Revista Cultura y Ocio
Editorial Mondadori. 210 páginas. 1ª edición de 2006, ésta de 2007.
Hace unos años leí de Cormac McCarthy (Providence, EE. UU., 1933) la novela No es país para viejos (2005). Fue una lectura interesante: me gustó mucho su ritmo y cómo jugaba con el recurso de las elipsis narrativas, aunque quizás esta obra adolecía para mí de falta de reflexión. Hay algo que suelo buscar en una novela: el reflejo del flujo de conciencia o de pensamientos de los personajes, para poder acercarme a ellos, para que leer sea una experiencia diferente a la de ver una película. Es decir, si yo leo una novela de Philip Roth acabo sabiendo quiénes son los personajes que la novela nos presenta, porque sé qué piensan sobre el mundo planteado por el escritor, y en No es país para viejos los personajes sólo se definían por sus acciones y sus diálogos. Algo nada novedoso por otra parte: Dashiell Hammett ya había escrito varias novelas policiacas usando técnicas cinematográficas antes que McCarthy naciera. No es país para viejos me pareció una historia potente, que ocultaba un guión cinematográfico en su descripción escueta de las escenas narradas. Vi la película y me gustó, pero no tanto como el libro: yo sabía al verla cuáles eran las escenas de la novela que habían sido suprimidas.
En 2010 vi en el cine la adaptación cinematográfica que hizo el director John Hillcoat de La carretera: fue una película que me impresionó. Me pareció que estaba muy conseguida la imagen apocalíptica del mundo imaginado, con esos grises abrumadores, los árboles muertos… Y las actuaciones de Viggo Mortensen y del niño Kodi Smith-McPhee me resultaron muy convincentes.
Un amigo que vio la película y leyó la novela me comentó que la adaptación cinematográfica era bastante fiel al libro. Aún así, después de ver la película me quedé con la idea de leer el libro, que por otra parte está en la biblioteca de Móstoles (aunque casi siempre prestado). Y hace unas semanas me apeteció hacer un alto en el volumen de El Aleph con las 3 novelas de Juan José Saer, y cuando estaba acabando la segunda saqué La carretera de la biblioteca.
El resumen argumental del libro creo que es de sobra conocido: en un futuro cercano, el mundo parece haber sufrido una crisis nuclear. La flora y la fauna han muerto. El suelo está cubierto de cenizas, el sol casi no puede atravesar una capa de sedimentos en suspensión, y la temperatura del planeta ha bajado. Entre árboles muertos, sobre cenizas, un padre y un hijo se desplazan con un carrito de la compra hacia el sur (en la zona donde se encuentran el padre sabe que no podrán resistir otro invierno). Gracias a las indicaciones de un mapa, siguen la línea marcada por las carreteras interestatales. En el mundo quedan algunos humanos, pero cada vez menos comida. Sólo hay dos formas de alimentarse: encontrar latas de conserva que aún no se hayan comido otros o recurrir al canibalismo. Padre e hijo viajan hacia el sur esquivando a grupos armados de caníbales. “Se quedó allí sentado con los gemelos en la mano, viendo cómo la cenicienta luz del día cuajaba sobre el terreno. Solo sabía que el niño era su garantía” (pág. 10); como se nos informa en la segunda página del libro, la única motivación del hombre para seguir vivo es proteger a su hijo; continúa el párrafo citado: “Y dijo: si él no es la palabra de Dios Dios no ha hablado nunca” (¿Entre los dos Dios no debería haber una coma?, me pregunto)
La voz narrativa, en tercera persona, acompaña casi siempre el punto de vista del hombre; y digo casi siempre porque en la página 14 (la 5ª del libro) hay una única vez que se cede al niño: “Estuvo mucho rato tratando de dormir. Al cabo se dio la vuelta y miró al hombre. Su rostro a la luz de la pequeña lámpara rayado de negro por la lluvia como un actor dramático de la antigüedad.” Al leer este párrafo en la 5ª página del libro, pensé que el narrador iba a ir distribuyendo el punto de vista entre el padre y el hijo, pero no es así: esta es la única vez (si descontamos las páginas finales, en las que el niño se ha quedado solo, aunque aquí todo está descrito con mucho distanciamiento), y más que otra cosa me ha parecido un titubeo narrativo inicial que el autor se olvidó de corregir en la versión definitiva de la novela (además el niño, debido al momento en que ha nacido, no sabe lo que es un actor dramático de la antigüedad).
Quizás al comenzar a leer La carretera tenía muy presentes las imágenes de la película y el mundo planteado por McCarthy no conseguía sorprenderme. De hecho, temí algo: este libro ha sido un bestseller, no será verdad que tenga concesiones de bestseller, porque lo sospeché en algunos momentos iniciales: el protagonista se interroga en la pág. 15: “¿Estás ahí?, susurró. ¿Te veré por fin? ¿Tienes cuello por el que estrangularte? ¿Tienes corazón?”, pág. 26: “La luz diurna cruda y fría colándose por el tejado. Gris como su corazón”, pág. 47: “El corazón me lo arrancaron la noche en que el nació” y sólo un poco más abajo en la misma página: “Porque yo ya estoy harta de mi prostituido corazón”. La verdad: demasiados corazones para mí (he estado pensado hacer un chiste con el famoso programa de Anne Igartiburu; pero luego me he dicho: esto es más propio de La medicina de Tongoy; sé fiel a tu estilo sobrio, no le copies los recursos narrativos al amigo Carlos). La frase “Gris como su corazón” estuvo a punto de conseguir que cerrara el libro. No me podía creer que una historia tan dura y tan seca tuviera estas concesiones a la cursilería.
La narración de La carretera es en gran medida descriptiva: aquí abundan las frases cortas, que usan verbos en pasado perfecto simple y que implican movimiento. Para conseguir que la narración sea más rápida y dinámica se usa otro recurso: en muchas frases se omiten los verbos, por ejemplo: “Ese es el primer ser humano aparte del chico con quien había hablado en más de un año. Mi hermano a fin de cuentas. Las especulaciones de reptil en sus ojos fríos y movedizos. Los dientes grises y podridos. Mazacote de carne humana. Que ha hecho con cada palabra del mundo una mentira.” Los verbos omitidos normalmente son éstos: ser, estar, tener, ver…, y al omitirlos se evita una repetición torpe. En realidad, los recursos narrativos son bastante sencillos.
En algunos momentos, la lectura de lo narrado, además de ser visual, sí invita a la reflexión; en este sentido, me han gustado párrafos como éste: “Intentó pensar en algo que decir pero no pudo. No era la primera vez que tenía esta sensación, más allá del entumecimiento y la sorda desesperación. Como si el mundo se encogiera en torno a un núcleo no procesado de entidades desglobales. Las cosas cayendo en el olvido y con ellas sus nombres. Los colores. Los nombres de los pájaros. Alimentos. Por último los nombres de cosas que uno creía verdaderas. Más frágiles de lo que él habría pensado. ¿Cuánto de ese mundo había desaparecido ya? El sagrado idioma desprovisto de sus referentes y por tanto de su realidad. Rebajado como algo que intenta preservar el calor. A tiempo para desaparecer para siempre en un abrir y cerrar de ojos” (pág. 69-70). El párrafo anterior sí entra en el territorio en que la literatura puede luchar contra el cine, en el de la reflexión y las ideas.
Si he de comparar esta novela con Plop de Rafael Pinedo (comentado en el blog AQUÍ), diría que esta segunda –publicada en 2003 y por tanto 3 años antes que La carretera- me pareció más original que la que comento hoy aquí; porque Plop conseguía crear un lenguaje nuevo adecuado al mundo que describía. El narrador de Plop no le explicaba el mundo a un contemporáneo como hace La carretera, sino a un habitante del propio mundo propuesto. Sin embargo, La carretera tiene una capacitad más grande para resultar empática con el posible lector, ya que de difícil forma podíamos identificarnos con el código de normas deshumanizadas que regían el mundo de Plop, y en La carretera nos encontramos con el sentimiento universal de un padre que desea proteger a su hijo.
Sé que el haber visto antes la adaptación cinematográfica ha hecho que disfrute menos de La carretera: el mundo propuesto por McCarthy ya era territorio conocido para mí, y en esta novela predomina fuertemente la narración del puro movimiento respecto a la reflexión; así que básicamente era como si estuviese leyendo el guión de la película (he podido descubrir qué escenas no se llevaron a la pantalla: en realidad, la adaptación es muy fiel, y sólo tiene alguna supresión). Quizás también debería apuntar que uno suele esperar mucho de un libro del que se ha hablado tanto y que ha llegado a ganar un premio importante como el Pulitzer de 2007, y que las altas expectativas a menudo llevan a la decepción. Y al revés: si La carretera estuviese escrita por un autor desconocido hace 30 años, un autor que murió en la pobreza -por ejemplo en 1986- y ahora alguien ha rescatado aquel libro que casi no tuvo difusión y lo ha traducido al español y aquí lo comercializa una pequeña editorial –y no ha habido ninguna película- seguramente yo diría en el blog que es un libro que merece mucho la pena.
En todo caso, después de algunos titubeos iniciales, debidos a lo simple que me parecía el lenguaje, y a esos puntos de fuga hacia la cursilada (recordemos el exceso de corazones), he acabado, al acercarme a la mitad del libro, por entrar en la historia y poder disfrutarla más. Pero la he disfrutado como lo que realmente es: una novela de género (una novela visual de acción). Así que por ahora Cormac McCarthy me está pareciendo un excelente guionista cinematográfico, del que en algún momento me gustaría leer La trilogía de la frontera, de ella –recuerdo haberlo leído en Entre paréntesis- que Roberto Bolaño hablaba muy bien.