Revista Opinión

La Casa Real lo pasa fatal

Publicado el 03 abril 2013 por Vigilis @vigilis

¿Os acordáis de esa chorrada que se suele decir de «tenemos al Jefe de Estado más barato del mundo»? Hoy parece que hay un poco de luz sobre cómo es posible que nos salga tan barato. Hoy tenemos razones para pensar que los famosos recortes a la Casa de Su Majestad no suponen un gran sacrificio ya que Su Majestad tiene otras vías de ingresos.
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Otras vías de ingresos no sólo opacas al público, sino opacas al Fisco. La herencia que Don Juan ocultaba en Suiza y de la que legó un buen pellizco al Señor de la Zarzuela, es una de ellas. Cualquier persona súbdito con dos dedos de frente carece de motivos para pensar que no haya más cuentas a su beneficio. No hay pruebas, no hay testigos, simplemente está la sospecha.
De tratarse de un ciudadano particular, el capital residente en el extranjero que pueda heredar nos da igual a todos. Pero el Rey de España, ojo, no puede andarse con estas historias. Yo desconozco si a la muerte de Don Juan alguien investigó la herencia que dejaba (y en ese caso la exclusiva de El Mundo sería un bluff). También desconozco —pero sospecho— de dónde salió el dinero con que Don Juan se pasó unas largas vacaciones antes de regresar a España, cuando el heredero del general Franco cayó sobre la Jefatura del Estado.

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Don Leandro, el día en que le regalaron su propio prepucio. Emocionante reencuentro.

Es más, pulula por ahí un señor mayor que se llama Leandro —con un acicalamiento facial muy curioso y antiguo, como los tertulianos de Fríker Jiménez—, que apareció un día diciendo que era hijo de don Alfonso XIII y que estoy seguro que progresó en la vida por el fruto de su esfuerzo y el sudor de su frente. Habrá que preguntar en la Secretaría de Estado de Hacienda si tampoco pueden explicar con qué parte del tesoro nacional se fue don Alfonso XIII de vacaciones a la Italia fascista.

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Don Juan de Borbón, sufriendo horrores en el exilio.

Eso es algo que no entiendo: el celo con que Hacienda oculta la información económica relativa a la Casa de Borbón... cuando por otra parte, Montoro alegremente amenaza con soltar a sus gremlins y dar información fiscal de quien le caiga mal. Montoro, Montorete. Decía don Afonso XIII al irse de vacaciones arrastrando sacos con el símbolo del dólar:

No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuenta rigurosa.


Lo que nos da la clave de que a esta tropa no se les pide cuentas. Y todavía se quejarán de los grandes sacrificios que supone la alteza.

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Pongámonos en pie para dar un rotundo SÍ a este concepto.

La infantina con gran pena no dejaba de llorar
El murió a la medianoche y ella a los gallos cantar. Un juez, un vulgar juez, imputa a la infanta doña Cristina porque parece que al final sí estaba enterada de lo que hacía la empresa-tapadera que administraba junto al duque Empalmado. Parece que no era tan solo una figura puesta ahí para vender imagen, sino que aportaba su vasto conocimiento en chanchullos y guarradas varias para forrarse.

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Sin ropa interior, amigos.

Por supuesto que ya hay una lectura política del caso. Los corifeos no han tardado en salir a defender unos argumentos jurídicos para que se trate «con justicia» a la infantina porque este es un Estado de Derecho y no sé qué tontunas más. Por eso a mi este tema me importa poco: Gagarin es un iluminado del que no depende nadie y que puede sufrir un accidente en cualquier momento. Y de la infantina ya sabemos que no va a ser el pescadito de ninguna presidiaria. Lo que me interesa es el seudónimo con que el Empalmado llamaba a la infantina en los correos: Kid.

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¿Kid?

¿Pero este fulano de dónde ha salido? ¿Qué clase de películas ha visto? ¿Cuál es su esfera de experiencias y contexto de posibilidades culturales, como para llamar a su señora «Kid»? Esto es lo realmente importante —junto a lo opacamente forrada que está la Casa de Borbón, empezando por Su Majestad—, que el Empalmado llamaba a la infantina Kid, es que yo todavía no me lo puedo de creé.


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