Revista Comunicación

La cena de navidad

Publicado el 21 diciembre 2016 por Jose Salgado @exelisis

Este va a ser uno de esos post que está redactado en dos partes, o como mínimo esa es la idea con la que empiezo y para no irme por los cerros de Úbeda o alguna población con cualquier acepción similar lo mejor es que me ponga a escribir y deje de de pulsar teclas.

Hace exactamente dieciséis años que no voy a ninguna cena de navidad de empresa y la verdad es que no lo había añorado hasta hoy que por avatares de la vida me veo invitado a una de ellas. Mi reacción normal habría sido declinar amablemente y poner alguna excusa peregrina para evitarme este trance, pero como hay que ser educado y soy consciente de que esto no es algo que se ofrezca a la ligera a un proveedor y sumado que mi socio había confirmado su presencia me he visto medio forzado a decir que sí y aquí estoy, en el bar de delante del sitio dónde se celebra el ágape.

Por supuesto, como neurótico que soy he llegado una hora antes y esto me da tiempo para pensar y reflexionar. Lo primero que he recordado es porqué no las echaba de menos y es por una razón muy sencilla y es que me provocan una ansiedad tremenda. Quizás sea que odie hasta lo más profundo de mí la Navidad, no por lo que representa sino como se representa, y las cenas de este estilo tienden a ser lo mismo. Personas que no se soportan son de golpe amigos del alma, comidas y conversaciones que no van conmigo porque, y esto más es envidia que otra cosa, no se charlar sobre temas intrascendentes o que no me interesan: o me gusta algo o desconecto con una velocidad que ya me ha costado más de una bronca con mis amigos.

Si este contexto no motivara al Scrooge que llevo dentro, la cena se hace justo al lado de donde estaba ICTnet. No sabéis la cantidad de recuerdos que me vienen a la cabeza desde el primer día que vine aquí para que Pol me hiciera una entrevista. Las historias que vivi allí dentro, de los retos que afrontamos, de los problemas y de casi ocho años que serían doce si contamos también los que pasé cuando Viadeo nos compró.

Una oficina en el centro de una ciudad que serías incapaz de nombrar si te tuvieras que guiar por el idioma de la gente que pasea al lado tuyo: rusos, alemanes, ingleses, franceses, las pocas veces que podías oír hablar en catalán o castellano es cuando nos tomábamos el desayuno en el Bar Gloria, el mismo en el que estoy ahora, mirando los ventanales que dan a la puerta del hotel que espera que entre y me demuestre a mi mismo que he superado estas fobias que siempre me han atenazado.

Según se rumorea, esta es el evento más especial de esta empresa, están las sillas asignadas en función de variables que desconozco pero que no niego que me aterrorizan, hay espectáculo -que espero no ser yo ni tener nada que ver con él- y la verdad sea dicha, he tenido la sensación de esfuerzo por los organizadores con lo que el rumor bien puede estar en lo cierto.

Tengo sentimientos encontrados, sumado a los recuerdos que me trepan por la espina dorsal para llevarme a un pasado que no volverá, tengo la lluvia que no hace más que jugar en mi contra de centrarme en el presente porque no creo que haya más melancólico que un día gris, frío y lluvioso para dejarte vulnerable a cualquier sentimiento. Por si esto no fuera suficiente, el socio -el mismo que dijo que si- está enfermo y no va a venir así que voy a estar yo como representación, algo que me gusta tanto como una puñalada en la séptima intercostal.

En contraposición, no puedo negar que las veces que nos han preguntado si veníamos han sido muchas y con una intensidad que casi pensaba más que me estaban gastando una broma, pero han llegado al punto de enviar WhatsApp a mi socio al saber que tenía que excusar su asistencia por motivos de dolencia gástrica. Quizás finjan, quizás sea un cínico, quizás busco argumentos para levantarme e irme a casa, pero no puedo negar que parecían sinceros.

Intento focalizarme en ser positivo, en visualizar la escena de una forma que sea a la par gratificante y que a su vez me ayude a salir de mi zona de confort, zona que valga la redundancia es de puro confort y me ha costado casi diez quinquenios construirla. Si fuera Edward de Bono podría usar alguno de sus sombreros y pensar con otro tipo de aproximación, siendo más positivo, pero la maldita lluvia sigue martilleando en escaparate susurrando frases de los fantasmas del pasado, y joder que frases más buenas, se diría que han estudiado en la Universidad del Linkbait.

Aunque toda estas reflexiones, este incipiente dolor de cabeza que me está dando de darle vueltas a todo no van a servir de demasiado. Me guste o no, voy a ir, voy a entrar y me va a tocar lidiar con lo que sea que ocurra, con lo que no tiene demasiado sentido ofuscarse con mis fobias, mis ansiedades, en cuarenta minutos estaré sentado en una mesa rodeado de gente y pensar que me puedo escapar es un ejercicio más de realismo mágico que de practicada.

Esperando en el bar me pregunto si soy el único que llega con demasiada antelación o quizás veré como unos cuantos con al gen de ir con tiempo de sobras, modalidad campeón del mundo, se acumulan en la puerta y buscan con la mirada perdida que llega alguna persona para tener algo de que hablar y no ser un peatón parado en la acera mientras el agua le empapa todo el traje, corbata incluida.

Me he cansado de torturarme mirando la lluvia dibujar lágrimas en el cristal y me he dedicado a cotejar mi memoria con el presente y la verdad es que el bar ha cambiado muy poco, de hecho lo poco destacable es que no queda ningún camarero de los que existían hace muchos años. El ascensor sigue en su sitio y la mesa que estaba al final de la escalera la han quitado para dejar espacio para una nevera de vinos y un armario para platos y copas. La música ambiente mantiene el nivel de hace años, lo cual es un reto porque si después de tres años no ha mejorado el gusto musical la probabilidad que mejore en el siguiente tiende a cero, pero quitando estos pequeños detalles el bar sigue igual que antes y lo único que parece haber cambiado soy yo, por mucho que me aferre al pasado.

Casi tres años dan para mucho, he aprendido nuevas cosas, he mejorado mis tics, y he perdido muchos miedos asegurándome de mantener unos cuantos para poder mantener parte de mi esencia. Pero definitivamente no soy el mismo que se pedía un Vichy Catalán y un bocata de queso a las ocho y media de la mañana después de pulsar un botón que enviaba casi doce millones de mensajes, para volver a subir y mirar como se comportaban casi cien mil almas en ese universe de ceros y unos que es internet.

Lo que su puedo asegurar, y es uno de mis miedos mejor guardados, es mi fobia social que lleva conmigo desde que nací, lo cual es una obviedad, pero que también me ha ayudado a ser capaz de no interactuar y centrarme en observar como se comportan las personas para encontrar patrones, fortalezas y debilidades, no para usarlas en su contra, sino para que mejoren y den un paso adelante y se conviertan en lo que realmente pueden llegar a ser y no la versión conformista que han adoptado de ellos mismos.

Queda media hora y por si me equivocado he vuelto a mirar le horario, en media hora es cuando se ha quedado, pero la cena es sobre las nueve y media. Yo que me enamoré de los horarios europeos a esas horas estoy ya en estado de bulto sospechosos, menos mal que he tenido a bien pedirme un café para estar más o menos despierto porque esta noche he dormido poco, entre yo que voy convertido en un manojo de nervios y mi hija que tenía el estómago como representante de los gaiteros, la verdad es que no es tanto si tengo ojeras, sino que si hay algo más aparte de ojeras en mi cara.

Creo que va siendo hora de que me levante y vaya a la cena y lo de ser un post escrito en dos turnos creo que no va a ser, llevo casi mil quinientas palabras y no es plan de aburriros demasiado con historias que mezclan alcohol, navidad y trabajo. Voy a levantarme, voy a pagar, y que sea lo que Dios quiera.


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