"Don Pedro Pablo Tauste, el vecino de don Ibrahim de Ostolaza y dueño del taller de reparación de calzado "La clínica del chapín", vio entrar en su tenducho a don Ricardo Sorbedo, que el pobre venía hecho una calamidad.
-Buenas tardes, don Pedro, ¿da usted su permiso.
-Adelante, don Ricardo, ¿qué de bueno le trae por aquí?
Don Ricardo Sorbedo, con su larga melena enmarañada; su bufandilla descolorida y puesta un tanto al desgaire; su traje roto, deformado y lleno de lámparas; su trasnochada chalina de lunares y su seboso sombrero verde de ala ancha, es un extraño tipo, medio mendigo y medio artista, que malvive del sable, y del candor y de la caridad de los demás. Don Pedro Pablo siente por él cierta admiración y le da una peseta de vez en cuando. Don Ricardo Sorbedo es un hombre pequeñito, de andares casi pizpiretos, de ademanes grandilocuentes y respetuosos, de hablar preciso y ponderado, que construye muy bien sus frases, con mucho esmero.
-Poco de bueno, amigo don Pedro, que la bondad escasea en este bajo mundo, y sí bastante de malo es lo que me trae a su presencia.
Don Pedro Pablo ya conocía la manera de empezar, era siempre la misma. Don Ricardo disparaba, como los artilleros, por elevación.
-¿Quiere usted una peseta?
-Aunque no la necesite, mi noble amigo, siempre la aceptaría por corresponder a su gesto de procer.
-¡Vaya! Don Pedro Pablo Tauste sacó una peseta del cajón y se la dio a don Ricardo Sorbedo.
-Poco es...
-Sí, don Pedro, poco es, realmente, pero su desprendimiento al ofrecérmela es como una gema de muchos quilates.
-Bueno, ¡si es así!
Don Ricardo Sorbedo era algo amigo de Martín Marco y a veces, cuando se encontraban, se sentaban en el banco de un paseo y se ponían a hablar de arte y literatura."
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