Es evidente que su tranquilidad no va a durar mucho tiempo. Los alemanes reconquistan el pueblo y se instalan en la casa, respetando las habitaciones del presunto propietario y los auténticos dueños intentarán volver a su propiedad. Mientras tanto, la guerra sigue su curso a su alrededor, con toda su crueldad y absurdo. Si por algo se caracteriza la literatura de Hermans es por su crudeza, por una descripción absolutamente veraz y sin filtros de lo que supone estar inmerso en la guerra, no solo por el peligro de morir, sino también por el tedio y cansancio infinitos que produce el participar en la misma y lo arbitrario que resulta el destino respecto a la suerte de cada cual. Cees Nooteboom lo expresa muy bien en el epílogo:
"La absurdidad, la crueldad y la inutilidad de la guerra son tan omnipresentes en sus libros que ni los protagonistas ni los lectores pueden rehuirlas. Hermans fue en contra del sentir general de Holanda al describir de forma precisa e insoslayable, no la heroicidad de aquellos días, sino el sinsentido de todo, la torpeza y la necesidad del hombre en lo que él llamaba un universo sádico, el caos en el que se desarrolla la vida humana cuando se rompe la apariencia de orden que representa la civilización."
Como no podía ser de otra manera, La casa intacta, como otras obras del autor, fue muy mal recibida en la Holanda de su tiempo. Era demasiado pronto para un relato de estas características, tan desmitificador y a la vez tan realista, cuando el discurso oficial buscaba elevar a la condición de héroes a los miembros de la Resistencia holandesa. Leída hoy día, la novela de Hermans cobra su verdadero sentido, sobre todo en un momento histórico en el que existe la posibilidad real de que los horrores que describe vuelvan a extenderse por el Este de Europa.