Revista En Femenino

La boda

Por Expatxcojones

La boda

Foto publiciatria sacada de un escaparate.


Nos han invitado a una boda. Desde que llegué a Tánger siempre he querido ir a una. No por nada. Por cotillear. Todos hablan de estas fiestas. El acto social más importante de la vida de un marroquí.
Mi primer dilema es decidir qué me pongo. Y no es que sea una persona especialmente presumida. Es que para decidir la vestimenta antes hay que saber si estaré sólo con mujeres o si será una boda mixta, donde también habrá hombres.
Si la boda se realiza por separado podré vestir más libremente. Si, por el contrario, la boda es mixta deberé llevar algo rectado. O sea: sin escote, que no sea ceñido y, a poder ser, que no muestre demasiado centímetros de piel.
Doy un vistazo rápido a mi armario y veo que lo tengo chungo. Muy chungo. Entre los tejanos y las deportivas no encuentro nada que sea apropiado. Conozco a muchas mujeres que cuando van a este tipo de eventos se colocan un caftán (vestido tradicional marroquí) . Bien por ellas si les gusta. Yo, por dignidad, me niego a disfrazarme. Esta opción queda totalmente descartada.
El Kalvo me confirma que será una boda mixta. Por un lado, mejor, así podremos estar juntos. Por el otro, peor, pues el asunto de la ropa todavía no lo tengo resuelto.  Miro otra vez en el armario. Abro cajones. Rebusco. Saco perchas y lo encuentro. Un vestido negro. Corto. Sin mangas que me puse para una boda que tuvimos en Ibiza. Le pregunto a una amiga marroquí si es apropiado.
   —Si la boda es mixta, de gente con pasta y tal… yo creo que no hay problema. ¿Es muy corto?   —Hombre…no soy una prostituta. Es corto pero no tanto.   —Póntelo. Tú eres extranjera. No pasa nada.
Perfecto. Ya tengo excusa. Soy extranjera. Me pongo lo que me sale de los huevos, como no me entero…Evidentemente ni voy a la peluquería ni me maquillo. Sólo un poco de rímel y barra de labios. En menos de diez minutos estoy lista.
La boda se celebra a partir de las siete y media en el Club de Criquet de Tánger. Se casa la hija de nuestro casero, el señor Mohammed, y nos ha invitado porque como él dice: Ya somos de la familia.
El señor Mohammed en persona nos llama para decirnos que no hace falta ser puntuales. Que la gente marroquí siempre llega tarde y que hasta que no estén todos los invitados la fiesta no empezará. Nos recomienda ir sobre las nueve. Nosotros llegamos casi a las diez.
Aparcamos el coche. En la entrada nos espera un grupo de música tradicional. Dos lámparas que emulan llamaradas de fuego y una gran alfombra roja.
Subimos las escaleras. Dos pisos. Y unas mujeres vestidas de blanco nos reciben en la puerta de gran la sala. Hacen unos sonidos con la boca muy particulares. Me recuerdan a los de las mujeres bereberes de las montañas.
Mohammed nos da la mano. Su mujer nos da la bienvenida. Nosotros le damos la pasta. Fatal. Aquí no se lleva este rollo. La gente compra un regalo y pone su nombre en él. Los colocan todos juntos en una mesa. Los novios los abrirán cuando estén en casa. Se considera de mala educación hacerlo ahora.
Nos sientan en una mesa junto con otros extranjeros. Un trío musical que viene de Málaga para actuar, una pareja de hombres que no sé que relación tienen con los novios y un matrimonio mixto.
La sala es similar a cualquiera de este tipo pero aquí todo es brillante, dorado y con mucho lazo. Calculo que habrá unos dos cientos invitados. Hay una banda de música tocando en directo. Lo forman DIEZ personas. Un fotógrafo, dos cámaras de vídeo e, incluso, una grúa. En el centro de la sala un gran sillón blanco. Aquí se sentará la novia para que la admiren.
Los minutos van pasando y aquí no sucede nada de nada. Los camareros reparten dulces y zumos entre las mesas. Té. Agua. Pistachos. Nadie baila. Nadie habla. Todos están muy serios. La música suena tan y tan alta que es imposible mantener una conversación.
A las doce de la noche aparecen los novios. Lo hacen montados en una especie de cestas gigantes. El novio en una, la novia en otra. Se necesitan ocho hombres en total para llevarlos. Los entran en la sala a hombros y bailando. Lo más curioso es que lo hacen sin manos. Tengo el corazón encogido. Me da miedo que se caigan. Creo que la novia tampoco las tiene todas porque se agarra fuerte a ambos lados. No se la ve muy feliz. Más bien algo tensa. El novio parece totalmente fuera de lugar.
Después de una música interminable y de pasearlos sin parar por toda la sala, finalmente los dejan en el sillón.  Una señora les ayuda con las ropas y la postura. Tarda una eternidad. Han de estar perfectos. Los novios parecen dos estatuas. No hablan entre ellos. Ahora es el momento de las fotos. Las invitadas cotillean sobre el vestido, las joyas, el maquillaje y el peinado.
Al cabo de un rato a ella se la vuelven a llevar. Toca cambiarse ep vestido. Lo normal es que lo haga entre tres y cinco veces.  El vestido. El maquillaje. El peinado. Las joyas. Durante la fiesta, la novia apenas habla. Tampoco come. Simplemente está.
Son la una de la madrugada y ya no aguanto más. Pregunto cuándo sacarán la comida. Me comentan que sobre las tres. No lo entiendo. Me dicen que si la sacan antes la gente se marcha. No me extraña. Esto es un coñazo. Si al menos hubiera alcohol.
Le digo al Kalvo que ya he tenido suficiente. Quiero irme a casa. El problema es cómo hacerlo. El padre de la novia está en la puerta. No se mueve. Imposible irse sin que se de cuenta. Tenemos que idear algún plan. Creo que los niños son la mejor excusa. Siempre funciona.
Me levanto de la mesa como quien va al baño. No me despido de nadie. Entro en el lavabo. Me siento en la taza del wáter. Espero dos minutos. Tiro de la cadena y me voy.
Mientras intento bajar las escaleras sin caerme, él habla con el señor Mohammed. Le dice que la chica nos acaba de llamar. La Peque está con fiebre. Bla bla bla. Cuando llega al párquing no parece muy contento.
   —Me ha pedido que nos quedemos hasta las dos.   —¡Ni hablar!   —¿Qué quieres hacer?   —Pirarme. Yo no vuelvo a entrar. Con lo que me ha costado salir.   —…   —Dile que estoy histérica. Sufriendo por la Peque. Échame las culpas.
El kalvo, que es un santo, lo hace. Y vuelve a bajar, todavía, más preocupado.
   —Me ha dicho que te deje en casa y vuelva otra vez.   —¡Joder! Que insistente.
Nos largamos. Tengo un hambre de mil demonios y el Kalvo está de malhumor. No soporta quedar mal con la gente y cree que lo que hemos hecho hoy es de lo peor. Intento tranquilizarlo. Tampoco somos tan amigos, le digo. Ni tan siquiera conocemos a los novios. No te preocupes. Los marroquíes son así. Siempre insisten. Es algo cultural.
A la mañana siguiente. A las ocho en punto. El Kalvo le envía un mensaje al Sr. Mohammed pidiéndole disculpas.
   —Hemos quedado fatal. No lo deberíamos haber hecho —me repite una y otra vez.   —Ahora ya está. Deja de martirizarte.
Pero no puede. Tiene remordimientos de conciencia. Se siente fatal. Se pasa todo el día preocupado. Con el ceño fruncido. Lo está pasando mal. No le gusta mentir. Siempre quiere quedar bien. Traerlo aquí ha sido una putada. Lo tendré que recompensar y ya van dos veces en menos de un mes.

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