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La concisión, una virtud estilística

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

La concisión, una virtud estilística

La concisión es una cualidad del lenguaje y del que consiste en expresar los conceptos con brevedad, de manera que se obtenga la máxima claridad con la menor cantidad de palabras posible.

En este artículo nos adentraremos en el tema.

La brevedad expresiva, acaso debido a la cantidad de elementos que posee nuestra lengua, es una de las cualidades más preciadas tanto por tratadistas como escritores, y uno de los legados más valiosos del conceptismo del siglo XVII. Baltasar Gracián, uno de los representantes más notables de esta tendencia literaria, supo expresarse categóricamente respecto de este asunto en su célebre frase: "Lo bueno, si breve, dos veces bueno"[1].

La concisión, una virtud estilística

El conceptismo, como tal, carece hoy de vigencia, pero siguen siendo válidas las exigencias de concisión en el discurso. Claro, no es esta una virtud que abunde, pues a la gente le gusta extenderse en sus alocuciones (sobre todo, en la conversación). Es probable que la falta de precisión y de propiedad de los términos empleados sea lo que lleve a las personas a valerse de mil palabras y toda una serie de gestos para tratar de transmitirle a su interlocutor aquello que bien podría formular en una sola oración. Independientemente de las causas que lo justifiquen, este fenómeno -sin duda, por todos asumido- confirma que el discurso hablado difiere bastante del escrito.

Por lo expuesto, en los textos escritos, el despilfarro discursivo no es aconsejable. A los párrafos no les deben sobrar ni faltar palabras, y aunque no siempre es posible transmitir con ellas los matices que suelen facilitar los gestos y la entonación, es preciso no extenderse excesivamente en cláusulas o proposiciones que no aporten nada significativo al discurso.

La concisión, una virtud estilística
    La concisión como cualidad estilística

La concisión, por supuesto, es también una cualidad estilística. Dícese que este don, siempre que no redunde en menoscabo de la claridad, es el carácter distintivo de las inteligencias privilegiadas. No cabe duda de que lo era la de Julio César, a quien se debe la famosa (y concisa) frase: "Llegué, vi, vencí".

Siempre se ha dado gran valor a la concisión, aunque no en todos los casos se ha tenido la misma idea ni de su índole ni de su forma de expresión. Así, se la ha confundido a veces con el laconismo, que, como veremos enseguida, dista mucho de parecérsele.

La concisión es la que da su vida imperecedera a la filosofía popular, condensada en los refranes, en los que puede decirse que nuestra lengua supera a todas las demás en cuanto a brevedad. Tomemos, por ejemplo, un refrán que existe tanto en español como en inglés. En este idioma se dice: " Make a golden bridge for a retreating enemy ", cuya traducción literal sería: 'Haz un puente de oro para un enemigo que se retira'. Los hispanohablantes expresamos más sucintamente este refrán al decir: "A enemigo que huye, puente de plata". En efecto, empleamos siete palabras donde los ingleses, cuya concisión es proverbial, emplean ocho.

La concisión, una virtud estilística

La mayoría de los autores de habla hispana nos ofrecen, cuando quieren, admirables ejemplos de concisión. Quizá, el ejemplo inevitable sea el de Azorín, quien hizo de la concisión un rasgo distintivo. Sin embargo, encontraremos frases de muy sopesada brevedad en otros autores que comúnmente no asociamos a estilos áticos o despojados, como esta de Alejo Carpentier: "Nadie hacía caso de los relojes, ni las noches terminaban porque hubiera amanecido"[2].

No siempre, como antes decíamos, se ha tenido de la concisión el mismo concepto. De hecho, se ha creído (y no solo en una época) que esta virtud se alcanza a fuerza de cláusulas breves y puntos y seguido, cuando lo cierto es que la concisión no depende de la brevedad del período, sino de lo libre que este se encuentre de elementos superfluos.

Tampoco consiste la concisión en suprimir nexos, pues esto puede conducir (y de hecho conduce) a la oscuridad y la aridez, que es lo que ocurre, por ejemplo, en estas líneas de Quevedo:

No hay pobreza agradecida ni riqueza quejosa; es bienquista la abundancia y sediciosa la carestía. La liberalidad del tirano, y la avaricia al príncipe. Es de ver si puede ser cruel el vanidoso y justo el avariento. La comodidad responderá que éste no lo es, ni el otro lo puede ser. Puede ser que esto no sea verdad; mas no puede dejar de ser verdad que ella responderá esto.[3]

En cuanto al laconismo, podríamos decir que se diferencia de la concisión en que, en aquel, se emplean solo palabras medidas, graves y sentenciosas, lo cual no puede ser nunca la base estilística de un texto en prosa de largo aliento (un cuento, una novela, un ensayo, etc.), sino, a lo sumo, de máximas o apotegmas. Se trata, en definitiva, de una forma que debe usarse con la mayor de las prudencias, pues, si no se ajusta cabalmente al registro del autor, resultará tan censurable como el fárrago verbal más desmedido.

Son varios los periodistas y escritores que, en nombre de la concisión, incurren en graves errores gramaticales. El más común es la supresión innecesaria de determinantes y preposiciones en la oración, aunque también se registran elipsis forzadas y otros tipos de truncamientos sintácticos. Podemos advertir lo primero en el titular de esta nota del diario dominicano El Nacional, publicada el viernes 10 de febrero de 2017:

La concisión, una virtud estilística
Como podemos observar, el redactor decidió excluir del titular la conjunción que ( Trump dice que...) y los artículos las y la (... las colonias de Israel no favorecen la paz). Por lo que sabemos, el diario pidió posteriormente disculpas, pero no por el motivo que acabamos de señalar, sino por haber confundido al actor Alec Baldwin (ver la foto de la izquierda) con el por entonces presidente de los EE. UU.

Un caso que se repite con frecuencia en Internet (fundamentalmente, en los textos de bloggers y copywriters) es el empleo de la fórmula "Les comparto una nueva entrada a mi blog", para evitar el más largo (pero también más correcto desde el punto de vista sintáctico y léxico) "Comparto con ustedes una nueva entrada de mi blog". Aquí tenemos dos problemas. Por un lado, se desconoce que el verbo compartir exige la preposición con (régimen preposicional) y, por el otro, se confunde el significado contextual del sustantivo entrada, que aquí es sinónimo de artículo o nota y no de puerta o pórtico, motivo por el cual debe estar seguido por la preposición de y no por la preposición a.[4]

Como ya hemos visto en el apartado anterior, estos "abusos de la concisión" no solo se manifiestan en el plano oracional, sino también en el supraoracional, concretamente, en los párrafos. Por lo general, esto sucede cuando se opta por un estilo segmentado y no por un estilo cohesionado. Al respecto, María Teresa Serafine nos dice:

El estilo segmentado se caracteriza por períodos breves, una sintaxis sencilla, una presencia de cierta redundancia, distintos pronombres y muchos puntos. Los textos de estilo segmentado son, a igual cantidad de información, más largos y fragmentarios. El estilo cohesionado, en cambio, presenta períodos más largos y una sintaxis más articulada. Los textos escritos con un estilo cohesionado dan un mayor número de informaciones en un menor número de períodos, con respecto a los textos de estilo segmentado; de ahí que resulten más densos y concisos.[5]

Naturalmente, cada uno de estos estilos tiene sus ventajas y desventajas. Lo ideal es ir alternándolos a lo largo del texto, pues, el verdadero equilibrio está en la feliz combinación de los períodos cortos y largos, y en la adaptación de unos y otros a los requerimientos del tema sobre el cual se escribe.

[1] Baltasar Gracián. Oráculo manual y arte de la prudencia, Madrid, Cátedra, 2005.

[2] Alejo Carpentier. El reino de este mundo, Madrid, Alianza Editorial, 1980.

[3] Francisco de Quevedo Villegas. Vida de Marco Bruto, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1950.

[4] Corresponde aclarar que el uso del verbo compartir con la acepción de 'les muestro' o 'les enseño', a raíz del continuo empleo que se hace de él en las redes sociales, es cada vez más aceptado.

[5] María Teresa Serafine. Cómo se escribe, Barcelona, Paidós, 1994.

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