Como cada enero la cotidianidad del nuevo año se traga la cargante armonía y la inquietante paz de la navidad, aunque no puedo negar que han sido las mejores que recuerdo en años, no a causa del viejo de incontinente risa y saco sospechoso, pero si de la luz que me ha salpicado la ilusión de mi hijo. Es lo que tiene nuestra simple complejidad, somos felices con la alegría de los que queremos, pero como pretendía explicar al empezar, hasta ahora estas fechas me llenaban de tristeza, por aquellos que ya no están y por la nostalgia de aquello que nunca ocurrió, algo que a partir de la llegada de mi hijo cambio radicalmente, ya no tenia tiempo de sentirme triste, al final la vida es tan simple que se resume a un tema de tiempo, hasta que no tienes tiempo no eres consiente de la simplicidad de tu propia existencia, la certeza de esta divagación vino a mi hace varios años: estaba recorriendo el estado de New York por la interestatal 90 camino a Canadá, no tenia prisa, sabia que llegaría al motel antes que cayera la noche y me deleitaba del bucólico paisaje, aprovechando ese tranquilidad pare en un pueblo a las afueras de Bufalo y entre en el primer bar que encontré abierto, el antro no era diferente a los que había visto por la ruta, tal vez este tenia un aire más nocturno. Un chicano echaba una partida de billar con un yanqui, sobre la mesa un billete de diez el cual acompañe con uno de veinte, ese que los americanos llaman Jackson, rememoraba la edad en que me imagine que seria un gran jugador de billar, ciego empecinamiento que duro lo suficiente para reinventarme ser grande en otra cosa, empresas que pasaron sin pena ni gloria, no me imagino ahora que rozo los cuarenta cargando el peso de tan compleja ansiedad, maldita idiotes que sembraron mis mayores como panacea de su mediocridad, triunfar, ser el mejor en algo, de aquellos años solo conservo el afán por leer y escribir, aquello que hacia con la única aspiración de no sentirme solo, aquello que hacia como necesidad y no como la búsqueda de un objetivo. La partida fue la remembranza de tantos fracasos, de tanta ilusión forzada en la pretensión de encontrar un sentido, la búsqueda de ese sentido me robos años de vida real. Aunque no me molesto perder la partida por que había ganado algo, una historia, y eso como he dicho antes, es lo único que se mantiene vivo desde aquellos años, la necesidad de historias nuevas, la curiosidad, el dinero era y es algo circunstancial. El bar según me contó el chicano era el sitio donde se reunía la gente del pueblo, lugar del que se apoderaban los jóvenes durante atardeceres como ese, pero el día anterior se había suicidado un chaval de diecisiete años y el pueblo por lo visto había decidido emborracharse en casa, lo que tenia de extraño la historia es que no era un caso insólito sino por el contrario, en aquel hogareño pueblo de prospero aspecto y maravilloso entorno natural, era donde se habían contabilizado más suicidios de media en toda Norteamérica. Aun recuerdo la última frase del mexicano -Se aburren- escueta y demoledora reflexión que firmo con un escupitajo en el suelo. Salí sin mi Jackson pero con una historia nueva. Llegue al motel mucho antes de lo esperado, inconscientemente había conducido más rápido de lo habitual, tal vez tenia miedo de aburrirme.