B. Significa también el «hombre» o la «humanidad». En la sublime declaración de Juan 1:14: «El Verbo fue hecho carne», se entiende que esta naturaleza humana era sin pecado, perfecta e ideal, tal como salió de las manos del Creador. (Véase también 1 Ti. 3:16.)
C. En otros casos representa la humanidad en contraste con Dios, siendo ilusoria su aparente fuerza, de modo que es desastroso confiar en «el hombre». Este sentido se destaca bien en las citas siguientes: «Toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo» (Is. 40:6); «maldito el varón que confía en el hombre y pone carne por su brazo» (Jer. 17:5); y «porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt. 16:17; véase Fil. 3:3 y 4; véase también Ro. 3:20 y Gá. 2:16 donde «ser humano» traduce «carne»—sarx—en el original).D. Como derivación natural del último párrafo, hallamos otro significado que se reviste de mucha importancia en la teología bíblica: la «carne» es todo cuanto proviene de la naturaleza caída del hombre, y, como tal, se pone en contraste con el Espíritu, por quien Dios da su propia vida y poder al hombre que se arrepiente y se vuelve a Él.II.Enseñanzas bíblicas sobre la «carne»Restringiéndonos ahora a este último sentido de la palabra, hemos de considerar lo que dicen las Escrituras de ella, y de la posible victoria del creyente sobre la «carne» en el poder del Espíritu.A. La carne es incapaz de producir nada que no sea también «carne», de la manera en que los cardos no pueden dar una cosecha de higos. Es imposible, pues, que una nueva naturaleza espiritual surja del intento de «refinar» la carne, sino tan sólo del nuevo nacimiento en el poder del Espíritu de Dios (Jn. 3:6–8).B. Por haberse originado esta esfera de la carne en la desobediencia y en el pecado del hombre (Gn. 6:3), toda ella está debajo de la condenación de Dios y nadie que está en ella puede agradar a Dios (Ro. 8:7 y 8). Tengamos en cuenta, sin embargo, que mucho de la carne es agradable al «hombre», y aun al hombre «decente», educado y culto. Tomemos por ejemplo un acto de «culto» que se basa en las prácticas que agrandan a los sentidos de los hombres o que halagan su «justicia propia»; todo será muy «bonito» y muy «bueno», pero no dejará de ser abominación delante de Dios (Lc. 16:15).C. La carne no se mejora después de la conversión, y queda siendo tan fea e intratable después de cincuenta años de vida cristiana como lo fue en un principio (Ro. 7:18). Lo único que Dios puede hacer con la carne es colocarla en el lugar de la muerte, y esto se realizó cuando Cristo, nuestro sustituto, se identificó con nosotros y murió en nuestro lugar (Ro. 8:3).D. El «viejo hombre» no desaparece en el momento de la conversión, ni en ningún momento de bendición espiritual posterior, pero Dios ha provisto los medios para que esté en sujeción y para que el creyente viva y ande, no conforme a la carne, sino conforme al espíritu (1 Jn. 1:5–2:2; Ro. 8:4, 5, 12 y 13).E. Las obras de la carne, que se detallan en la terrible lista de Gálatas 5:19–21, incluyen, no solamente los pecados escandalosos de la fornicación, la disolución, etcétera, sino también los celos, iras, contiendas y disensiones que se manifiestan con harta frecuencia en el seno de la familia de Dios (1 Co. 3:1–4). Sepamos que todo ello surge de la carne y que es aborrecible delante de Dios.F. La carne y el Espíritu son principios antagónicos enteramente incompatibles el uno con el otro, codiciando y luchando constantemente el uno contra el otro (Gá. 5:17). Este estado de guerra perpetua resulta lógicamente de la definición de la «carne» que dimos en el apartado D.III.La victoria sobre la «carne»Esta victoria, que ya hemos visto como provista y asegurada por el poder de Dios, no se consigue por maltratar el cuerpo, que, en el caso de los redimidos, es el templo del Espíritu Santo, ni tampoco por ningún esfuerzo de la voluntad del hombre, sino por apropiarse de lo que Dios ha hecho ya en Cristo, que se hace efectivo en el precioso don de su Espíritu. Notemos los pasos siguientes:A. Como el creyente expresa en su bautismo, murió con Cristo al creer en Él en cuanto a la vieja naturaleza y volvió a vivir en la potencia de la resurrección del Señor (Ro. 6:1–10).B. Debe «considerar» (Ro. 6:11) este gran hecho en su vida diaria al percibir los embates de la carne, rindiendo su voluntad a la de Dios, con la entrega consciente de todo su ser, y de esta forma el pecado no se enseñoreará sobre él (Ro. 6:11–14).C. Se hace posible entonces que el Espíritu le guíe de tal forma que se realizarán en su vida todas las posibilidades de su nuevo y glorioso estado de «hijo adoptivo de Dios», quien reconoce al Padre y pone todo su interés en los asuntos de su Casa (Ro. 8:5, 14–16; Gá. 5:16–18, 22–25).Nota final. Lo expuesto en los apartados anteriores no excusa la diligencia de parte del creyente en todo cuanto atañe a la vida y al servicio de quien le compró con Su sangre, sino que subraya la necesidad de recibir con fe la obra ya hecha del Señor. Entonces el esfuerzo constante procederá del poder del Espíritu y no de la voluntad de la carne (2 P. 1:4–8; Ef. 2:10, etc.).Preguntas1. Distinga con citas apropiadas y un breve comentario los distintos significados de la palabra carne en la Biblia.
2. Señálese el camino bíblico de la victoria sobre la «carne».