La comisaría
Publicado el 03 septiembre 2013 por Ganarseunacre
@ganarseunacre
Por J.C.Vinuesa
Komissar (1967) La comisaría
Aleksandr Askoldov

No es
corriente que la “primera obra“ de un director nobel pase veinte años
secuestrada en un depósito para luego comenzar una carrera triunfal por todo el
mundo. Esto es lo que ha ocurrido al film La
Comisaria, de Alexander Askoldov, donde lo importante de esta innegable
obra maestra no es la pericia sino el transfondo de su historia, donde se juntan autobiografía y tragedia, lirismo y
épica.
Alexander
Askoldov, nació en Moscú en 1932, cuyo padre, ingeniero, comisario político,
fue fusilado en el año 1937 durante una purga. Su madre fue detenida y
deportada a un campo de trabajo.
Recogido por una familia de origen hebreo, Askoldov tuvo tiempo de
revisar su historia, cultura y su religiosidad. Al llegar a la madurez, su
conclusión, análoga a la de F. Dostoyevsky, sería rotunda: Sólo la religión y el arte pueden salvar la dignidad humana. Al
desaparecer el stalinismo, Askoldov ingresa en el PCUS para poder acceder a la
“Escuela Superior de cine” de Moscú en 1964. Su licenciatura, en 1967, coincide con el 50 aniversario de la
Revolución, cuando el Gobierno pide a los artistas adhesión explicita a los
homenajes sociopolíticos. Askoldov concibe un proyecto hábil al tiempo que arriesgado.
Cantar a la revolución pero, sobre todo, a su propio padre. El comisario se
transformaría en Comisaría. Esta se humanizaría con la maternidad y gracias al
trato de la familia creyente, víctima de la revolución. Era parte de su propia
historia personal. Así, los tres símbolos; familia, patria y religión, tendrían
análoga entidad que la “política”. Al mismo tiempo, el film sería una
premonición crítica a todo tipo de nacionalismo.
La
película, basada en la obra En la ciudad de Berditchef escrita por el novelista
Vasili Grossman, escritor soviético
conocido por sus relatos bélicos,
se sitúa en Ucrania en el año 1921, durante la guerra civil. Claudia
Vavilova, comisaria del ejército rojo, debe quedarse en retaguardia porque está
embarazada de un oficial recién caído en el frente. Así llega a la casa de un
artesano hebreo, Efilm Magasanik que vive pobremente con su mujer María y seis
hijos pequeños. La estancia en aquel hogar creyente supone para la comisaria
una transformación radical.
Al
visionar los funcionarios de la escuela de cine el copión de La Comisaria fue requisado. Askoldov fue
acusado de “revisionista” y expulsado del partido y de la Institución, teniendo
que dedicarse al teatro musical. Con el total desconocimiento de Askoldov, la
película desapareció con excepción de varias secuencias conservadas por la
esposa del director. Sólo con los cambios producidos por la administración de
Gorbachov, el filme llegó a ser rescatado y exhibido de forma sorpresiva en el
Festival de Moscú, en su XV Edición y estrenada comercialmente en diciembre de
1987, desatando en la capital una extraordinaria polémica, mientras en el resto
de Europa, su acogida por el público y crítica fue colosal.
La
película es un incesante despliegue de recursos del mejor cine. Veinte años de
secuestro no consiguieron hacer mella en la película, sin que el ritmo de la
película no decaiga en ningún momento del metraje. El film de Askoldov recuerda
el cine de Eisenstein y de los cineastas revolucionarios que vieron en el cine
una forma de plasmar algo más que imágenes en movimiento, cuya fuerza residía
en los contrastes de planificación en el montaje. Al comienzo, el paso del
regimiento de milicianos ante la estatua de la Virgen, mientras suena una
canción de cuna; “precursora del drama. Luego la ejecución de un desertor por
la comisaria inflexible. De ahí su estancia en el hogar hebreo sólo turbado por
rumor de artillería. Un acierto sucede a otro, sin la menor caída de “tempo” en
la película. La excelente cámara de Valeri
Ginsburg recoge en cinemascope la fotografía en blanco y negro de fuerte
contraste, que es el marco adecuado para un relato de total soberanía. Su
desarrollo plenamente clásico, se altera sólo de vez en cuando por planos
preciosistas.
Como buen eslavo, Alexander Askoldov recurre
incesantemente a la simbología. Claudia es la encarnación de Rusia que debe
dejar la guerra y volver a sus raíces. La secuencia en que la joven madre
marcha con su hijo recién nacido, desde la sinagoga a los templos ortodoxos y
católicos, buscando una respuesta para su angustia, es algo más que una simple
alusión. Lo mismo se puede decir del epílogo.
Una apunte final sobre los intérpretes. Nona
Noryukova encarna soberanamente a la protagonista, su torpeza, crueldad y
transformación. Roland Bykok es el pícaro hebreo, lleno de humanidad. En
conjunto, una obra admirable y redonda, profunda y humana que, a pesar de no
haberse terminado plenamente quedará en la historia del cine ruso como
testimonio de la época en que fue realizada.