No es la primera vez que protagoniza un poema. Pero sí la primera que lo es sin saberlo. Sin conocer al autor. Protagonista de un poema con efecto retroactivo de otro universo paralelo, de otra vida, de otra existencia posible. Como la Olivia morena de Fringe. Hoy se ha levantado enigmática. Ya ven. Pero es que no es para menos. Ya les advirtió que a veces le ocurren cosas mágicas. Su sonrisa, que es un arma de construcción masiva. Ha de ser.
Hace unos días iba de camino al centro y se sienta, en el metro, al lado de un señor de mediana edad cargado de maletas que le pregunta en qué parada debía bajar para dirigirse a su hotel en la Gran Vía. Ella bajaba en Colón así que se ofrece para acompañarle un tramo. Se despiden.
Al día siguiente. Diferente línea. Diferente horario. Diferente destino. Le vuelve a encontrar en la salida del metro de Facultats de camino a su trabajo en la universidad. Duda entre si saludarle o no. Al final, tropiezan en las escaleras. “Hola, le dice. ¿Encontraste el hotel?” El señor la mira perplejo y evalúa las posibilidades de que aquella mujer menuda le arrebate la cartera. “Soy la chica de ayer”, responde ella.
El señor sonríe aliviado y con un fuerte acento francés le dice: “Ah, como la canción”. Ella le devuelve la sonrisa y se encoge de hombros y él aprovecha para preguntarle por la calle Jaume Roig. Le da la mano. “Gracias, me llamo Jean. Encantada, yo soy Sònia”. Y se separan puesto que van en direcciones opuestas.

Al cabo de los días recibe un mensaje desde Suiza en su Facebook con un poema adjunto. Un poema escaneado de un libro titulado “La chica de ayer” sobre una chica de Valencia de ojos color miel. Estaba fechado en mayo de 2013. Imaginen su pasmo. Imaginen ahora la sorpresa del autor que se encuentra de bruces con su poema. Espera no haberle defraudado. La dibujaron así.