Revista Coaching

La conejita amarilla

Por Soniavaliente @soniavaliente_

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Ha leído en Twitter el revuelo formado porque la ficha amarilla de parchís, Yolanda Ventura, haya aparecido en la portada de Play Boy México en paños menores. Y le hace gracia. Gracia porque a sus 44 está bonísima – photoshop mediante, entiende- y porque ha sabido reinventarse y sobrevivir a sí misma, a su pasado de estrella infantil.

Yolanda, hija de un conocido músico catalán, fue integrante del mítico Parchís. Lo recordarán porque los que pasamos de los 35 nos parece súper gracioso y el colmo de lo cool –casi rozando lo vintage- felicitar al viejuno de turno colgando en su muro de Facebook el vídeo  de “Cumpleaños feliz”. Única canción, por cierto, junto a “Comando G” que logra recordar de la banda. Probablemente, todos los pacatos que han pelado a la pobre conejita amarilla en la red no consigan enumerar ni una canción más ni acierten a bosquejar la carita angelical que tenía aquella ficha en los 80. A decir verdad, ella tampoco.

No sabe por qué se nos da tan mal perdonar el éxito a los españoles. A que por 6 años de éxitos discos, pósters, giras y películas –los comprendidos entre 1979 y 1985, que sí, que darían pingües beneficios- una deba hipotecar el resto de su vida. Ya lo dice la propia Ventura -que tuvo que emigrar a México en los 90 para poder interpretar, consolidándose como actriz de culebrón en exclusiva para la cadena Televisa- quiere cambiar esa imagen de sí misma, como si se hubiese pasado el resto de su vida vinculada al mundo de los niños. Cuando no es cierto. Y está en su derecho. En todo su derecho. Es poner un punto y aparte. Yo ya no soy quien solíais creer.

Ya lo vimos en Ruth Gabriel, la cándida Ruth de Barrio Sésamo, cómo se había hecho toda una mujer en “Días contados”, de Uribe. También fue criticadísima. Y no comprende por qué.  Cuando su interpretación le valió la Concha de Oro y el Goya a la mejor actriz revelación. La pionera de todo esto fue Pepa Flores, Marisol, quien lució pecho breve durante la Transición. Y le parece bien, natural. No le molesta que los mitos de su infancia se le caigan de motu proprio. Más inmoral fue el peregrinaje por los platós marcianos de Enrique, de Enrique y Ana, y nadie dijo nada.

 


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