La ciudad puede ser la solución a muchos problemas pero también puede resultar fatal. El aire de la mayoría de las grandes urbes (y no tan grandes), el que respiran los ciudadanos, se encuentra cada día en peor estado. La contaminación es un veneno cotidiano que nos afecta a todos. Hoy en día, el tráfico automóvil se une a la actividad industrial y a los sistemas de calefacción para crear un cóctel mortífero cuyos efectos son cada vez más rápidos. La contaminación atmosférica mata a corto plazo y agrava de forma muy aguda los problemas de salud de las personas.
En su primer boletín epidemiológico del año, el Instituto francés de vigilancia sanitaria (InVS) cuantifica el impacto de las partículas finas PM10 y revela que, aún en casos de débil exposición, estas partículas aumentan el riesgo de muerte inmediata y no solamente a largo plazo como se pensaba hasta ahora.
Las partículas finas, emitidas básicamente por los tubos de escape de los automóviles diésel, por la actividad industrial y por los sistemas de calefacción de los hogares y edificios, afectan a las vías respiratorias y al corazón pudiendo provocar accidentes vasculares graves, crisis cardíacas, angina de pecho y embolia pulmonar. Los problemas pueden aparecer tan sólo cinco días después de haber estado expuesto a estas partículas.
Según el estudio de la InVS francesa, cada vez que aumenta la concentración de PM10 en 10 micro gramos por metro cúbico, el riesgo de muerte crece un 0,5%. Estos efectos son más llamativos e importantes en personas de más de 75 años. Cuando el nivel de concentración de partículas desciende hasta los valores recomendados por la OMS, se evitan 250 muertes a corto plazo y 1000 ingresos hospitalarios. En cuento a los niveles de PM2,5, una alta concentración de este tipo de partículas es responsable a largo plazo de 2900 muertes prematuras.
En verano más riesgo
Aunque los picos mas altos de contaminación se registran durante el invierno, el riesgo de muerte a corto plazo debidas a la contaminación aumenta durante el verano, especialmente aquellas debidas a problemas cardiovasculares. Y es que durante el verano las personas pasan más tiempo en el exterior y aumentan el tiempo de exposición a las partículas finas. También juega un papel importante la temperatura de aire, que predispone al cuerpo a autorregular su temperatura, lo que debilita el organismo haciéndolo más sensible a la contaminación.
Los científicos lo advierten: “existe un riesgo incluso a niveles relativamente bajos de concentración de PM10. Este riesgo podría agravarse con el cambio climático”.