Miquel Ortega al mando de la OCM bucea en las profundidades de su partitura de forma acertadísima, dotando al sonido de una entidad considerable, y con un volumen mas que satisfactorio, teniendo en cuenta de lo reducido de la orquesta para la ocasión. La lectura de Ortega pasa por un marcadísimo sentido de la teatralidad, que apoya a la perfección lo que ocurre en escena, y una asombrosa labor de concertación que hace que el insuperable elenco brille todavía más dentro de un trabajo netamente coral y de grandes dificultades. Ortega cuida a sus cantantes hasta lo indecible, y focaliza su lectura musical en el enriquecimiento del drama, y potenciar el matizadísimo trabajo vocal en todo el elenco. Siendo el resultado de altísimo voltaje musical y dramático.
Vayamos con la dirección escénica.Bárbara Lluch al frente del espectáculo apuesta por un Bernarda ortodoxa, alejada del localismo de la original, sin duda un acierto, que potencia el carácter universal de la historia, huyendo de una versión afectada, y afianzando la idea del naturalismo como potenciador del drama. Todos los componentes de elenco se encuentran en el código que el papel pide, y los vínculos se encuentran muy bien definidos, siendo el resultado una función de claro planteamiento y cuya declaración de intenciones está muy marcada, es decir, el respeto absoluto hacia la obra de Lorca y su esencia. Las simbologías que Lorca quiso plasmar se encuentran durante todo el espectáculo de forma muy palpable y enriquecedora, incluido el oscurecimiento de las paredes de la casa de Bernarda, tal y como Lorca dejó acotado en su inmortal obra. La economía de movimientos y la contención actoral son la marca del espectáculo, sin que esto sea obstáculo para que Lluch nos obsequie con unas poderosas imágenes de gran fuerza catártica, y gran poder evocador. Solo hay un pero, las transiciones entre acto y acto resultan excesivamente largas, y el telón negro, tal y como está plateado nos saca un poco de situación, quizás los cambios a vista ayudaran en la continuidad del drama, o en caso de que la bajada del tapón se utilizara como recurso escénico, tal y cómo parece ser que es, que la vuelta a la acción sea mas rápida. Mención especial a la apabullante, y no tengo otra palabra, escenografía de Ezio Frigerio, aplaudida por el respetable en la primera apertura de telón. También son destacables las atmosféricas luces de Vinicio Cheli que son arte y parte de las múltiples virtudes estéticas de la función. La función que Bárbara Lluch ofrece es francamente disfrutable, se pasa en un suspiro, y resulta absorbente por momentos, con acertada progresión dramática, e impactante final.
En resumen, una "Bernarda Alba" para el recuerdo, de inspiradísima música, inteligente puesta en escena, y con un elenco de primer nivel, que merece recorrido, no solo en el Teatro de la Zarzuela, sino en nuestro país e incluso a nivel internacional. Creo que después de varios intentos, al fin el Teatro de la Zarzuela ha dado en el clavo en las bases que puedan cimentar el futuro de la lírica española. Felicitémonos por ello, y esperemos que no sea una especie de oasis en el erial que se encuentra nuestra producción musical. Me gustaría comentar algo que ocurrió al final de la representación y que define el sentimiento del espectador a la perfección. Una vez echado el telón, el público se tomó unos segundos, digirió lo visto, y arrancó a aplaudir de forma rotunda y emocionada. Así funciona la catarsis, y así me ha ocurrido siempre en aquellos espectáculos que dejan tocado al respetable, esos segundos de recuperación son definitorios, y resultan realmente esclarecedores sobre lo que esta Bernarda ofrece, y que no es precisamente poco.
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