Revista Opinión

La cadena catalana como insulto

Publicado el 11 septiembre 2013 por Vigilis @vigilis
El 23 de agosto de 1989, dos millones de personas juntan sus manos y se unen en la cadena humana más larga de la historia. Esta cadena unía las tres capitales bálticas y constituía un mensaje claro a Moscú: dejadnos vivir en paz y en libertad.
Estonia, Letonia y Lituania siempre van en el mismo paquete por puro azar y comodidad occidental. Lo cierto es que no tienen en común nada excepto su triste supervivencia bajo la bota militar soviética, nazi y otra vez soviética. Sufrir juntos une mucho, compartir el dolor por la pérdida forja vínculos extraños de explicar, por eso a nadie le sorprendió que cuando la cosa estaba a punto de caramelo, las tres pequeñas repúblicas reclamaran con una sola voz lo mismo: libertad sin sangre.

La cadena catalana como insulto

100.000 bálticos fueron enviados al GULAG tras la SGM. El 72% mujeres y niños.

La pálida copia de la célebre Cadena Báltica por parte de los grupos secesionistas catalanes, es como un escupitajo en su cara. Escribo esto sin saber qué resultados tiene, cosa que tampoco me preocupa demasiado. Los bálticos —hoy libre y soberanamente dependientes de nuestro patio de vecinos UE y OTAN— no querían la independencia por tener idiomas "propios" (todos los idiomas son propios: si aprendo moro, ese será otro idioma mío propio, de mi propiedad y uso), tampoco organizaron al 25% de su población (!) en esa manifestación por tener unos bailes folclóricos muy chulos, no la organizaron por odiar a los rusos, ni siquiera —aquí viene lo guapo— querían la independencia. La independencia de la URSS era la consecuencia lógica de lo que realmente querían: una condena pública del pacto Molotov-Ribbentrop, la apertura de los archivos de la KGB, la liberación de los presos políticos, derechos civiles (reunirse, sindicarse, libertad de comercio, libertad de prensa, derecho a la información, derecho a la representación...)... Nada de esto lo podían esperar de Moscú, así que no les quedaba otra que recuperar la independencia perdida en 1940 cuando gracias a los nazis entraron los tanques del ejército rojo, desapareció el abuelo y a la semana lo encontraron junto al farmacéutico, el cura y un cabrero, con un tiro en la nuca, detrás de un pajar.

La cadena catalana como insulto

Un momento de la Cadena Báltica (archivo del parlamento lituano).

Un país es independiente si cumple dos premisas: primera, que otros países lo reconozcan como un igual, que estén de acuerdo en que esa parte de la superficie del planeta es independiente del resto. Segunda, tener un ejército (propio, de pago o prestado por otro país) que defienda esa independencia. Hacer unos zuecos de madera muy bonitos no es razón para que nadie se tome un minuto en reconocer ninguna independencia. "Es que en mi pueblo tenemos una forma graciosa de hablar". Bienvenidos a la India con sus 30 lenguas y 2.000 dialectos. O mejor, bienvenidos a China, con sus 300 lenguas.
Otra cosa relacionada con la primera premisa: los países tienen agendas e intereses. Las repúblicas bálticas jamás recuperarían la independencia perdida si no hubiera un apoyo decidido del mundo libre. El mundo estaba en guerra, al Imperio del Mal le caían cascotes y era necesario darle un empujoncito. Si occidente diera la espalda a los bálticos, los T-72 rusos entrarían en Riga y acabarían con la fiesta en dos minutos. Lo hicieron antes en Budapest y en Praga. Sin despeinarse. El dictador de Alemania Oriental, Erich Honecker, propuso a Moscú enviar los tanques, afortunadamente no le hicieron caso.

La cadena catalana como insulto

Ataúdes con las banderas bálticas delante de otras banderas.

A Europa no le gusta tanto España como para tener dos. En Cataluña no tiene lugar ningún tipo de persecución, ni están los derechos civiles conculcados. No sólo los catalanes comparten los mismos derechos y deberes que el resto de españoles, sino que los propios grupos políticos que hoy piden la secesión, formaron parte del gobierno del estado y es posible que vuelvan a formar parte en el futuro. No, poner a un señor cagando en el Belén por Navidad, no va a hacer que ningún delegado en la ONU ceda el atril a Oriol Junqueras para que le explique a Samoa Occidental que Cataluña vive bajo una opresión que sólo existe en su imaginación.
Diputados votados en Cataluña se sientan en el Congreso. La mitad son abiertamente secesionistas e incluso hacen gracietas con el presidente de las Cortes, llevando banderas y camisetas de fútbol, sacándose fotos delante, haciendo pucheritos justo antes de compartir un venado en un buen restaurante con sus supuestos asfixiantes opresores. A cualquiera que se le cuente esto ahí fuera, por esos mundos de Dios, le entraría la risa tonta. Cataluña tiene un gobierno regional que entre otras cosas se ocupa del sistema educativo y de subvencionar a la prensa afín a su poder regional, nada más lejos de lo que ocurría en las repúblicas bálticas y en todo el orbe soviético. Bien harían los secesionistas en buscar un relato que no pase por escupir en la cara a nadie.
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