Siendo niño, desde hace más bien mucho, mucho tiempo, mi padre solía comprar castañas con las que calentaba las manos, el estómago, el gusto y el placer. También (serán cosas de la edad, de la memoria retrógrada, entiéndase bien), recuerdo la llamada castanyada que se celebraba en Cataluña, el día de Todos los Santos, campando la inocencia y la amistad en su plena expresión.
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