Chipre se salva de la quiebra, pero pone a sus ciudadanos en el punto de partida de una loca carrera hacia la ruina económica. Bienvenidos. Y de ésta a la ética solo media un pistoletazo. No faltó el desaguisado y la improvisación. Esta vez de la mano del presidente del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem, quien dejó caer a Reuters y Financial Times que la receta aplicada en Chipre será la que se prescriba a partir de ahora a otros países en situación similar. Sus palabras cayeron como un mazazo y la reacción no se hizo esperar: las bolsas, sobre todo las española e italiana, se desplomaron ayer ante la evidencia de que tener el dinero en el banco es bastante parecido en resultados prácticos a dárselo en mano a un ladrón. Para evitar que la tormenta se convirtiera en tornado y que que saltara por los aires lo poco de credibilidad que le queda a las autoridades europeas y monetarias, y viceversa, una breve nota desmentía al (ir)responsable europeo asegurando que la solución final dada por Bruselas al capítulo chipriota se ha hecho a medida y que no se utilizará dicho modelo o plantilla para otros países. Pero la semilla germinó rápido y España, Italia o la todavía más empobrecida y rescatada Grecia volvieron a sentir desde el borde del abismo la brisa que se eleva desde la sima.

