Editorial Alfaguara. 525 páginas. 1ª edición de 1965, ésta de 2004.
Recuerdo perfectamente la primera vez que leí a Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936): yo tenía 21 años y, después de 3 cursos cuajados de penalidades, decidía que dejaba la facultad de CC. Físicas de la Complutense. Por la calidad de la enseñanza, los próceres de la universidad habían diseñado un nuevo plan de estudios; por la calidad de la enseñanza, había que conseguir menos alumnos por clase; por la calidad de la enseñanza, la mitad de los de mi promoción y de la anterior sobrábamos. Recuerdo la fila ante secretaría, esperando para conseguir los papeles que me permitieran realizar el de cambio de carrera: el chico que me precedía se iba a Educación Física, y la chica que le precedía a él a Óptima, el drama del éxodo.Y aún me quedaba realizar otro trámite: una de aquellas mañanas de junio del 95 me acerqué a la facultad para devolver unos libros de la biblioteca. Llegué más de una hora antes de que abrieran y me senté en el suelo, delante de la puerta; con la espalda apoyada en un pasillo que los estudiantes de esa época llamábamos el pasillo de Poltergeist, ya que nos recordaba a aquella escena de la película de terror de Spielberg en la que el niño asustado sale de su habitación y trata de llegar a la de sus padres, y el pasillo se hace cada vez más largo: para llegar a la biblioteca de Físicas había que adentrarse en un pasillo interminable, ridículamente estrecho (poco más de un metro de ancho); y al final de ese pasillo, metafórica y físicamente tirado en el suelo ante una puerta cerrada, yo esperaba leyendo La ciudad y los perros (1962). No sacaba la cabeza del libro y las penalidades que sufrían los estudiantes del colegio militar Leoncio Prado, se fundían en mi cabeza con mis propias penalidades de estudiante frustrado, con esa identificación de acero que sólo se puede sentir con el arte en la juventud y en la necesidad. Y Vargas Llosa había acabado de escribir ese libro con tan sólo 26 años, no podía creerlo.
Después leí (es posible que el orden no sea éste) los libros de relatos Los jefes (1959), Los cachorros (1967), y las novelas Conversación en la catedral (1969), Pantaleón y las visitadoras (1973), La tía Julia y el escribidor (1977), Elogio de la madrastra (1988) Lituma en los Andes (1993), y La fiesta del Chivo (2000).
Desde que Mario Vargas Llosa recibió el premio Nobel en 2010 me apetecía leer algo más de él. En la pasada feria del libro me acerqué un sábado por la mañana al Retiro para ver si podía comprarme otra obra suya y que me la firmara; pero había quedado una hora más tarde y en ese tiempo calculé que no iba a poder hacer la cola, que partía de una carpa, y llegar hasta el autor. Así que lo dejé pasar. Ya algunos años antes había hecho cola para que me firmara Conversación en la catedral, una cola razonable, de 10 minutos; pero quizás lo sorprendente es que en otra ocasión anterior, al pasear por la feria del libro descubrí a Vargas Llosa en una caseta contemplando la mañana, ninguna persona se acercaba para saludarle ni para que le firmara un libro. En esta ocasión compré Pantaleón y las visitadoras y pude decirle lo mucho que me había impresionado La ciudad y los perros, lo que significó para mí en aquel momento frágil de mi vida. Y creo que fue un lujo poder hacer eso.
He vuelto a Vargas Llosa, después de 3 ó 4 años, para leer La casa verde, su segunda novela, publicada en 1965, y escrita cuando el autor se encontraba entre los 26 y los 29 años.
La casa verde está considerada como una de las novelas fundacionales del Boom latinoamericano y, como el propio Mario Vargas Llosa apunta en una nota, firmada en 1998 y que precede a la edición que he leído, su principal deuda es con William Faulkner. La influencia del norteamericano abruma en la concepción narrativa de esta novela, que en cierto modo parece planteada como un alarde estilístico por parte del autor. Uno lee La casa verde pensando que un joven Vargas Llosa que no llega aún a los 30 años, pero que es ya conocedor del talento que posee, y que ya ha dado obras como Los jefes o La ciudad y los perros, se ha propuesto utilizar todas las técnicas modernas de escritura narrativa que ha asimilado de algunos de los más grandes del siglo XX; sobre todo de Faulkner, pero también de James Joyce.
Así en el primer capítulo de la novela podemos encontrarnos con párrafos donde las frases que los forman se encuentran entrelazadas. Por ejemplo, leemos en la página 18: “Y en eso brota un cacareo y un matorral escupe una gallina, el Rubio y el Chiquito lanzan un grito de júbilo, negra, la corretean, con pintas blancas, la capturan (…)”.
Aunque lo normal en la estructura es lo siguiente: cada parte (4 y un epílogo) tiene un primer capítulo donde la acción transcurre en un mismo espacio-tiempo, con innovaciones formales como la ya comentada de desordenar la lógica de las frases o bien ceder la voz narrativa a distintos personajes que además están contando lo sucedido a otra persona que no sabemos quién es. Y en los capítulos posteriores se suceden, dentro de cada uno, 4 ó 5 escenas, con personajes diferentes que al final, en mayor o menor grado, quedarán entrelazados.Dentro de cada escena existen, en realidad, dos escenas en dos tiempos narrativos distintos para esos personajes, y entre un tiempo narrativo y el siguiente no hay separación, el lector salta de uno a otro sin aviso; sólo lo ilógico de toparse con un suceso sin sentido le indicará que la escena ha cambiado.
Al llegar a un nuevo capítulo la terna de 4 ó 5 escenas (con dos tiempos narrativos distintos) se repetirá, pero el orden de enlace de las escenas de un capítulo con otro tampoco es lineal.
Y estas son principalmente los juegos técnicos de construcción del artefacto literario que se impuso el joven Vargas Llosa para acometer la escritura de su segunda novela. El empeño y el alarde son importantes, la ambición también; y el esfuerzo de lectura que solicita del lector acaba siendo intenso: en más de una ocasión el lector (o hablo de mí como lector, un lector de autobuses, trenes y cansancios nocturnos) acaba preguntándose cosas como ¿dónde va esta escena?, ¿estoy encajando bien esta pieza del puzzle propuesto, o la estoy colocando al revés?, ¿va esto antes que lo que leí 40 páginas atrás o va después?El lector también necesitará paciencia: hacia la mitad del libro, por ejemplo, un personaje da una paliza a otro, las causas que le llevan a ello las conoceremos unas 200 páginas más adelante.
Para un lector español existe otra dificultad añadida: el vocabulario que emplea Vargas Llosa es profundamente peruano, y a veces sirve para marcas las diferencias entre los peruanos que viven cerca de la selva o los que lo hacen en la costa. Así, por ejemplo, uno puede leer frases como esta: “Me picaron cuando me metí a la cocha a sacar la charapa que se murió.” (pág. 390) (Nota para un posible lector español: un “práctico” en esta novela no es médico, sino un guía fluvial, al igual que un guía selvático era un “rumbero” en La vorágine de José Eustasio Rivera; novela con la que La casa verde parece conversar en clave paródica).
Además el joven Vargas Llosa añade a su libro una dificultad más que me parece ya un poco tramposa: hay un personaje (Lituma) que en unas escenas se le llama por su nombre y en otras con el calificativo de “sargento”; así el lector tendrá que tener un poco más de paciencia hasta que comprenda que esos dos personajes (al principio) son en realidad la misma persona. También se nombra a dos lugares diferentes con el mismo nombre: La Casa Verde.Si no recuerdo mal ya ocurría algo así, aunque al revés, en La ciudad y los perros: dos personajes tenían el mismo nombre y pasé bastantes páginas hasta que me percaté de que eran, efectivamente, dos personajes diferentes.Este tipo de trucos narrativos están tomados directamente de William Faulkner: en El ruido y la furia también se juega a la confusión con dos personajes que tienen el mismo nombre.
¿Y de qué tratan las tramas y subtramas de La casa verde?La historia transcurre en dos escenarios principales: Piura, ciudad costeña rodeada por un desierto, y Santa María de Nieva, pueblo de la Amazonía. Lituma, piurano, es un sargento del ejército destinado en Santa María de Nieva, que regresará a su ciudad con una mujer que conoce en su destino en la selva. Esta mujer, Bonifacio, es de origen indio, y ha sido expulsada de la misión religiosa donde se formaba para ser monja.Fushía, de origen brasileño, recorre el río en un barco dirigido por el viejo Aquilino. Y los dos evocan el pasado de contrabandista de jebe (caucho) de Fushía.Don Anselmo, arpista, llega un día a Piura y pronto se convierte en un personaje muy popular, aunque pocos sospechan que su objetivo es montar el primer prostíbulo de la ciudad, la Casa Verde.Los inconquistables son unos jóvenes de Piura que se dedican a beber y vaguear, y que acuden a la Casa Verde (la segunda Casa Verde). Son los amigos que Lituma ha dejado en Piura.
Contado por mí, el resumen del argumento parece fácil.
Creo que por los comentarios que he escrito sobre la dificultad formal de esta novela podría parecer que no me ha gustado. En realidad, sí me ha gustado. Las escenas que escribe Vargas Llosa, aunque a veces nos cueste ubicarlas, están dibujadas con gran precisión y resultan dinámicas y evocadoras.El ritmo se hace más pausado y poético cuando se habla de Don Anselmo, y me atrevería a afirmar que otro joven escritor de un país vecino, Gabriel García Márquez, había leído este libro y asimilado estas páginas en su proceso creativo a la hora de construir una mitología propia en su Macondo y su Cien años de soledad, publicado en 1967.Cuando se habla de los inconquistables predominan los diálogos, y hacia el final Vargas Llosa nos acerca al discurso interior joyceino de la mente de Don Anselmo.
También podría apuntar, como me he percatado al recordar otras obras del autor, que Vargas Llosa tiende al tremendismo a la hora de dibujar a sus personajes: en la página 510 se habla así de Don Anselmo: “Robarse a una ciega, meterla a un prostíbulo, ponerla encinta. ¿Muy bien que hiciera eso? ¿Lo más normal del mundo?” También hay aquí chicas indias robadas por monjas de sus poblados para que sean las nuevas novicias, que son expulsadas del convento y acaban de prostitutas, etc.Pero estos personajes de folletín se sostienen por lo ajustado de la prosa de Vargas Llosa y la barroca arquitectura de la trama.
Como reflexión final voy a apuntar que quizás todos los alardes técnicos con que está escrita una novela como ésta y que, como ya he dicho, requieren un esfuerzo intenso del lector, consiguen que percibamos a los personajes desde una distancia gaseosa y que disminuya nuestra posible identificación con ellos, frente a una estructura menos retorcida. No obstante, al llegar al epílogo, donde podemos despedirnos de todos los personajes, sí he sentido la emoción de haber realizado con ellos un extraño y vivo viaje. Así que, a pesar de los briosos obstáculos a saltar, el puzzle de esta novela (aunque las mejores del autor me siguen pareciendo La ciudad y los perros y Conversación en la catedral) se ha conseguido ordenar correctamente en mi mente.