Revista Cultura y Ocio

La certeza “matemática” de ser valorado por sus propios méritos

Publicado el 09 julio 2014 por Desequilibros
Las matemáticas son una gran conquista del espíritu humano, pero al servicio de la deshumanización de una sociedad o una economía álgidamente perfectas pueden ser muy muy peligrosas...
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Vuelve el interés por Hans Fallada (1893-1947, seudónimo de Rudolf Wilhelm Friedrich Ditzen) que en sus libros nos hace vivir la atmósfera en Alemania en los años de la República de Weimar que acabaron con la llegada de Hitler al poder.
Este escritor alemán fue traducido en España en los años treinta, pero ahora tenemos ediciones recientes de sus libros: quizá porque nos hablan también de nuestra época, con sus recetas para “racionalizar” las empresas y las economías de países enteros, y su ilusión de presuntas certezas matemáticas, como las de los modelos financieros que fueron una causa importante de la crisis económica iniciada en septiembre de 2008 (descrita genialmente en la película Margin Call o El precio de la codicia).
La certeza “matemática” de ser valorado por sus propios méritosLa Alemania de los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, aun con las consecuencias de la derrota, era el país pionero en la aplicación de la racionalización matemática, con técnicas de vanguardia, por ejemplo, en el control estadístico de calidad y la organización de las redes de almacenamiento y distribución en la industria o en los flujos del servicio postal.
Fallada nos explica cómo esta mentalidad empapa la vida de cada día de los alemanes en su novela Pequeño hombre, ¿y ahora qué?: un día el protagonista, al volver a casa, cuenta a su mujer, a la que llama afectuosamente Corderita, que hay novedades en Mandel, la tienda (con muchos dependientes) en la que trabaja:
– Han contratado a un supervisor. Se encargará de reorganizar toda la empresa, medidas de ahorro y tal.– Pues en vuestros sueldos no pueden ahorrar.– Cualquiera sabe lo que piensan ellos... Ya se le ocurrirá algo. Lasch ha oído que va a cobrar tres mil marcos al mes.– ¿Qué? –Exclama Corderita–. Tres mil marcos, ¿y a eso llama ahorrar Mandel?– Sí, pero él tiene que ganárselos, ya encontrará el modo.– Pero ¿cómo?– Dicen que en nuestra empresa van a poner a cada vendedor una cuota fija, tanto y cuanto tienes que vender, y el que no lo consiga, a la calle.– ¡Me parece una canallada!¿Y si no acuden clientes? ¿Y si no tienen dinero? ¿Y si no les gusta vuestro género? ¡Eso no debería estar permitido!– Pues lo está – recalca Pinneberg –. Y están todos enloquecidos. Lo llaman razonable y ahorrativo, así averiguan quién no vale. Todo es una mierda. Lasch, por ejemplo, está un poco asustado. Hoy mismo ha comentado que como verifiquen su talonario de ventas, estará todo el tiempo atemorizado por si lo consigue o no... y entonces de puro miedo no venderá nada.– Además eso da igual – dice Corderita echando chispas –. Aunque él realmente no venda tanto ni sea tan eficaz, ¿qué clase de gente es esa que por ese motivo arrebata a una persona cualquier posibilidad de ganancia, de trabajo y de alegría de vivir? ¿Acaso pretenden borrar del mapa a los más débiles?¡Mira que valorar a una persona por los pantalones que sea capaz de vender?– ¡Madre mía! – exclama Pinneberg –, hay que ver cómo te pones, Corderita...– Es verdad, esas cosas me sacan de mis casillas.– Pero ellos dicen que no pagan a una persona por ser buena, sino por vender muchos pantalones.– Eso no es cierto – arguye Corderita –. Eso no es cierto, chico. Ellos quieren que las personas sean decentes. Pero lo que hacen ahora, con los obreros ya hace mucho y ahora también con nosotros, es crear un montón de animales feroces, y ya verán lo que es bueno, chico, te lo aseguro.– Desde luego que lo verán –. La mayoría de nosotros ya son nazis.
¿A eso llama ahorrar Mandel? – exclama la protagonista ante el supersueldo del nuevo fichaje. La ironía un poco amarga de Fallada se vislumbra a través del encantador personaje de la protagonista. Pasa un poco de tiempo y del nuevo “manager” (como diríamos ahora) no hay noticias; pero en realidad está estudiando, y al fin llega con su receta para el éxito:
Enero, sin embargo, fue un mes sombrío, oscuro, depresivo. En diciembre, el señor Spannfuss, el nuevo supervisor de la firma Mandel, se había limitado a estudiar por encima la empresa, pero en  enero empezó su labor a pleno rendimiento. El cupo de ventas para cada vendedor, su recaudación, quedó fijado en confección de caballeros en veinte veces el salario mensual. El señor Spannfuss lo justificó con un breve discurso, aduciendo que obraban así en interés de los empleados, pues ahora cada uno de ellos tendría la certeza matemática de que sería valorado por sus propios méritos.

– ¡Se han terminado las zalamerías y las adulaciones, la coba a los superiores, tan perniciosa para la moral! – exclamó el señor Spannfuss
–. ¡Denme su talonario de caja y sabré qué tipo de hombre son!
Para saber los efectos de tanta certeza matemática y moral en el pequeño mundo de los protagonistas hay que leerse la novela (publicada ahora por la editorial Maeva, de cuya traducción hemos citado); como acabamos de ver, en esta novela, publicada en el 1932, Fallada alude discretamente a la adhesión al nazismo (y en la misma conversación, más adelante, se alude a la alternativa de entonces, el comunismo).
Pero volviendo a la cuestión general, querría recordar que la matemática industrial alemana ayuda a explicar la perfecta organización de la red de campos de concentración y de la operación de deportación y eliminación física de la Alemania nazi –ayudada por la tecnología de la información proporcionada por una filial alemana de la IBM (interesante lectura al respecto es el libro IBM y el Holocausto, de Edwin Black, en castellano publicado por la editorial Atlántida de Buenos Aires, 2001).
Otro ejemplo importante pero menos estudiado es la Unión Soviética que en los años treinta vivió una industrialización acelerada.
Las matemáticas son una gran conquista del espíritu humano, pero al servicio de la deshumanización de una sociedad o una economía álgidamente perfectas pueden ser muy muy peligrosas...
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Ana Millán Gasca.
Investigadora en Historia de la Ciencia y de la Técnica.Profesora de matemáticas del Departamento de Educación de la Universidad Roma IIIAutora de Euclides. La fuerza del razonamiento matemático y de El mundo como juego matemático (escrito con Giorgio Israel), ambos publicados con la Editorial Nivola.

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