Revista Opinión
No hay más ciego que el que no quiere ver. Hosni Mubarak se aferra al poder sin darse cuenta de que su tiempo ha tocado definitivamente a su fin. No supo intuir, ni detectar el deseo de democracia y libertad que corre por las calles de El Cairo y ahora no sabe decir adiós, ni escuchar la voz de su pueblo. Los Gobiernos de Yemen y Jordania, temerosos ante el efecto dominó que tiene este estallido por el cambio, han dado unos pasos hacia adelante, tan tibios como testimoniales, ante el convencimiento de que después de lo ocurrido en Túnez y Egipto más pronto que tarde también les llegará su turno. La incapacidad de Hosni Mubarak para asumir su derrota sólo es equiparable al papelón que le está tocando jugar a la diplomacia internacional; han pasado de negar la mayor, a reconocer que debe haber movimientos en los Gobiernos corruptos del norte de África y sólo ante la evidencia de la catástrofe han defendido la necesidad de una transición. Por supuesto, ninguna embajada ha sido capaz de captar el sentimiento de desesperanza y frustración que durante años se ha ido consolidando en países que consideraban controlados por Gobiernos amigos, que incluso eran miembros de la Internaci0nal Socialista, entre ellos Mubarak y Ben Alí, en Túnez.Es cierto que ahora les han expulsado de este selecto club, pero es igualmente cierto que durante años les han protegido, como si fueran hermanos en lugar de denunciarles por dictadores y corruptos. Estados Unidos y Europa nunca han sabido elegir bien sus alianzas fuera del llamado mundo occidental y han optado siempre por gobiernos poco sensibles a los principios de democracia y la libertad. No es fácil ver cuando se cierran lo ojos ante la evidencia y esta afirmación es tan válida para lo que ocurre en el norte de África como en España. La imagen de Zapataro, firmando el mal llamado pacto social con la patronal y las centrales UGT y CC.OO el mismo día en el hemos sabido que en enero más de 130.000 personas han perdido su empleo, es, cuando menos, poco afortunada. Están perdiendo la credibilidad y la confianza de la ciudadanía, a la que no pueden engañar con falsas promesas sobre las bondades de la reforma del sistema de pensiones o la reforma del mercado laboral aprobada hace unos meses.