Revista América Latina
Cada vez hay más chinos urbanitas, el clima está cambiando rápidamente y el petróleo se está acabando, lenta pero inexorablemente. Estos tres eventos, que no parecen estar relacionados con el derecho a la alimentación, van a afectar a la alimentación de los habitantes más pobres y vulnerables de América. Y digo bien, América, y no sólo América Latina y el Caribe, porque en esta predicción incluyo también a los 8 millones de hambrientos de Estados Unidos. Por si no lo saben, en Estados Unidos hay mucha gente que no come suficiente todos los días del año. Y quieren exportar un modelo democrático al resto del planeta. En fin…
Los millones de chinos que emigran del campo a la ciudad cambian progresivamente sus tradicionales hábitos alimenticios, y comen más carne de pollo y cerdo y más productos lácteos, lo cual está impulsando drásticamente la demanda de cereales para pienso de animales (sobre todo, maíz). Y los chinos siguen creciendo, en gente y en desarrollo económico, y cada vez van a necesitar más comida. Y ya no quieren sólo arroz y vegetales; ahora quieren comer más cerdo y ternera. Que necesitan más granos para pienso. Esos granos básicos, que son parte fundamental de la dieta de los pobres, van a seguir teniendo una demanda alta en el mercado mundial, tanto para pienso para animales como para biocombustibles. Los granos básicos van a seguir subiendo. Se acabó la época de la comida barata.
Por otro lado, el cambio climático va a cambiar las pautas tradicionales de lluvias y estaciones, haciendo que llueva menos y más erráticamente en las zonas tropicales de América Latina, acortando los periodos de crecimiento de los cultivos y haciendo que produzcan menos alimentos. Centroamérica ha sido definida como una de las áreas que van a ser más afectadas por el cambio climático, y será a peor. Es decir, que los pequeños hogares de campesinos latinoamericanos que dependen todavía mayoritariamente de la producción agropecuaria tienen un futuro por delante que no es demasiado optimista: sequías más frecuentes y largas, como la que tenemos ahora en la zona, más huracanes e inundaciones.
Si a esto se le añade el espectacular desarrollo de los biocombustibles, como alternativa de futuro al agotamiento de las reservas de combustibles fósiles, tenemos que el panorama rural de la región va a cambiar bastante y rápidamente en la próxima década. Los biocombustibles no parecen favorecer el crecimiento económico de los pequeños hogares rurales pobres: más bien alientan una mayor concentración de tierras en manos de los agro-negocios, promueven el éxodo rural, contribuyen a la deforestación y a la extensión de los monocultivos.
De ahí que lo que comen los chinos, el cambio climático, que es real, y la crisis del petróleo sean tan importantes para la alimentación en nuestra región latinoamericana.
En este escenario poco alentador para los hambrientos de la región, el derecho a la alimentación se está consolidando poco a poco como una de las herramientas más poderosas para conseguir que todos los americanos coman bien tres veces al día al menos.
Ahí donde las consideraciones técnicas (seguridad alimentaria), políticas (soberanía alimentaria), morales (principios éticos y humanitarios comunes a todas las religiones) y financieras (escasos fondos para las áreas rurales donde viven la mayoría de los hambrientos) no están consiguiendo avances en la lucha contra el hambre, estamos poniendo nuestras esperanzas en que las consideraciones legales y de derechos humanos puedan servir de catalizador para que una región que produce alimentos para el resto del planeta pueda al menos alimentar a su propia población. No podemos permitir que una región excedentaria albergue todavía a 62 millones de hambrientos (54 de América Latina y 8 de Estados Unidos). Este esfuerzo ha de ser para toda América, desde Alaska hasta la Patagonia. Hay que sumar fuerzas, experiencias y recursos para conseguir una “América sin Hambre”.