En este momento hay muchos interesados en hacerse con las decisiones de tu cerebro: unos quieren tu voto; otros, el dinero que consumes; algunos, tu entrega e incluso tu fe, tu adhesión sindical, tu talento profesional, tu responsabilidad social, tu suma a la audiencia de un medio de comunicación... La sociedad es una selva con cientos de imanes que tratan de adherirte a su causa, porque sólo con tu adhesión y la de otros ellos existen, subsisten e incluso triunfan.
Vamos delegando fragmentos de nuestra voluntad a un partido político, una empresa, una pareja, unos amigos, un sindicato, un club, una asociación, una línea editorial, una creencia, unos pensadores, una moda... Lentamente, nuestro cerebro se va envolviendo de tensores que tienen una clara misión: tratan de conducir nuestra voluntad en la dirección exacta que a ellos los hace fuertes.
Para conseguirlo, todos nos venden un beneficio. Y las dos grandes preguntas son:
• Desde la libertad y la comparación sin coacción, ¿esos beneficios son los que realmente deseo?
• Si, con idénticos recursos económicos a los que ahora tengo, pudiese volver a elegir mis opciones de vida... ¿seguiría pensando, actuando y conviviendo de la forma que ahoralo estoy haciendo?
La cotidianidad hace que nuestro cerebro viva constantemente rodeado de ambientes, ruidos, obligaciones y compromisos. Lo envolvemos de lo ajeno sin darle tiempo a preguntarle y a que se reconozca en lo propio.
Acostumbramos a nuestro cerebro a la dependencia externa, en lugar de fortalecerlo desde la conciencia propia.
Hay mucha permanente e invisible coacción derivada de lo establecido: el entorno geográfico, los grupos sociales, las tendencias ideológicas, los estilos de vida, las aspiraciones colectivas con sus energías o apatías. Todo ello es mucho más que los decorados de nuestro momento vital, porque en mayor o menor grado condiciona nuestro papel como protagonistas de la vida.
Yendo a lo concreto, lo quieras o no, tu vida se debería amoldar a comportamientos bien distintos dependiendo de si te fueras a vivir a Nueva York, Tanzania, Ibiza o Mongolia. Lo único que haría que fueras tú mismo sería tu voluntad de seguir el estilo de vida que decidas, sin dejarte condicionar en lo más mínimo por el entorno.
Pocas cosas dan más satisfacción que conducir con solvencia nuestro propio destino.
Y para conseguirlo, nada ayuda más que la meditación. La meditación es el espejo en el que nuestro cerebro se observa a sí mismo, para encontrarse y conocerse. Es el espacio de tiempo en el que somos el centro, origen y fin del universo, cuando nos podemos hacer, sin censura, vergüenza ni coacción, las preguntas más íntimas. Cuando ausentes del tiempo, el espacio y la circunstancia, ponemos a trabajar en paz nuestro cerebro para que sea él quien encuentre sus propias respuestas.
En la meditación profunda y sin coacción nos convertimos en nuestro propio Dios. Fuente: Joaquín Lorente. Escritor y editor. C. Marco