Wes Anderson mantiene firmes los ejes fundamentales de su estilo: humor surreal milimétricamente dosificado (casi siempre en la penúltima frase del diálogo de cada escena); personajes parcial y conscientemente amputados en sus rasgos, dejando únicamente un arquetipo deformado; aceleración expositiva (en este caso claramente anclada en planos frontales, perpendiculares a la acción). Si, además de estos rasgos, siguen vigentes las obsesiones que le acompañan a lo largo de su filmografía --la figura del comandante Cousteau y del mundo marino en general, la búsqueda sistemática de ideales inalcanzables-- pues el único elemento que nos queda para distinguir un filme de Anderson otro es el guión. Que ese mundo tan personal se acople a una realidad y sea capaz de potenciar la comicidad sin perder de vista la inocencia sólo he visto que lo consiga en una ocasión --Viaje a Darjeeling (2007)--, ya que todos los intentos previos me parecen ensayos parciales, con la honrosa excepción de Bottle rocket (1996). Parecía que Fantastic Mr. Fox (2009) suponía un nuevo nivel en cuanto a exigencia argumental, pero no ha sido así; con Moonrise Kingdom (2012) regresamos a la narración naïf de sus comienzos.
El filme es una inmersión sin complejos en el mundo ideal de la adolescencia; pero no en la adolescencia de cualquier época, sino en los años sesenta en un archipiélago de islas sobre las que se cierne --nos lo avisa el sosias de Cousteau (un reaparecido Bob Balaban) que hace las veces de narrador-- el mayor temporal conocido hasta entonces. Todos los aspectos que tienen relevancia en la historia --personajes y situaciones-- están convenientemente exagerados hasta rozar la distorsión y la autoparodia: el policía (Bruce Willis), los padres de la chica protagonista (Bill Murray y Frances McDormand), la asistente social (Tilda Swinton), los gerifaltes scouts en sus diversos rangos (Edward Norton, Jason Schwartzman, Harvey Keitel)... Pero especialmente la pareja protagonista Suzy (Kara Hayward) y Sam (Jared Gilman) muy bien escogidos por su rostro y mejor aún en su caracterización. En este microcosmos perfectamente delimitado de rostros habituales en el cine de Anderson se desarrolla una huida que, como en cada adolescente llegado el momento, está basada en el convencimiento íntimo de que los sentimientos absolutos que experimentan sus protaginistas son definitivos, inalterables e inéditos en la historia; y que no ha habido nadie antes ni nadie después capaz de encontrar el equivalente exacto en pasión y pureza.
El argumento se despliega en forma de enredo en el que cada parte interviniente aporta un punto más de locura a la situación, permitiendo que el sentido del absurdo característico del director se sitúe en primer plano. Los que ya lo conocen comprenden que se encuentran ante un producto cien por cien Anderson; los que lo descubren por primera vez se enfrentan a la clásica disyuntiva entre decidir si les hace gracia o les provoca rechazo un humor tan sutil y unos personajes difícilmente empáticos. La ventaja (para la impresión global de la película) es que el mismo Anderson sabe que exagera y es precisamente en el exceso donde se hace más creíble la increíble historia de Sam y Suzy,una pareja de adolescentes que no encajan en su ambiente, que se enfrentan a todos y huyen para acabar recreando, en una recóndita cala, que bautizarán con el nombre que da título a la película, el ideal del primer amor platónico (que pronto dejará de serlo).
Precisamente porque es una película de Wes Anderson y porque sabemos que trata sobre un tema especialmente sensible y universal que acepta cualquier clase de irrealidad, podemos perdonar que se tome tantas licencias --al fin y al cabo su estilo encaja bastante bien-- y darlas por buenas. Moonrise Kingdom es un filme que encantará a los fans muy fans del director, a los que simplemente somos fans y fiamos el resto al guión, nos deja más bien indiferentes. Al resto, directamente, les defraudará.