Revista Cocina

La causa de mi ausencia

Por Bouquetgarni
Les garantizo que me encantaría poder decirles que estos días en los que, prácticamente, no he asomado las narices por aquí o por las redes sociales es porque me la he pasado de maravillas, liberando endorfinas a todo vapor, en una playa de la Polinesia, de ésas que te quitan el aire de tan bellas. Comparándolo con el presente, ¡qué bueno hubiera sido! Pero no... De buenas a primeras, Felipe - nuestro amado perro - comenzó a sentirse mal y con tos, de ésa que llamamos comúnmente "tos de perro" por su sonido cargado. Amamos a Felipe, y digo "amamos" porque así es. No me interesa utilizar el verbo amar con cautela, reservándolo para ocasiones especiales porque cuando quiero a alguien (o algo, como a mi profesión o mis diversas actividades) con amor genuino de buena cepa, no lo quiero, lo amo con todas las letras. Será que mi segunda lengua es el inglés que siempre me maravilló por su justeza y equidad en los términos (lo cual no quiere decir que la lengua española no sea de las más bellas, ricas y musicales del planeta; por  favor, que quede claro). Y amar no es lo mismo que querer, ni en inglés ni en español; por eso, amamos a nuestro perro. 
Pero, mejor vuelvo al tema porque, sin darme cuenta, me he ido por las ramas... Les decía que Felipe tuvo que visitar de emergencia a su veterinario y todo terminó (o comenzó, debería decir) en inflamación bronquial y un soplo en la válvula mitral que no revestían más complicaciones que un medicamento de por vida para el corazón y un tratamiento para el broncoespasmo. Pero, la cosa no terminó allí. No, no. ¡Qué va! Al otro día, empeoraron los dolores, apareció el llanto que nos partía al medio de impotencia y la cosa derivó en operación de urgencia de la cadera. Dos días de internación. Dos días de llorar como niños porque sentíamos que nos necesitaba y no estábamos para él, aunque lo visitábamos un par de veces al día (insensibles, abstenerse de dejar comentarios y de continuar leyendo, por favor). Más de una semana de darnos vuelta la vida porque el perro no podía caminar mucho y menos subir escaleras, cuando vivimos en una casa de 3 pisos, cuya planta baja no fue diseñada para la residencia (y, tema aparte, nuestro perro  - por gusto propio - se la pasaba para arriba y para abajo todo el día). No importa; hay mucha gente que la pasa peor que acomodarse en un rincón del garaje. Esto es temporal y se supera. Mudamos lo imprescindible para estar más o menos a gusto (y para que él lo estuviera), nos turnamos para cuidarlo y todo encaja, tiene sentido y cierra si Felipe mejora. Sin embargo, como en el juego de la oca o cualquier otro juego de mesa en el que uno avanza o retrocede según en qué número cae el dado, adelantábamos un casillero y volvíamos atrás tres o cuatroy hasta cinco!)...
La causa de mi ausencia
A esta altura de la situación, ya era bastante jaleo como para pedir más; sin embargo, el perro no comía, no bebía y casi no se movía. Entonces, sumémosle 5 días de peregrinaje a la veterinaria para que le inyectaran suero, antibiótico, analgésico y cuanta cosa se les ocurra en sesiones de 4 horas (mínimo). Se solucionaba esto y aparecía algo nuevo o, peor, se sumaba otra dolencia sin haber resuelto una anterior. Entonces, Felipe tenía ceguera parcial; podía ser temporal por el estrés de la operación y por pasársela más en una camilla de veterinaria que en su casa o podía ser permanente con todo lo que conlleva.
Más suero, más antibióticos, el perro que casi no come (aunque le demos de a trocitos en la boca), síntomas de dolor que no calma ningún analgésico, estudios de sangre, electrocardiograma, placas radiográficas, ecografías...
La causa de mi ausencia
Seis días más de nuevo tratamiento y visita a la veterinaria (ésa que había que dejar de frecuentar para que se le redujera el estrés y con ello, tal vez, la ceguera), echado y quejándose de molestias, como perdido, como ausente, pidiendo cariño y socorro permanente. Más impotencia y más llanto. Más visitas al médico, más radiografías y ecografías. Esperanzas que duraban algunas horas, pequeñas mejorías que nos hacían sentir que se podía, que lo lograría. Sin embargo, el perro presenta infección interna en la herida de la operación que, por fuera, avanzaba hacia el éxito. Además, inflamación en el páncreas, que no es pancreatitis (o sí); pero, que si lo fuera, podría llevarlo a la muerte. Obstrucción intestinal. Es eso: obstrucción intestinal. Nueva internación por 24 horas para aliviar los dolores, para ayudar a mitigar su sufrimiento, para combatir el nuevo cuadro. Y, finalmente, después de días de luchar y luchar, el corazón de Felipe dijo basta, internado en la veterinaria. Doble paro cardíaco que se lo llevó de un plumazo. Ni siquiera pudo morir en casa... Más llanto, más tristeza, más desazón, más impotencia.
La causa de mi ausencia
Sé que quien no tiene una mascota querida, que forme parte de su familia, no va a saber entenderme. Y lo comprendo porque todos, alguna vez, hemos sido no-dueños de animales. Sin embargo, los felices dueños de mascotas sabrán entenderme, sentir empatía o poder ponerse en mis zapatos en este momento porque ya lo han vivido o porque pueden imaginarse en esta situación y se les estruja el corazón mientras se les llenan de rabia las entrañas.
Felipe llegó a nuestras vidas una hermosa tarde de otoño de hace 5 años. Estábamos disfrutando en una plaza y se sentó a mi lado, mirándome por sobre el hombro (una costumbre que mantuvo hasta sus últimos días),como diciéndome "Aquí estoy". Allí se quedó un buen rato; después se echó junto a una familia y creímos que se trataba de su perro. En esa plaza - aunque la ordenanza municipal prohíbe que los dueños paseen a sus mascotas sin correa - es muy habitual que la gente que considera a su perro como inofensivo lo deje corretear libremente. Creímos que Felipe no estaba solo sino que pertenecía a alguna de las tantas personas que andaba por allí esa tarde. Al rato, volvió a sentarse a mi lado y no se movió más. Cuando la plaza se fue despoblando y el grupo familiar que creíamos era su dueño despareció sin llevárselo, comprendimos que Felipe era un perro callejero sin prosapia y sin dueño. Hacía 6 meses había muerto de manera trágicanuestro perro, un Golden Retriever, y nos habíamos prometido no volver a tener mascotas porque la pasamos muy mal durante los 3 días de incertidumbre y agonía de Hank (así se llamaba); sin embargo, una amiga nos insistió para que lo recogiéramos porque estaba solito, era muy tierno y no se despegaba de nuestro lado (la misma amiga que lo bautizó Felipe). Lo trajimos a casa, pero con la condición de regresarlo al día siguiente a la plaza para ver si sus dueños, tal vez preocupados o desesperados por su ausencia, iban a buscarlo. Allí nos pasamos todo el día y nadie reclamó a Felipe. Desde entonces, se unió a la familia. Veterinario para que le efectuara un chequeo general y decidiera si necesitaba algún tratamiento. Las vacunas de rigor y una revisión porque tenía una marca en el cuello, donde no le crecía el pelo, - aunque quedaba disimulada con los rulos del pelaje - de un collar o cadena (tal vez una cuerda) que lo había lastimado, dejándole esa cicatriz permanente. La cadera mostraba signos de haber recibido un golpe (quizás, sobrevivió a un accidente automovilístico o de una moto; tal vez, una patada de algún malnacido); pero, se la veía razonablemente bien porque el perro no cojeaba y saltaba en dos patas sin problemas.
La causa de mi ausencia
Durante 5 años, Felipe nos llenó de luz, de alegría, de amor desinteresado, de ternura. A veces, me preguntaba si sería feliz y deseaba que fuera la mitad de lo dichosos que nos hacía sentir. Entonces, él se acercaba al trotecito y sin que lo llamáramos, moviendo la cola con su rostro jovial y su mirada tierna. Hoy una amiga me decía: "Ahí tenés la respuesta. Era muy feliz". Felipe tenía la mirada más tierna del mundo y si, en efecto, la mirada es el reflejo del alma, nuestro perro tenía el alma más pura y bella del universo. Buscaba cariño todo el tiempo, era amoroso, atento y muy perceptivo. Si yo no estaba bien de ánimos, ahí estaba él para que le hiciera mimos, porque Felipe no daba "besos" como el común de sus congéneres; sin embargo, se aseguraba de hacernos sentir queridos con otros gestos. Compañero de juegos y de momentos de calma, se sentaba a custodiar el brócoli y la coliflor mientras se cocían, esperando recibir premio. Cuando trabajaba en la cocina, en la preparación de algún plato, él sabía que tenía vetada la entrada; entonces, me esperaba con actitud de ratoncito agazapado, mirándome a través del flequillo, a que lo autorizara una vez terminada mi tarea. Era muy inteligente, tanto que hacía caso cuando le parecía, pese a que entendía perfectamente lo que se le pedía, poniendo cara de "No voy a ir aunque me llames mil veces". Además, tenía la capacidad de jugar a las peleas con mi marido y, al mismo tiempo, dejarse acariciar y mostrarse tierno conmigo, retomando su rol de "cazador" en cuanto dejaba de hacerle mimos (mi esposo llamaba a ese juego la contienda de Clouseau y Cato, en alusión a los personajes de las películas de La Pantera Rosa, con Peter Sellers como protagonista, quienes se sorprendían y atacaban cada vez que se presentaba la oportunidad; sólo que en casa nadie terminaba lastimado). Así podría seguir un rato largo describiendo sus virtudes y escasos defectos: nunca rompió nada ni cobró venganza si tenía que quedarse solo por algunas horas, por ejemplo. Dicen que los perros rescatados son más cariñosos y agradecidos que otros perros. No sé si eso realmente es así, pero sé que mi perro lo era. De hecho, si Felipe hubiera sido humano, diríamos que era un gran tipo. Eso es seguro...
Ante todo lo que ha pasado, me siento tentada a reclamar porque sólo pudimos disfrutarlo 5 años; sin embargo, elijo agradecer que haya pasado por nuestras vidas durante ese tiempo para hacernos mejores personas (y dueños de mascotas), llenarnos de su luz y colmarnos de amor verdadero, de ése que no especula, no espera nada a cambio, que es generoso y desinteresado. No me malinterpreten; no coloco a Felipe a la altura de una persona y el dolor que nos puede generar su pérdida prematura o repentina. Simplemente, les cuento que perdimos un miembro de nuestra familia de manera repentiva (y, hasta me atrevo a decir prematura) y que estamos intentando hacernos a la idea, luchando con el vacío que nos ha dejado y retomando la vida diaria como podemos.
Esta ha sido la causa de mi ausencia durante estos días. Por esta causa, no he publicado recetas, no he respondido comentarios o consultas ni he visitado otros blogs. Además, en medio de una situación tan estresante y dolorosa como la que me ha tocado vivir tuve que soportar un diagnóstico de posible cáncer de mama que terminó en NO, pero que me hizo pasar por las mil y unas antes de elloNo les quito más tiempo y les agradezco por acompañarme hasta aquí, permitiéndome hacer de mi tristeza una carga un poco menos pesada.
La semana próxima comenzaremos con las recetas navideñas, con dos publicaciones semanales como se ha hecho costumbre durante esta época del año. Nos reencontramos el lunes. Hasta entonces, les deseo lo mejor. Disfruten junto a sus seres queridos y experimenten en la cocina.
Textos y fotografías: ©Bouquet Garni Recetas
La causa de mi ausencia

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