doctor como su padre- me dijeron: -Ven con nosotros. Y me llevaron hasta el taller de bicicletas que los ciclistas Polanco, vecinos de la calle de San Juan, tenían muy cerca de la estación del Norte.

-¿Cuál te gusta más? Elige una.

Yo estaba perplejo y emocionado. No cabía dentro de mí. Cuatro bicicletas Orbea de carrera, relucientes, estaban a mí vista. Y claro que elegí, aquella inolvidable gris: -Me gusta ésta. -Entonces, ya es tuya. Con semejantes palabras me daban a entender que, como premio, querían hacer realidad mi sueño, como era el de tantos chiguitos de Palencia, para intentar emular a nuestros ídolos ciclistas, Copi, Bartali, Trueba, Langarica, a los incipientes Loroño y Bahamontes y a los esforzados de la Vuelta a Palencia.

-Y esto, por si acaso.

Y también me entregaron una cámara de recambio, una bomba de hinchar, una caja de parches y un tubo de disolución para pegarlos. Seguro que, si entonces hubieran existido los cascos, hubiesen incorporado uno al lote.

Después supe que mi querida madrina Merceditas, hermana de Miguelín, se había puesto de acuerdo con su Tata Inés para, entre ambas familias, hacerme feliz.

El resto de aquel verano estuve más tiempo pedaleando que en mi casa. Y conseguí realizar uno de mis grandes deseos: Escalar la Boquilla del Monte, que tantas veces, con los de la pandilla, había subido andando o a la carrera. Y comencé a recorrer, también en bici, los demás lugares próximos a Palencia, que antes había conocido con mis amigos. Desde entonces, siempre me acompañaba en mis viajes vacacionales y a Munguía, donde ya vivía, casada, mi hermana Beny. Y como este bello pueblo está situado en el centro de Vizcaya, dominaba a mi potra, que diría Alfonso, y ella me respondía, me atreví a visitar y contemplar tantos lugares y hermosos paisajes que contiene. En Munguía coincidía con los del equipo ciclista de aficionados allí existente y les acompañaba un rato, hasta que ellos comenzaban a pedalear en serio y me despedían con el inolvidable: -Ahora, Julián, aprieta el culo y da pedales. Y ellos: Gabica, Uribezubía -a quien llamábamos Catarra-, el malogrado Uriona y más, iniciaban la subida del Sollube y otras cuestas, mientras yo pasaba a circular por lugares más asequibles. Recuerdo que una de las veces coincidí con el mítico Loroño, que era de Larrabezúa y cuando estaba por su pueblo, les acompañaba. Cuando eran profesionales participaban en la Vuelta a España y una de sus etapas finalizaba en Palencia, en el Salón. Con unos amigos estaba presenciando su paso en la orilla del río, junto a Puentecillas. En esto que apareció un grupito y entre ellos reconocí al casi albino Uribezubía y grité: Fuerte Catarra, aprieta el culo y da pedales.

Recuerdo que giró su sorprendida cabeza y cuando llegamos a la meta le busqué y al verme:

-Así que fuiste tú. ¿Quién me iba a conocer en Palencia como Catarra?

Y recordamos los tiempos de Munguía.


Pasado el tiempo, aquella inolvidable bici -la única que tuve en mi vida- sirvió para premiar, por un motivo similar al mío, a Falín, mi sobrino palentino.


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