En los años siguientes, Ibon me hizo llegar parte de la correspondencia que Brigitte mantuvo con uno de los más importantes y originales arquitectos de la RDA en los años cincuenta y sesenta, Hermann Henselmann. Los leí a retazos dada la imposibilidad de publicarlos en Bartleby por falta de colección adecuada.
Brigitte Reimann
Pero, por fortuna, no han quedado inéditos en castellano. La pequeña editorial Errata Naturae me ha hecho llegar la edición española, con el título En la ciudad del mañana, de esa correspondencia. En cuanto he tenido un hueco, me he metido en su lectura. Ha sido (está siendo) una experiencia fascinante. No es fácil, ciertamente, sentirte atrapado por un libro basado en un intercambio de cartas. Sí lo ha sido en este caso. Como si de una novela se tratara, desde que leí el primer fragmento de la carta de Hensselmann que abre el libro —«Querida señora Brigitte Reimann: Esta carta solo quiere ser una noticia: su libro Hermanos ha conmocionado a toda nuestra gran familia: chicos y chicas, jóvenes y adultos»— no he podido dejar su lectura. Me ha acompañado en el metro, en el autobús, en los momentos libres que me dejan la escritura y otras obligaciones .Hernann Henselmann
En la ciudad anónima es la crónica de una amistad que de manera sutil se convierte en ocasiones en amor, casi en pasión. Es la crónica de la admiración mutua, de la devoción de una Brigitte joven, inteligente y bella, por un arquitecto que considera a la arquitectura como una de las bellas artes (se considera artista) casi treinta años mayor que ella. Las cartas, entreveradas con fragmentos de los diarios de la Reimann que clarifican el contexto y el momento en que fueron escritas, son un caleidoscopio de la realidad interior de la RDA. Las miradas de ambos, víctimas del sistema y, a la vez, con un protagonismo indudable dentro de su élite cultural están cargadas de complejidad, se mueven entre la aceptación y el respaldo al proyecto de “sociedad nueva” que encarna el partido comunista y la crítica, a veces sutil y a veces abierta, a sus excesos. Hensselmann, cuando se dirige a Brigitte para comunicarle la impresión que le había producido la lectura de su novela, es un arquitecto más que consagrado. Grandes proyectos como la Avenida Stalin (su nombre actual es avenida de Carlos Marx) o la Torre de la Televisión y parte de la vivienda social de Berlín Este estaban firmados por él y el reconocimiento, dentro y fuera de la RDA, era notorio. Hablan, con sus decepciones (más en Brigitte Reimann) y con sus entusiasmos (más en Henselmann), de un mundo en mutación, confían en que en algún momento la RDA iba a ser ejemplo a seguir por la República Federal, se refieren al hombre nuevo, a los trabajadores como “nuevos clientes” del arte y de la literatura: en una carta del 29 de diciembre de 1964, Henselmann cuenta la siguiente anécdota:Portada de Los hermanos.
Bartleby, 2008
El partido, sus funcionarios, los escritores-políticos, la Unión de Escritores como catalizador de iniciativas culturales y como cauce para la publicación de libros, las ciudades fabriles y la construcción de viviendas con materiales prefabricados frente a la arquitectura tradicional. El mundo literario y el mundo del pensamiento urbanístico, los cursos y encuentros de la época, la relación, casi siempre epistolar, con Berlín Oeste, de Henselmann, la cotidianidad en barrios que pretenden ser ideales pero que nacen con carencias —de gran interés las referencias de Brigitte a la ausencia de lugares de diversión para jóvenes, a la necesidad de construir espacios para su ocio—, la censura…. Los autores de la época, de dentro y de fuera de Alemania, desde el pro nazi Knut Hamsun hasta Christa Wolf, Gorki o Thomas Mann pasando por el Semprún de El largo viaje o por el Böll de Opiniones de un payaso. Todo eso está en En la ciudad del mañana y puede contemplarse como la mejor radiografía de una época y de un país.
La correspondencia se inicia en mayo de 1963: solo habían pasado catorce años desde la constitución de la RDA en la Alemania ocupada por la URSS, por lo que las esperanzas en una sociedad distinta se mantenían, en gran medida, intactas. Aunque con dudas, arquitecto y escritora confían en la nueva sociedad, consideran al partido como guía y pensador colectivo, creen en los trabajadores y campesinos (aunque a veces Brigitte se refiera a ellos con un poso de ironía), nos ofrecen una visión de la sociedad en vivo, muy alejada de las convenciones al uso y, sobre todo, de la mirada simplista que entonces se proyectaba por no pocos observadores desde la Europa Occidental y con la que se llenaban páginas y páginas de revistas y periódicos. Bien es verdad que las cartas muestran, también, la evolución del desencanto ante la distancia entre el proyecto y la realidad, un desencanto que se hace decepción y amargura tras la invasión de Checoslovaquia por el ejército soviético en 1968 y que ella vive especialmente al tener a su hermano “exiliado” en la Alemania federal. También es una historia de amor. Contenido, como corresponde a la relación entre dos personas de edades separadas por treinta años, pero visible tras determinadas expresiones y eufemismos y, por tanto, real y contradictorio. Un amor que se tradujo en un vivo intercambio de impresiones sobre la novela que estaba escribiendo Brigitte, Franziska Linkerhand, que dejaría inacabada y cuya publicación se produciría en 1974, con cortes de censura, y en 1998 en versión íntegra, según contaba Zubiaur en el prólogo a Los hermanos. El libro se cierra con una carta de la esposa de Hensselmann a una Brigitte Reimann que llevaba veinte años muerta. Fechada en mayo de 1994, es un emocionado recorrido por su relación (y la de su marido) con la novelista. Un hermoso cierre de un libro imprescindible.