Revista Cultura y Ocio

La caída de la Roma clásica

Por Joaquintoledo

La caída de la Roma clásica

En el año 423 moría el emperador Honorio a causa de hidropesía, sin dejar herederos. Un año antes también había muerto Constancio, su co-emperador. ¿Qué pasaría con lo que quedaba de Roma occidental ahora? Pues bien,  asumió el poder, el hijo de Constancio III, llamado Valentiniano III, representando quizá el modelo de decadencia de la Roma de aquellos años al asumir el poder a los seis años de edad.

Por tanto su madre y Aecio, un excelente militar considerado el último romano en todo el sentido de la palabra, se hicieron cargo del gobierno. Durante el gobierno de Valentiniano III, el Imperio Romano de occidente terminó por caerse a pedazos. Hagamos una resumen: el ataque a África de los vándalos en el 439; el abandono total y perenne de Britania en el 446; la pérdida de la Hispania y la Galia, el saqueo de Sicilia por las tropas vándalas y de otros piratas, sumado al abandono e indiferencia de la parte oriental, Bizancio, cuyo emperador parecía preocupado en sus propios problemas.
En medio de este fúnebre contexto, merece especial atención la figura del citado Aecio. Su presencia destacó cuando las hordas de Atila fueron rechazadas del Imperio Bizantino y posaron sus ojos sobre la península itálica. Los hunos ya ejercían dominio desde el Cáucaso hasta el Rin y desde el Danubio hasta el Báltico, habiendo barrido inclusive a los bárbaros germanos. Desde Hungría, en el año 423, llegaba Aecio, con el fin de derribar a usurpadores como el de Rávena, si bien parecía que surgía uno casi todos los días. El último romano se alió con los hunos temporalmente, pues esto convenía antes que tenerlos como enemigos. Pero el usurpador de Rávena pronto desapareció de escena y los 60 mil hunos aliados hubieron de marcharse. En medio de este difícil contexto político, le llegó la oportunidad de actuar como regente del Imperio Romano de Occidente durante el gobierno de Valentiniano III, como ya habíamos dicho antes. Así entonces, Flavio Aecio, se trazó una ambiciosa meta: “recuperar los territorios perdidos en occidente”. Es por ello que se alió a los hunos, ya que dadas las circunstancias, los germanos eran la prioridad, pero cuando se dio cuenta de la genialidad de Atila, los papeles se invirtieron. En el año 451 el líder huno se lanzó finalmente a la conquista del Imperio Romano de occidente, y partiendo de Hungría, según la tradición, condujo a medio millón de hunos a combatir. Saqueando todo a su paso, atravesó el Rin e invadió la Galia, acabando inclusive con los propios germanos enemigos de los romanos. Al parecer el motivo de la ruptura de las relaciones, fue por orgullo de ambas partes. Por un lado Aecio los mantenía como mercenarios, mientras que Atila y sus hunos se mantenían faltos de garantías en esta posición. La tradición, empero, ha rescatado un argumento más: tal pareceré que Valentiniano III había rechazado que Atila se case con su hermana Honoria, a pesar de que la patricia sí quería hacerlo, siendo tildada de loca por la corte imperial. Ante este cuadro, Aecio conservó su sangre fría y sus jugarretas políticas dignas de un romano como en la Antigüedad. Sin más dilaciones formó una coalición que unió a burgundios, francos y todos los pueblos germánicos que estuviesen interesados en acabar con los hunos. También pidió ayuda a los visigodos, unidos todos a través de la cristiandad. En efecto, el rey de turno, Teodorico, respondió enviándole tropas experimentadas al combate.

En tiempos anteriores, Aecio ya se había hecho con excelente victorias frente a visigodos, burgundios y ostrogodos y era respetado como buen militar. Ante esto, Atila también convocó a sus aliados sármatas, ostrogodos, escitas, gépidas y otros más, a sabiendas de que no tendría un combate nada sencillo. El último gran combate del Imperio Romano de occidente cerró con broche de oro pues culminó en victoria. Nos referimos a la Batalla de los Campos Cataláunicos librada el 20 de junio del año 451 según las fuentes más severas. No sólo fue un combate para salvar a Roma un par de años más, sino que se trató de un combate devastador que salvó a la cultura grecorromana de una cultura oriental. Probablemente si Atila hubiera ganado, asentándose en Italia u otra parte de Europa, la posteridad de dicho continente hubiese tomado un rumbo muy distinto.

En el campo de esta batalla, Aecio se entendió muy bien con Teodorico el rey de los visigodos, e inclusive estos últimos lucharon encarnizadamente contra sus hermanos ostrogodos. La lucha se prolongó durante horas y ninguno de los dos bandos quería dar a perder la batalla. Los romanos, como alentados por toda su historia militar milenaria, lucharon con ahínco y fiereza, sorprendiendo a los sanguinarios y experimentados hunos. La batalla pareció perdida cuando Teodorico, el rey de los visigodos murió heroicamente. Sin embargo ni visigodos ni romanos se desbandaron, sino que esto generó que los aliados se encolerizaran tanto que retumbó la tierra. Ante esto, fueron los ostrogodos los que se pusieron en desbandada. Atila debió reconocer su derrota sin más ni menos. Aecio lamentablemente, no pudo perseguir al líder huno, pues sus fuerzas habían sido reducidas casi a la mitad. Tampoco quería que los visigodos, entonces sus aliados, al desaparecer los hunos, tomasen su lugar como los nuevos enemigos de Roma, es por ello que le convenía no destruir inmediatamente a Atila, el cual, derrotado, volvió a reunir tropas para invadir definitivamente la Ciudad Eterna y destruirla. Aecio esta vez estaba impotente. No obstante y cuando Roma ya daba sus últimas oraciones, Atila, da media vuelta y se retira. Al parecer el Papa León I intervino para tal decisión, pero eso no está totalmente confirmado aún, tampoco el porqué el bárbaro accedió si esto fue cierto. Atila se retiró al Danubio y en el año 453 d.n.e., murió de una hemorragia nasal. Probablemente Aecio era uno de los más populares luego de la victoria sobre el huno. Esto, como era de esperarse, generó no pocas sospechas en Valentiniano III. Lo llamó a palacio y luego de una discusión, al parecer sobre una posible conspiración en su contra, el mismo emperador lo apuñaló. Así acabó la vida de Aecio, aquel considerado el último romano y que sin duda hubiese sido un gran emperador. Su ausencia sería no en vano lamentada por muchos.

Una larga y rápida agonía a la vez

Al año siguiente, en el 455, los fieles a Aecio, asesinaron a Valentiniano. Lo sucedió brevemente Flavio Petronio Máximo. Al parecer él también había tenido que ver con la muerte del emperador, pero esto no está comprobado. Como era un aristócrata que había pisado el Senado, no tuvo problemas para ser nombrado emperador. Derrotó a todos sus rivales y forzó a la esposa del mismo Valentiniano III a casarse con él Encontró la muerte en medio de la muchedumbre exaltada, cuando todos se enteraron de que Genserico, el recordado rey de los vándalos había desembarcado en Roma. El 22 de abril del año 455 Roma sufrió un saqueo mucho más espantoso que el de casi medio siglo antes. Dos semanas tuvieron que pasar para saciar a Genserico y sus hordas bárbaras. Entre África e Italia se intercambiaron tesoros invaluables, llevando inclusive nobles como esclavos. ¿De dónde había llegado Genserico? Pues de África, es verdad, pero específicamente de la misma Cartago que siglos atrás Roma redujo a escombros y cenizas, asesinando y esclavizando a sus habitantes. Ahora la Nueva Cartago hacía lo mismo y devolvía el golpe, vengando el hecho histórico. Se dice que Genserico se detuvo sólo cuando León I Magno, el papa de turno, lo convenció alegando principios cristianos.

A Petronio Máximo le sucedió en el año 455 Eparqui Avito. Teodorico lo había aconsejado a tomar el rol del imperio, antes de Petronio Máximo. Marciano, desde oriente, lo apoyó. Tuvo algunos resultados que valen la pena ser mencionados como la batalla naval contra los vándalos así como la recuperación de Panonia. Pero el pueblo romano sufría y moría de hambre ante los elevados impuestos. Avito intentó controlar esto, destrozando estatuas y disolviendo guardias personales. Ante esto, se sublevaron Ricimero y Mayoriano. Avito huyó y pidió ayuda a los visigodos, la cual nunca llegó. Se enfrentó a sus enemigos en Italia pero fue derrotado y capturado. Se le perdonó la vida y luego de ingresar a un convento las fuentes no aclaran si murió asesinado o si despareció de escena en el olvido. El regente fue Ricimero, pero sólo eso, porque Mayoriano, fue declarado emperador. León I, desde oriente, nunca los reconoció. Continuó luchando contra los vándalos a los cuales rechazó, e inclusive armó un gran ejército con las últimas legiones romanas y mercenarios germánicos para invadir África, y en teoría Teodorico II le había dispuesto la flota en Cartagena. Genserico quiso la paz, pero luego consiguió destruir la flota romana. Ante esto, Mayoriano firma la paz. El 2 de agosto del año 461 estalló una rebelión y tuvo que abdicar, pocos días después fue muerto, al parecer envenenado. Ante esto, Libio Severo fue nombrado emperador. Tampoco fue reconocido por Constantinopla y en agosto del 465, luego de que gobernara por alrededor de cuatro años, alguien lo envenenó. El interregno a continuación duró alrededor de 16 meses, cuando a la Roma clásica le quedaba poco más de una década de vida como entidad política. El sucesor en el puesto de emperador fue Antemio en el mismo 465. Durante su gobierno que duró casi siete años, Antemio acordó con León I, para defender el Mediterráneo de los piratas y de los vándalos de África del norte. Otra vez Genserico destruyó la flota romana frente a Cartago. Llegado el año 470 Antemio no pudo solucionar los asuntos del imperio y enfermó. Ricimero se opuso a él y desde Milán se rebeló contra Roma. Lucharon cerca de cinco meses hasta que la Ciudad Eterna es conquistada por Ricimero; Antemio por supuesto, fue ejecutado.

Anicio Olibrio, un popular político y bastante limpio, probablemente de los últimos que quedaban, llegó a Italia luego de una visita protocolar a Bizancio. El emperador León I lo había enviado para solucionar la disputa entre Antemio y Ricimero, pero claro está, no pudo. El primero fue muerto, y Ricimero lo nombró emperador muy a su pesar. Estaba casado con Placidia y era uno de los últimos de la dinastía tedosiana, la cual venía desde la era de Teodosio I el Grande…había buenas perspectivas en él, pero murió súbita y naturalmente en el año 472. En el año 473, Glicerio fue nombrado emperador, siendo coronando por un bárbaro, el príncipe burgundio, con fecha el 5 de marzo del año 473. No obstante no hizo mucho en el poder, pues al año siguiente fue expulsado por el penúltimo emperador del imperio romano: Julio Nepote. Esta vez al menos León I de Bizancio lo reconoció. No gobernó mucho tiempo, casi durante un año, hasta que en agosto del 475 fue depuesto por el patricio Orestes, quién colocó a su hijo en el trono. Esto hace a Julio Nepote, el último emperador de derecho en el trono. A pesar de los acontecimientos, tras esto, Bizancio lo siguió considerando emperador hasta cuando a mediados del año 480, sus soldados le asesinaron. Tuvo éxito Julio Nepote, pues recuperó algunos territorios en las Galias, en los Balcanes y pactó con los visigodos. Sin embargo los vándalos continuaron siendo los eternos enemigos de los romanos, tanto en mar como en tierra. Pese a todos sus esfuerzos, no pudo hacer nada, además el Senado ni siquiera lo estimaba.

Sin embargo, antes de que fuese asesinado, el citado general y patricio Orestes colocó allí a su hijo, llamado Rómulo Augusto, o también apodado Augústulo. En efecto, tenía el nombre del primer rey y el primer emperador romano, definitivamente algo con lo cual los enemigos de Roma podían valerse para burlarse del otrora poderoso imperio. Zenón, desde oriente nunca lo reconoció, pues para él, el emperador continuó siendo Julio Nepote. El Senado Romano asumió la misma actitud. Finalmente a esto, llegaron los últimos enemigos de los romanos que terminarían por empujar la puerta y derrumbar una casa carcomida por la decadencia de una vez por todas. Los hérulos y su rey Odoacro se llevarían la gloria de desaparecer de la historia la Roma clásica y occidental. Estos bárbaros al parecer era un pueblo germánico proveniente, ora del margen del Danubio, ora de las costas atlánticas, pues no se tiene bien en claro su origen. Aprovechando la debilidad del Imperio occidental, su crisis política y en busca de nuevas tierras, marcharon hacia allí para terminar de sellar lo inevitable.

Con el tiempo e inclusive antes de llegar a Roma, Rómulo Augústulo era prácticamente dominado por Odoacro. Orestes se rebeló ante las exigencias hechas a su hijo por el rey hérulo acerca de tierras en Italia, por ende el patricio fue capturado y ejecutado. Al final, en el año 476 reclamó el trono de Italia y capturó a Rómulo en Rávena y lo confinó cerca de Nápoles. El pobre muchacho se vio obligado a abdicar el 4 de septiembre del año 476. Luego de esto nadie más fue nombrado emperador, por lo cual se considera el final definitivo del Imperio Romano de Occidente y de la Roma clásica. Odoacro, el Senado y Julio Nepote enviaron representantes a Zenón como ya dijimos, y el rey hérulo fue considerado virrey de Italia. Julio Nepote fue restaurado en el trono, pero por el mismo Odoacro, un bárbaro, y así anduvieron las cosas hasta su citada muerte en el 480. Sin embargo, Roma occidental cayó aquel 476 cuando Augústulo fue depuesto, y de todas maneras luego de Nepote, no volvió a ser jamás la de antaño. Es verdad que los hérulos se quedaron en Italia y más tarde, luego de la muerte de Julio, Teodorico el Grande y los ostrogodos, junto con el emperador bizantino Zenón, recuperaron Italia forzando a Odoacro a rendirse siendo éste muerto por Teodorico, pero eso ya es otra historia, la del Imperio Romano de oriente o Bizantino, la fracción que sobrevivió. Los órganos como el Senado Romano, continuaron existiendo, pero ya totalmente bajo dominio de los germanos mezclándose los patricios con los de la aristocracia de los invasores extranjeros. Terminaremos la historia de la Roma occidental con la mención de Salviano un escritor y eclesiástico que murió en el 484 y presenció todos estos hechos que giraron en torno a la Ciudad Eterna: “¿Dónde está ahora ese grande, ese formidable imperio? ¿En qué se han transformado sus señores, esos romanos tan famosos por sus conquistas, más ilustres por su virtud? La tierra entera temblaba otrora a la voz de un romano; todos los romanos tiemblan hoy a la voz de un bárbaro…”, “…quienes nos han sometido nos venden la luz, nuestra vida y nuestros días. Compramos el permiso de vivir desdichados”. Con la caída de Roma occidental, no vino el fin del mundo como creían los cristianos, sino el fin de la Edad Antigua y el inicio de la Edad Media; y con ello la participación modesta de Bizancio, el remanente de la Roma tradicional y clásica, que a partir del año 476, era sólo un recuerdo.


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