Revista Opinión

¿La Constitución americana? Queda bien en un museo

Publicado el 26 septiembre 2014 por Liberal

Hace unos días estuve paseándome por los campuses universitarios de la ciudad de Nueva York. Entre los contrastes que siempre noto entre las distintas culturas, hay un sentido retorcido con respecto a nuestras constituciones. En EEUU realmente tienen una reverencia increíble, mística, casi fanática, por su Constitución federal. En España, al contrario, lo más típico es pensar que todo lo de fuera (especialmente si es “anglo” es mejor) y que todo lo “nuestro” es malo o de inferior calidad. Es uno de nuestros grandes fallos y yo mismo a veces he caído en errores parecidos. Lo que pasa es que cuando se tiene mucho tiempo, y ahora dispongo de bastante tiempo para observar al no estar impartiendo ninguna asignatura, uno puede analizar de verdad cómo es un país o una cultura. Me he dado cuenta que gran parte del fanatismo detrás de la Constitución americana se debe al misticismo, al buen éxito de una combinación de marketing sin paralelos y también mentalidad. La actitud del estadounidense medio es bastante más mística que la nuestra. Como país, suelen ser más idealistas.

Yo no soy un hombre ni idealista ni místico. Lo que me interesa es la democracia y la libertad bien entendida (lo cual también implica entender bien la represión de determinadas conductas). Por eso, después de ser coherente con esos ideales, no tengo muchas cosas buenas que decir sobre la Constitución federal americana si la ponemos en un marco global de las cosas.

Se decía que las convulsiones mundiales después de la Iª Guerra Mundial provocaron grandes avances en el campo de los derechos laborales.

Bueno, eso es cierto en casi todos los países occidentales menos los Estados Unidos.

Mientras que las huelgas generales estaban provocando pánico entre las élites europedas, forzándoles a ofrecer enormes concesiones a sus clases obreras, aquí en EEUU la administración del Presidente Wilson estaba rápidamente privatizando la economía y desmantelando todas las leyes laborales posibles. En reacción a todo eso, el gran juez Felix Frankfurter escribió que “EEUU es el país más reaccionario del mundo”. Cuando el imperio sin impedimentos de los plutócratas fue sostenido por la presidencia de Calvin Coolidge seis años después, se pudo comprobar que Frankfurter tenía razón. Estados Unidos no es un país para el radicalismo. Probablemente, es el país más conservador en el mundo occidental. Pero, ¿por qué? Había muchas teorías. Los autores patricios del “New York Times” pensaron muchísimo sobre este tema y el día de la Constitución en 1921, aportaron una explicación posible: “Si los americanos están demostrando ser tan conservadores en un mundo tan turbulento, la razón principal reside en nuestra Constitución federal”. La Constitución, afirmaron esos autores, “hace que los americanos se sientan seguros en sus derechos individuales como ciudadanos cuando éstos se ven amenazados por las ráfagas del sentimiento popular.

Estas “peligrosas” ráfagas son precisamente lo que otras sociedades, ajenas a la jerga constitucional norteamericana llaman “la voluntad democrática”. Era de esperar que un documento redactado por una camarilla de terratenientes aristocráticos ingleses, abiertamente contrarios a la “democracia” y con una sensación de pánico contra lo que veían como “las turbas” en Francia, buscaran limitar la soberanía popular hasta el punto de estrangularla. Por eso, con una inteligencia política sin precedentes y sutilmente, forjaron un sistema que dificultara enormemente para el electorado efectuar cambios en la política nacional mediante actos colectivos o voluntad política. El senado americano es una monstruosidad antidemocrática – el 84% de la población puede ser silenciada/vetada por el 16% de los que viven en los estados rurales más pequeños.

Aprobar cualquier legislación requiere la aprobación de tres entidades distintas: la presidencia, la Cámara de representantes y el Senado – los votantes están vetados de la oportunidad de elegir una sola vez, con 2/3 del Senado en sus escaños después de cada elección. El sistema entero está congelado por un proceso de enmiendas casi cómico por su gran complejidad. Eso, por no hablar de las elecciones presidenciales que tardan días y dependen en realidad de unos estados “swing” (clave) que pueden variar sus votos de la noche a la mañana. Mientras que países como Francia o España pueden cambiar su constitución en cualquier momento contando con 3/5 del Congreso y en Reino Unido se puede convocar un referéndum sobre la ley electoral sin mayor complicación. Para enmendar la Constitución americana, hace falta no menos que 39 poderes legislativos distintos aprueben el cambio. Como se pueden imaginar, la dificultad de hacer eso es tremenda. La Constitución americana no se redactó jamás con el fin de perfeccionar la democracia sino más bien limitarla. Eso es lógico si tomamos en cuenta los intereses de aquellos terratenientes en una sociedad/colonia agraria. Mucha gente se deja llevar por la mitología de la “revolución americana” pero ni de lejos fue una revolución tal y como se entiende normalmente. Revolución fue lo de Francia. Lo de aquí más bien fue la reacción de unos señores privilegiados que se cansaron de pagar impuestos a la “madre patria”. No es lo mismo, no.

Durante una época breve de la historia estadounidense, estas verdades se reconocían. Durante la interesantísima época progresista de EEUU, no pocos republicanos (especialmente la base pero también líderes) afirmaban que la Constitución americana era una amenaza hacia los gobiernos democráticos y un buen número de intelectuales progresistas como el liberal protestante Charles A. Beard, y el historiador Carl Becker, entre muchos otros, reconocieron los límites reaccionarios del documento y en algunas ocasiones pidieron una nueva constitución para su país. Algunos diseñaron propuestas muy interesantes – por ejemplo, poner la Const. federal bajo control popular, porque el pueblo americano no tenía control realmente sonre su ley fundamental. La consecuencia es que las instituciones americanas no reflejan la voluntad popular. En realidad representan otras fuerzas sobre las que el pueblo americano no tiene ningún control realmente. Así es como lo querían no pocos fundadores.

Desafortunadamente ninguna de esas propuestas llegaron a debatirse seriamente.

Durante los años 20 y 30 del pasado siglo, el fanatismo constitucional asumió un papel mucho más central en la cultura americana por primera vez en la historia. Eso fue gracias al florecimiento de organizaciones partidistas intensamente fanáticas, sectarias, que promovían algo que se llamaba “patriotismo constitucional” como antídoto contra los temidos y malvados archienemigos para ellos, “el centralismo federal y el socialismo”. Señores, ahí nació lo que ya conocemos como “think tank” y que por desgracia existe hoy en día también en España, en asociaciones tales como el Instituto Juan de Mariana, CATO, Instituto Mises y otros parecidos. La retórica de las asociaciones de aquella época no se distingue en nada a la actual. Todas hablaban de “proteger la constitución contra el asalto socialista y darle caña a la izquierda”. Presionaron a los distritos de los colegios públicos a glorificar el pergamino sagrado. Todo esto, yo diría, es la versión americana del populismo nacionalista antidemocrático europeo que se gestaba en la misma época. El “Tea Party” de hoy, con su manía fanática por el constitucionalismo, es el heredero directo de esta tradición ultra que promueve la Constitución de los padres fundadores como baluarte contra lo que perciben y llaman “aventurismo democrático”. Por eso hoy en día los republicanos en el Congreso tienen la costumbre de leer la Constitución con método ritual y tienen una nueva norma: deben citar qué autoridad específicamente constitucional tienen para cada ley aprobada. Al igual que las ligas o frente común antirepublicano en la Alemania Weimar, el constitucionalismo fanático del tea party originó en los años 20 como reacción contra los movimientos obreros que habían surgido para rehacer el estado y convertirlo en un instrumento democrático de aspiraciones populares – algo que todo liberal debería apoyar. No se puede ser liberal y ser reaccionario. El que piense lo contrario realmente no ha estudiado la historia.

Claro, para nosotros es fácil burlarnos de ese fetichismo de los extremistas hacia la Constitución, especialmente cuando vemos que los protagonistas son gente tan patética como Glenn Beck, César Vidal, Jiménez Losantos, o Sean Hannity, o la racista extremista Ann Coulter. No, no, os prometo que la mujer existe y no es ninguna broma – hay gente así en EEUU.

En una sociedad culta e ilustrada, los libros de gente como César Vidal estarían acumulando polvo y fuera del mercado. Ninguna librería seria los vendería. Estos friki fanáticos han podido contar con un marketing muy bueno, financiado por intereses poderosos principalmente con origen estadounidense. Otra narrativa popular en EEUU es la de un extremista que se llamaba Cleon Skousen. Según Skousen, los padres fundadores se inspiraron en los antiguos anglo-sajones y esos fueron inspirados por los “israelitas de la Biblia”. Todos al parecer creían en el gobierno limitado y por eso, siempre según Skousen, EEUU había progresado muchísimo en 100 años que todo el mundo en miles de años. Pero todo se fue al infierno a partir del siglo XX, cuando esos satánicos sociatas y republicanos progresistas atacaron la Constitución y el Presidente Wilson aceptó el plan satánico, encaminando el país hacia “la servidumbre” que todos conocemos representa la peor pesadilla para los libegales: el salario mínimo, la Reserva Federal (Banco Central), parques nacionales, seguro médico público, pensiones públicas, seguridad social. Todas esas cosas, insistía Skousen, eran inconstitucionales.

Todo esto es una gilipollez, por supuesto. Lo que es igualmente lamentable es, sobre todo teniendo en cuenta nuestros avances como sociedad humana, es el retorno de estos excéntricos “constitucionalistas” y el hecho de que ha generado otro género entero de comentaristas liberales ansiosos de rescatar el documento de las garras de estos reaccionarios tan zafios. Pero claro, los liberales en Estados Unidos suelen ser demasiado generosos. Uno de los artículos de fe que manejan es este: “Hombre Alfredo. Es verdad que los señores del Tea Party son reaccionarios, pero ellos simplemente no entienden bien la Constitución del país ni las intenciones de los fundadores”. Están bajo la ilusión de que la Constitución realmente es un documento democrático y favorable al progreso. Hablan de que la Constitución siempre cambia, que es un documento “vivo”. Sea lo que sea, nunca echan tierra sobre la constitución. Nunca la tratan con la crítica honrada y superior que sí tienen los liberales más avanzados y comprometidos con el progreso democrático. He leído de todo sobre la Constitución por parte de comentaristas liberales en EEUU. “Es nuestra religión civil”, un documento “genial que mantiene el equilibrio”, dicen otros. Todo eso suena muy bonito, pero desgraciadamente la Const. americana es mucho más que eso: es una carta blanca para la plutocracia.

Me resulta inaceptable ver como gente supuestamente “liberal”, aunque lo hagan con la mente abierta y dialogando, todavía son tan masoquistas para aceptar una ortodoxia establecida que subordina la voluntad popular a un dictado inalterable, dictado por un consejo antiguo de legisladores aristocráticos y casi endiosados. En estos momentos de grave crisis económica-social, nadie debe olvidar que “abolir las deudas” y oponerse al papel moneda fue específicamente mencionado en el Federalista, número 10 por James Madison. No te criticaría, estimado lector, si pensaras que James Madison era miembro destacado del Mises Institute o del Juan de Mariana en España, si fuera español.

Ya va siendo hora de dejarse de tantos misticismos y hablar de los problemas de la humanidad.


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