Esta vez me ha tocado leer una preciosidad de libro. No exactamente por su contenido, sino por la fantástica edición ilustrada que sacaron este año de La cámara sangrienta, obra que publicara Angela Carter a finales de los 70.
Y aunque parezca que hablo de esta autora como de una antigua conocida, lo cierto es que jamás me había acercado a ella ni a nada que hubiese escrito. Hasta que un día mi destino me presentó esta colección de relatoscomo una de esas tentaciones ineluctables que provocan un secreto y casi morboso placer.
Me atrevería a afirmar que esta ha sido uno de las lecturas del verano. No sé, creo que me hacía falta reconciliarme (si es que alguna vez estuve “enfadada”) con el relato como género. Lejos de disgustarme, siempre fue uno de esos modos de lectura a los que relegaba a un segundo plano, y finalmente creo que La cámara sangrienta me ha dado el empujoncito que necesitaba.
También es cierto que Angela Carter me lo puso en bandeja de plata, puesto que se encargó de versionar los típicos cuentos populares en historias que mezclan la feminidad, el erotismo y la fantasía. Repito: la feminidad, que no el FEMINISMO. En la contraportada se relaciona este término con los relatos del libro, pero yo francamente difiero.
Sí es cierto que las protagonistas son mujeres en casi su totalidad y que muchas veces se muestra la figura masculina con rasgos violentos y dominantes, pero yo creo que se debe a un estilo en sí mismo a imitación de los tradicionales cuentos de hadas. Más bien, yo lo interpreté todo como una ficción, como un juego en el que la autora predispone los sentidos del lector hacia un único camino: la imaginación.
Así, cuentos infantiles como Barba Azul, El gato con botas, Caperucita, La Bella y la Bestia y muchos otros se convierten en una exquisita degustación para ojos y mentes adultas, todo ello acompañado con unas ilustraciones y una mezcla entre colores negros y rojos que lo hacen todo más apetecible aún. Y para qué negarlo: antes de haberme terminado el libro fui en busca de una librería para llevarme mi propio ejemplar en el burdo y desesperado intento de hacerlo mío también y poder disfrutarlo nuevamente a pesar del tiempo y la distancia.
Sí, deseo concedido.