Revista Arte
¿Qué llevaría a Georges Seurat (1859-1891) a pintar una de sus obras dentro ya de otra, aunque fuese -magistralmente además- sólo ahora una parte de ella? Este creador neoimpresionista siempre quiso ser original y muy elaborado en su trabajo, delimitando ahora cada artificio pictórico con una plástica perfección milimétrica. En su época, donde estaba triunfando absolutamente el Impresionismo, él consideraría esta tendencia demasiado intuitiva, para nada determinada a como él creía que todo Arte debía requerir para serlo: la medida perfecta, la cantidad correcta de precisos elementos de toda forma y color que se necesitaran para crear Arte. Y así fue como el Puntillismo llegaría a ser tendencia, aunque por poco tiempo, para sorprender con su alarde modernista.
Cuando creó una de sus obras más representativas, Tarde de domingo en la grande Jatte, los críticos argumentaron la frialdad de sus paisajes, la falta de vitalismo de sus figuras. Así que él, decidido a demostrar lo contrario, al año siguiente crearía su obra Las modelos. Quiso mostrar ahora la viveza del cuerpo desnudo con la perfección estilística de su recurso. Pero, sin embargo, no pudo ahora menos que reivindicar la, para él, su gran obra puntillista del año anterior. Así que la pintaría en segundo plano, aunque no completa, para dejar muy claro ya que la creación no puede ser vista con los ojos del prejuicio sino comprendida con los racionales ojos, ahora, de otra nueva impresión.
Y es que la creación dentro de la creación ha sido un recurso muy utilizado ya en el Arte. A veces exageradamente. Como lo que llevó a David Teniers (1610-1690) a pintar no uno ni dos sino decenas de cuadros dentro de una gran creación. Porque la reproducción de otras obras dentro de una creación final podrá tener diferentes interpretaciones. Una, la de Seurat, será aquella en la que el autor desea destacar alguna obra suya particularmente. Otra, cuando el pintor destaque ahora la de otro autor. Aquí, sin embargo, habrá dos resultados, el que la obra sea fiel a la de su creador o que no lo sea. Porque, claro, el creador final es el que la pinta ahora, no el de entonces. Es por lo que éste podrá decidir, justamente, ser o no fiel al original. Sería así una generosa muestra de aprecio serle ya fiel a su colega, lo que haría Teniers en su gran lienzo.
Pero, también, no serle fiel en absoluto. Aquí habrá parte de generosidad, pero no hay que olvidar que aquí, probablemente, sea mayor la genialidad aún que en el otro caso. Y será mayor la genialidad porque lo que el creador siempre deberá hacer es crear, no copiar. La maestría de Teniers consistió en realizar tan magna obra, en utilizar los lienzos de otros como partes elementales de su composición: también habrá genialidad aquí, sobre todo por la cantidad de lienzos retratados. Sin embargo, Vermeer (1632-1675) hará otra cosa. Mostrará en su óleo Alegoría de la fe una Crucifixión del pintor Jacob Jordaens, pero, ahora, esta obra no será para nada fiel a la original. Y, después de pensarlo, entiendo que debería ser así, que la no fidelidad a la obra existente no se tratará ya de no generosidad o desprecio, sino seguro de todo lo contrario. Porque para ver la original no hará falta más que ir a verla, y, además, de haberla copiado podría haber también creado una controvertida e inútil comparación. Y, no, Vermeer tan sólo la expondrá algo desdibujada, diferente, adelantándose así quizás a su tiempo, como un alarde publicitario de los que se podrán usar hoy para representar, gráficamente, la visión solo esbozada de algo.
Y en su Galeria de Pinturas, Teniers reproducirá -audazmente- obras de grandes maestros del Arte. Aparecerán aquí cuadros de Tiziano, de Giorgione, de Tintoretto, del Veronés, de Leonardo, etc... Y todos los reproduciría aquí con esa enorme responsabilidad, ya que, a diferencia de Vermeer, Teniers no pintará aquí una creación diferente, utilizando una obra para, secundariamente, adornar otra. No, aquí Teniers creará una obra cuyo sentido son las propias obras retratadas. Algo diferente. Y en esto estará su genialidad. Y, por ejemplo, uno de sus cuadros retratados será la obra Diana y Calisto de Tiziano, la obra más grande que pinte y que se verá al fondo y de frente. Pero, sin embargo, ¿cuál de la dos obras que de este mismo título pintara Tiziano? Porque este pintor veneciano del Renacimiento pintó dos obras con este mismo título. Una de ellas fue la que pintara en 1559 para Felipe II, basada en su serie Metamorfosis de Ovidio. Este lienzo permanecería en la corte española hasta que Felipe V en 1704 se la donase al embajador francés. Pasaría luego a los duques de Orleans, que terminarían vendiéndola en la sangrienta Revolución antes de ser, en 1791, uno de los duques guillotinado. La adquirieron unos aristócratas ingleses que la mantuvieron en sus salones egregios hasta que fue, finalmente, vendida a la National Gallery. Pero, ésta no fue la que pintó Teniers.
Este pintor compondría su gran obra en 1653 basada en una galería de pinturas existente, la del archiduque Leopoldo Guillermo de Habsburgo en Bruselas, que aparecerá también retratado. Y que sería, además, un regalo para su primo -otro Habsburgo- Felipe IV de España. Es decir, que crearía en su gran lienzo todas las obras que este archiduque poseería ya en su colección; pero, si existía una Diana y Calisto de Tiziano en la corte española, ¿cuál retrató? Pues otra Diana y Calisto que Tiziano realizara para el tio-abuelo del archiduque, el emperador Maximiliano II de Habsburgo, en 1566. Esta será la obra que aparece en la gran creación de Teniers, y no la otra. Curiosamente, la otra sería la mejor creación de las dos, la cual llegaría a cotizarse por muchos millones de euros cuando la adquirió la National Gallery. Pero eso, el realizar obras parecidas el mismo creador, será otra curiosidad del Arte, ya que nunca los artistas crearon, en sus duplicadas obras, lienzos iguales. Siempre habría alguna diferencia, algún añadido o alguna variación. El caso es que la que sería inmortalizada por Teniers en 1653, no pasaría a ser más que la otra versión que hoy guarda entre sus muros el Museo de Historia del Arte de la ciudad de Viena, aquella metrópoli austríaca desde la que los Habsburgo mantuvieran su anacrónico y debilitado Sacro germánico imperio.
(Óleo El archiduque Leopoldo Guillermo en su Galería de Pinturas, 1653, David Teniers el joven, Museo del Prado; Obra Diana y Calisto, 1559, de Tiziano, National Gallery, Londres; Cuadro Diana y Calisto, 1566, de Tiziano, Museo de Historia del Arte de Viena, Austria; Óleo La Crucifixión, 1622, de Jacob Jordaens; Óleo de Vermeer, Alegoría de la Fe, 1674, Metropolitan de Arte, Nueva York; Obra Tarde de domingo en la grande Jatte, 1886, Georges Seurat, Chicago, EEUU; Cuadro de Seurat, Las Modelos, 1887.)
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