Por Ileana Medina Hernández
El estado psicológico normal de casi todos los humanos es de guerra.
Carencia, lucha, competencia, necesidad, mendicidad, urgencia de
recibir algo a cambio, de obtener recompensa, atención, perdón, razón o
desagravio.
Estado de miedo, de inferioridad, de rabia, de estrés, modo supervivencia.
Luchar, luchar, luchar, decimos, y nos sentimos héroes.
Pero el estado de lucha, huida o sumisión está diseñado por la biología
para situaciones de peligro puntuales. Los humanos, debido
a cinco razones fundamentales (a saber: la conciencia de la muerte, la
conciencia del tiempo, la conciencia del yo, la sociedad basada en la
dominación y la crianza maltratadora... entre otras) lo hemos convertido en
crónico, en habitual.
Esto es a la vez la causa y la consecuencia
del desamor. La falta de amor, por tanto, el miedo, la guerra, es el
estado normal de la civilización humana.
De ahí que sea tan
milagroso construir una relación de pareja (y menos aún familiar,
grupal, social) basada en el amor real, que empieza por el amor propio, y
son directamente proporcionales. Dos naranjas completas que se
encuentran y no dos medias naranjas que cojean.
Mientras más
completas sean las naranjas, más probabilidades habrá de que los dos
círculos se encuentren en el centro. Mientras más agarrotadas estén las
naranjas, más pequeñas, más heridas.. menos tendrá para dar y para
llegar a la otra.
La "media naranja" busca que el otro la llene, y a
veces por casualidad, nos encontramos dos amebas cuyos seudópodos se
complementan, y a eso llamamos amor, pero es frágil, porque las formas
son siempre cambiantes.
Ha de sobrar el amor, hemos de reencontrar
el manantial de amor interior que somos, hemos de cultivar ser anchos,
gordos, amplios y generosos en amor, para que los cambios, las
cicatrices, las crisis... nos sigan dejando dentro del círculo que
encuentra, abarca, contiene, nutre y comprende al otro.