El universo del mítico autor de novela negra francés, Georges Simenon, y creador de uno de los inolvidables personajes de la literatura universal, el comisario Maigret, no ha cesado adaptarse al cine y la televisión desde los años 30. Sus obras, plagadas de brillantes análisis psicológicos, tramas sencillas y hombres y mujeres, siempre al borde del abismo, constituían para un actor y director tan inquieto, como Mathieu Amalric, el terreno perfecto para una nueva incursión cinematográfica y, por si fuera poco, segunda selección como director en el festival de Cannes (sección Un Certain Regard).El prolífico escritor, autor de más de 200 novelas (reconozco una irresistible preferencia por sus escritos autobiográficos, que se devoran, con tanto, o más interés, que cualquiera de sus novelas negras) tenía claro que su pasión en la vida no era la escritura sino el sexo femenino.Autoproclamado amante de 30.000 mujeres en su vida… evidentemente, cifra difícil de comprobar, el caso es que el autor tenía suficiente experiencia para tratar el tema con una variedad de testimonios directos y aventuras erótico-festivas que ya quisieran para sí muchos psicólogos, sexólogos y estudiosos del alma del bello sexo.Simenon escribió, en tan sólo unos meses de 1963, La habitación azul, una novela sin Maigret, que describe un banal adulterio de provincias pero que presenta, de manera magistral, una pasión devoradora, destructiva y sin límites. Un libro repleto de diálogos, idas y vueltas entre el pasado y el presente y dos protagonistas interesantísimos.Mathieu Amalric, gracias a la complejidad del productor Paulo Branco(¿qué haría gran parte de l cine mundial sin locos maravilosos como él o Lluís Miñarro?), ha sabido llevar a buen puerto una película de muchas “S”. Evidentemente, Simenon y serie negra, casi azabache, pasiones, sospechas, vecinos curiosos, citas clandestinas, jueces inquisidores y, al mismo tiempo, deseosos de poder esclarecer y comprender la realidad.S de sexo, explícito, reivindicado como motor de la vida de, al menos, uno de los protagonistas, y que resulta absolutamente natural en la gran pantalla, quizás, gracias al hecho de que la pareja protagonista también lo sea en la vida real (Stéphanie Cléau). Y mucho suspense en una historia brillantemente adaptada al cine y dirigida con mano firme, elegancia y ausencia de artificios.