Revista Cultura y Ocio
Si pudiera soñar con algo el resto de mis noches, quizás lo hiciera con la idea de estar dentro de una burbuja llena de todas las cosas bonitas de mi vida, y de la vida de otros, de mis colores, de los colores de otros, de los sueños, esperanzas y risas de toda la humanidad. Una burbuja repleta de todo lo que es digno de recordar y atesorar a través de la historia de aquéllos que nos llamamos humanos con tanta soberbia.
Tal vez metería dentro de mi burbuja un montón de libros, con todas sus palabras una tras otra, y también todos los cuadros del Museo del Prado, sobre todo los de Rubens, y no podría faltar la música, toda la música negra, el blues, el jazz, sobre todo a Ella y Billie...y, ¿porqué no? también la historia de Tristán e Isolda para ilusionarme con la idea de que algo como el amor es eterno, aunque nuestros cuerpos no lo sean.
Mis palabras preferidas, los colores, las luces y sombras, todas las cosas que hice y dejé de hacer por amor, todas las palabras que dije y no dije por dolor, todos los olores que algún día me acercaron un bonito recuerdo. Todas las manos que me acariciaron, todos los ojos que me miraron y dejaron una eterna huella, todas las esencias que se guardan en frascos muy pequeños, todas las tierras, ríos, mares...todas las personas que pisan o han pisado esas tierras y navegado a través de los mares, los niños, las mujeres, los hombres que corren detrás de los más bonitos sueños. Todo ello, que parece mucho pero se resume en pocas palabras, todo lo que me gustaría tener cerca, todo lo que me gustaría conservar. Todo.
Algún día me gustaría poder crear este pequeño universo donde no hay cupos de entrada, ni de salida, ni fecha de caducidad, donde sólo existe la libertad para pensar que todo esto es posible. Un pequeño mundo para poder soñar lo que merece ser soñado, lejos de la mezquindad que nos acompaña desde siempre. Una utopía que quizás merezca la pena pensar a ratos perdidos, para no dejar de sentir que lo que llamanos humano ha sido destruido para siempre.