Lector invitado: José
Vicente Guzmán
Existe una manera normal de sorprenderse con la lectura; los
libros esconden secretos y mundos propios que invitan al lector a sumergirse en
diferentes ambientes, épocas, países e incluso planetas. Durante mi vida he
tenido el placer de leer buenas historias y argumentos elaborados que atrapan
fácilmente, pero pocas veces la manera de escribir y el uso diferente del
español (algo que llamo "jugar con el lenguaje") ha sido lo que me ha
atrapado.
Kafka con sus metáforas, Garcia Marquez con sus anécdotas
entrelazadas (aunque mi libro favorito de él sea El amor en los tiempos del
colera, donde la historia fue lo que más me llamó la atención), y Cortazar -
obviamente - con su inigualable manera de mezclar tan imperceptiblemente lo
imposible con lo posible, son algunos ejemplos de escritores que me
sorprendieron no sólo por su capacidad de crear, sino por una extraordinaria
manera de contar.
En estos días terminé uno de esos libros. Confieso que cuando
comencé a leerlo no tenía muchas expectativas. Claro, es un clásico de la
literatura latinoamericana y pensé - en mi ignorancia - que sólo iba a ser una
lectura entretenida de una historia elaborada y compleja. Pero no; mientras
leía el primer capítulo me di cuenta que estaba ante algo completamente
diferente: una lectura sorprendente y diferente de una historia sencilla.
Estoy hablando de La ciudad y los perros de Mario Vargas
Llosa; El escritor peruano, ganador del premio Nobel de literatura y una de las
figuras más reconocidas del llamado boom de la literatura latinoamericana. La
historia trata de un colegio militar de Lima, en donde un grupo de cadetes debe
enfrentar un entorno violento, inequitativo y rudo para sobrevivir a sus tres
años de estudios militares, aunque el libro se enfoca en parte de su último
año. La historia comienza con el robo de las preguntas de un examen, y de ahí
se va jalonando un argumento sencillo que no puedo contar para no dañar su
propia lectura.
Lo sorprendente
Lo maravilloso del libro en cuestión, queridos amigos, es la
forma en la que el escritor nos presenta la historia. La estructura es simple:
dos partes de ocho capítulos cada una y un epílogo. Sin embargo, cada capítulo
está compuesto por lo que yo llamo episodios, y en cada episodio lo que va
sucediendo es narrado desde la perspectiva de un personaje diferente.
Hasta ahí normal. Algunos dirán, con razón, que George R. R.
Martin utiliza una estructura parecida en la saga Canción de hielo y fuego. Lo
que sigue haciendo extraordinario el libro es que la narración utilizada para
cada personaje es diferente - muy diferente -; como si el lector estuviera
viendo lo que sucede en la cabeza de cada uno. Con una destreza innata, Vargas
Llosa consigue usar tiempos verbales distintos, términos distintos y una forma
de contar los sucesos completamente diferente (como si para cada personaje
hubiera un escritor), lo que le da al lector de La ciudad y los perros una
sensación que, estoy seguro, no habrá tenido con ningún otro libro antes.
El narrador no siempre es un tercero que sabe todo lo que
pasa y va a pasar ni una primera persona que se va dando cuenta de las cosas
junto con un protagonista principal. De hecho, se siente como si no hubiera un
narrador; el lector se adentra en el mundo de los cadetes como si fuera una
especie de Dios que puede ver lo que hace y piensa cada uno de ellos - al menos
los más importantes para la historia - desde su propia perspectiva.
Los huecos y los
saltos
Ese tipo de narración le da a Vargas Llosa la libertad de
contar su cuento en el orden que quiere y que por momentos parece no tener
lógica. Aunque el argumento principal se va desarrollando cronológicamente,
muchos de los episodios que van apareciendo durante el libro cuentan el pasado
de los protagonistas (su niñez o su adolescencia) - algunos narrados en
presente -, la vida cotidiana dentro del colegio - que no necesariamente hace
parte de la historia central -, y una cosa que trataré de explicar más adelante
y que llamaré el pensamiento de los cadetes.
Ese orden utilizado hace que el lector vaya y vuelva entre
el pasado, la cotidianidad y el ahora, y no siga estrictamente una cronología.
La mente del que lee comienza a absorver datos que en episodios posteriores
pasan a ser importantes, y en un principio, cuando empiezan a aparecer relatos
de la niñez, debe tratar de adivinar a que cadete, de los que aparecen en el
argumento central, le pertenece cada historia (uno de esos pasados no encuentra
su protagonista en el presente sino hacia el final del libro, a menos que el
lector sea muy perceptivo). Como dije arriba; una sensación completamente
diferente a la de cualquier otro libro, por lo menos que yo haya leído.
Si alguna persona trata de ordenar cronológicamente la
historia (empezando por los relatos del pasado y terminando en el último del
presente) va a encontrar huecos sin llenar y épocas sin ningún tipo de mención
durante la lectura, una licencia que sólo se puede dar el escritor con este
tipo de narración. Esa falta de linea
cronológica, también hace que el escritor no tenga que resolver todas las
preguntas, y lo que más me sorprendió fue terminar el libro sin que uno de los
misterios principales de la novela quedará totalmente resuelto - me toco buscar
en google que dijo Vargas Llosa al respecto en una entrevista para estar
tranquilo -.
La capacidad del
escritor
Conseguir narrar un libro en esos términos no parece
sencillo, pero como si no fuera poco, Vargas Llosa utiliza a lo largo de su
novela otros recursos literarios que el lector puede descubrir si lee con calma
- no hay otra forma de leer La ciudad y los perros -.
En algunos episodios, y específicamente con un cadete,
Vargas utiliza una narración extraña. En un principio creí que era un error de
impresión, luego pensé que se refería a un sueño, pero luego de devolverme unas
páginas para comprender mejor lo que estaba leyendo, me di cuenta que haciendo
gala de su capacidad, el nobel peruano estaba narrando desde el pensamiento del
personaje. Así como lo leen. Primera persona, sin algunos signos de puntuación
y con ideas que vienen y van de temas distintos; un recuerdo plagado de
pensamientos, voces - que no se sabe de donde vienen y que por la falta de
signos de puntuación toca leer despacio para captar -, momentos diferentes al
que se está recordando, etc.
En algún momento de la lectura llegué a comparar ese
pensamiento narrado con las vueltas que da mi mente cuando estoy recostado en
la cama a punto de dormir. Como sé que es difícil de entender, me tomo el
atrevimiento de pegar a continuación una pequeña parte del libro que tiene ese
tipo de narración:
«Basta de bromas», dijo el teniente, «vengan aquí los capitanes,
alinéense, comiencen a jalar al silbato, apenas uno atraviese la línea enemiga
toco el pito y paran. La victoria será por dos puntos de diferencia. Y no me
vengan con protestas que yo soy un hombre justo». Calistenia, calistenia,
saltitos con la boca cerrada, caracho la barra está gritando Boa, Boa más que
Jaguar o estoy loco, qué espera para tocar el pito. «Listos, muchachos», dijo
el Jaguar, «dejen el alma en el suelo».
Y Gambarina soltó la soga y nos mostró el puño, estaban muñequeados,
cómo no iban a perder. Y lo que daba más ánimo eran los muchachos, se me metían
al cerebro esos gritos, a los brazos y me daban cuánta fuerza, hermanos, uno,
dos, tres, no, padrecito, Dios, santitos, cuatro, cinco, la soga parece una
culebra, ya sabía que los nudos no eran bastante gruesos, las manos se, cinco,
seis, resbalan, siete, me muero si no estamos avanzando, ni me había visto el
pecho, así transpiran los machos, nueve, zuza, zuza, un segundito más
muchachos, ufa, ufa, silbato, mátame. Los de quinto se pusieron a chillar,
«trampa, mi teniente», «no habíamos cruzado la línea, mi teniente», chajuí, los
de cuarto se han levantado, se han sacado las cristinas, hay un mar de
cristinas, ¿están gritando Boa?, cantan, lloran, gritan, viva el Perú
muchachos, muera el quinto, no pongan esas caras de malosos que reviento de
risa, chajuí, chajuá.
Otra de las pericias de Vargas Llosa es meter un pensamiento
o un recuerdo en medio de un relato normal. En algún momento, un cadete está
contandole a alguien sobre una conversación que tuvo con otra persona, y de la
nada, el escritor mezcla la conversación del presente con la del pasado, de
forma tan magistral que el lector no se confunde.
También pasa con
algunos recuerdos que se interrumpen por frases que parecen totalmente
sacadas de contexto, pero que si el lector ha sido atento en episodios
anteriores, sabe que son fragmentos del pensamiento de la persona que recuerda.
Acá me tomo otra licencia y copió un fragmento resaltando - en el libro
aparecen sin resaltar - esas frases que hacen parte del pensamiento y que
parecen fuera de contexto con la narración (ese fragmento lo encontré así en
uno de los muchos estudios que se tienen de la obra en internet).
Entonces yo dije "por media cajetilla de cigarrillos te escribo
una historia mejor que Los placeres de Eleodora", y esa mañana yo supe lo
que había pasado, qué pasa con mi papá mamita y Vallano dijo ¿de veras?, toma
papel y lápiz y que te inspiren los ángeles, y entonces ella dijo, hijito
valor, una gran desgracia ha caído sobre nosotros, se ha perdido, nos ha abandonado
y entonces comencé a escribir, sentado en un ropero, rodeado por toda la
sección, como cuando el negro leía.
Aclaro que este tipo de párrafos no abundan en el libro, por
lo que no deben asustarse; son pocos y en momentos contados. Además, leyendo de
largo se van a dar cuenta que no es tan fácil confundirse como leyendo un
pequeño fragmento sacado de contexto.
No es difícil de leer
He leído algunas críticas de personas que dicen que el libro
es pretensioso y difícil de leer. A mí no me pareció. La forma de narrar la
historia hace que se tenga una perspectiva más global de lo que está pasando, y
aunque es cierto que algunos fragmentos (como los que copié arriba) requieren
una lectura atenta, cuando uno se acostumbra, los episodios van a fluir como en
cualquier otro libro. Además, el uso de diferentes tipos de narración hace que
la mente descanse y que en la mayor parte del libro no se usen esos
pensamientos cruzados - que van a terminar extrañando -.
Algunos términos peruanos harán que interrumpan la lectura
para buscar el significado exacto de la palabra, pero hay ediciones del libro,
como la que yo tengo, que tienen el diccionario incorporado y facilitan ese
proceso. Algunos salen con sentido común.
La pericia narrativa no es la única razón para recomendarles
el libro: La crítica, que encierra el
relato, a una sociedad injusta que se reproduce en un plantel educativo, la
historia que por sencilla no deja de ser envolvente y el placer de adentrarse
en un mundo nuevo: la ciudad de Lima durante los años 60 y la sociedad peruana,
tan parecida a la de otros países de América Latina. Si les sorprendió (incluso si no) como Garcia
Marquez hiló la historia de los Buendía (y de paso nos mostró una parte de la
sociedad colombiana) con anécdotas que iban, venían y volvían en Cien años de
soledad, tienen que leer La ciudad y los perros, para sorprenderse de otra
forma talentosa de hacer un libro y explicar una sociedad.
PD. Quiero aclarar que no soy literato ni experto en
literatura, como lo puede notar cualquier persona que haya leído esta nota. Mi
intención, simplemente, fue explicar porque este libro me sorprendió tan
gratamente y tratar de hacerlo entendible. Si encuentran errores de conceptos,
significados o palabras usadas durante esta explicación, les ruego me perdonen.
Gracias.
Agradecemos
enormemente a José por permitirnos compartir en Librosintinta su reseña, la cual
fue originalmente publicada en su blog Notas En El Cajón.