Revista Arte
La composición más genial frente a la técnica, o la inspiración maestra frente al perfecto dibujo.
Por ArtepoesiaLas leyendas siempre tuvieron un origen realista, histórico, aunque fuesen ya otra cosa o ni la misma, y los relatos narrados tan sólo compartieran, luego, una pequeña parte de esa oscurecida realidad. Mujeres luchadoras, que hubiesen luchado, han existido desde los inicios de la especie humana. En el paleolítico ambos sexos debían defenderse como fuese de las posibles amenazas, ya fueran de los otros, de los depredadores o de las terribles fieras. Y así hasta que le llegaron noticias a los griegos de que, más al este y hacia el norte, cerca de las estepas del Caúcaso, existirían mujeres guerreras o mujeres que -juntos- también luchaban con los hombres. Herodoto, el primer historiador griego, lo cuenta ya en su Historias. Aunque luego, fascinados por el curioso motivo de que tan sólo ellas guerreasen ahora solas, la mitología crearía fácilmente su leyenda.
Y será la mitología a lo que acudan los pintores para crear estas obras. A Rubens le encargarían un gran lienzo con aquella leyenda de Teseo luchando contra las amazonas de Hipólita. La batalla, una de las tantas versiones legendarias donde lucharan amazonas, se situaría esta vez en Capadocia, cerca del río Termodión. Pero, entonces, Rubens se inspirará y creará así en su mente antes que nada ya la idea compositiva. ¿Cómo hacer ahora una grandiosa escena de batalla y que ésta no se difumine más allá de unos límites creativos posibles? Y descubre que un puente sobre el Termodión será el escenario idóneo para establecer una imagen cerrada, elevada y envuelta. Para él, para el genial pintor flamenco, el movimiento es la verdadera razón de la épica, de la lucha, del enfrentamiento grandioso y pictórico. Tiene que hacer ver a sus personajes -Teseo, Hipólita (ambos a la izquierda, a caballo, cercanos y con plumas en sus cascos guerreros)- entregados a la lucha pero, sobre todo, tiene que introducirlos, confundidos, entre la multitud abigarrada de los otros. Y lo ve claro el pintor, utilizará el puente para situar a todos juntos, luchando mientras lo cruzan, de este modo ganará en esencia la imagen, una imagen que no tendrá un fondo -salvo un cielo nuboso- ni un esbozo, será una pasarela delimitada, un escenario en donde se situarán, elevadas, las figuras en el aire.
Pero el puente es muy pequeño, sería ridículo ver sólo ya una lucha en esos términos, los que delimitarán ahora un pequeño espacio y su perímetro. Así que el creador girará aquí la composición de las imágenes sobre un iconográfico círculo, mucho antes incluso de que éstas logren ya salir del río. Por eso caerán aquí caballos y amazonas perseguidos y caídos por los griegos. Y, para envolver la maestría de la obra, completará la otra parte con guerreros y guerreras que no atravesarán ahora el río por el puente. La composición de Rubens en su obra Combate de las Amazonas es aquí perfecta, es ideal según las formas más armoniosas. Sin ser simétrico del todo -como ninguna obra deberá ser-, guardará a cambio un maravilloso equilibrio geométrico. Las curvas -rasgo por otro lado paradigmático del Barroco- serán aquí lo que más veremos resurgir en cada trazo. Estarán en todo: en las nubes coloridas, en el arco del puente, en los cascos de los personajes que luchan, en las herraduras de los caballos o en los senos de las amazonas. Es la forma curvada con la que el pintor guiará, incluso, la mirada del espectador desde la izquierda superior hasta la derecha, para luego bajar así la mirada y continuar, otra vez, hacia la izquierda.
Siglos después, en 1873, un pintor alemán, desconocido y con un gran fervor neoclásico, elaborará otra de las versiones de esa mitología amazónica, llamado por los griegos Amazonomaquia. En este caso un gran lienzo -por su tamaño-, Las Amazonas. En él lucharán los griegos -los aqueos- contra una partida de amazonas en la guerra de Troya. Aquí lucharán Aquiles contra Pentesilea, una de las hermanas de Hipólita. Pero, ahora, el pintor compondrá aquí otra cosa. Fiel a su pasión más clásica, Anselm Feuerbach (1829-1880) marcará la técnica más perfecta, con unos alardes muy medidos ya en las formas anatómicas, y en los gestos, ahora meditados, muy lentos y nobles. Es Arte, por supuesto, es un cuadro excelente en su dibujo, en sus sombras, en sus luces, en la lucha ahora entre mujeres y hombres, pero no es una obra maestra. Porque, aquí, todo será demasiado increíble. ¿Están luchando, bailando o recreando un severo juego con gestos amables y condescendientes? Por otro lado, y el más importante, ¿qué composición, si hay alguna verdaderamente, veremos aquí que consiga atraernos? Porque, todo está sin orden, sin una escena completa, solo deslavazados elementos que, ahora, dejarán sin guía ni concierto la visión de lo narrado.
De la obra cuentan que el pintor fue incapaz de venderla. Finalmente, a su muerte la cedieron al museo de Nuremberg. Sin embargo, del autor existe una referencia enciclopédica que dice: Fue el primero en darse cuenta del riesgo que suponía despreciar la técnica, que la maestría del artesano era precisa para expresar incluso las ideas más elevadas, y que un cartón coloreado y mal dibujado nunca puede ser el logro supremo del Arte. Pero, al parecer no era esa, únicamente, la técnica precisa. Por eso no se tratará ya de conocer sólo la técnica, de saber dibujar, saber escribir, o saber colocar una cosa detrás de otra, no, es algo más, es ahora otra cosa lo que hará del Arte una cosa especial, única, ni tan solo previsible ni medible, ni excesivamente teórica, sino algo creativamente estimulante, inspiradamente sublime. Esas serán ya las obras maestras, aquellas que digan mucho usando ahora el lenguaje más final de todos. El que sentirán las miradas o los oídos, las emociones o los sutiles receptores de lo estético, para comprender ya así que nos llegará todo porque todo lo asemejaremos a nosotros, a nuestra especial manera de ser, de ver o de vivirlo.
(Óleo Barroco de Peter Paul Rubens, Combate de las Amazonas, 1618, Alte Pinakothek, Munich; Lienzo del pintor neoclásico Anselm Feuerbach, Las Amazonas, 1873, Nuremberg.)
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