Revista Sociedad
Felicidades.
A todos.
Los datos macroeconómicos mejoran.
Se destruye menos empleo, y los jóvenes se asoman a un futuro laboral nuevo, precario en derechos, abusivo en salarios y vergonzoso en los horarios.
Pero la macroeconomía se solaza autocomplaciente en un contexto que parece favorable, con una competitividad al alza.
El trabajador ha retrocedido treinta años en derechos laborales; pero el miedo amordaza conciencias y sentires. La calle se silencia con decretos que amenazan con multas y sanciones.
Un noticiario proclama que el Tesoro Público coloca la deuda a un interés mucho más bajo. Es algo bueno, qué duda cabe. Pero ha habido muchos padres de familia que no han podido encender la calefacción este invierno.
Lo sé. Lo he visto.
El mercado de acciones se recupera, pero mi amigo Juan Andrés se acaba de quedar sin trabajo, a sus 44 años. Su empresa, una multinacional poderosa, que cotiza en bolsa, gana mucho dinero. Pero menos.
Juan Andrés tiene seis hijas. La mayor me enseñaba hace poco su modesta colección de minerales y fósiles.
Tiene 16 años.
No tiene, sin embargo, acciones de la empresa de su padre. Unos fondos de inversión extranjeros, los verdaderos propietarios, exigen beneficios a los Consejeros Delegados. Son especuladores a los que no incumbe la tragedia que acompaña a un ERE.
Con 16 su padre y yo jugábamos al baloncesto en el patio del colegio, en Móstoles. Con el "moñi", el "gallufo", el "ramonet" y otros. Me duele mi amigo.
Me duele tanto.
El ministro de economía se muestra satisfecho. Mientras tanto, Guillermo, un ingeniero técnico, le tiene que pedir ayuda a sus padres para pagar el alquiler. Le da vergüenza tener que hacerlo, pero el sector servicios en el que trabaja se ha convertido en una selva inmisericorde para con la honestidad y el buen hacer. Cuesta cobrar un precio digno por un trabajo profesional y bien hecho.
A su alrededor, proliferan los buitres al olor de la carroña del negocio fácil. Ellos saben regatear, y no tienen pudor ni conciencia. Becarios desesperados por conseguir una oportunidad caen en sus pútridas redes. Es una realidad que todos conocemos, pero preferimos mirar a otro lado.
El Primer Ministro proclama ufano el fin de la crisis; pero un amigo, padre de una niña pequeña, no puede permitirse ni siquiera pagar la cuota mínima de autónomos. Gana 400 euros al mes malvendiendo su talento de humanista y sabio por unas migajas. Su hija toma leche en polvo y lleva pañales, que no son baratos.
Mis disculpas. No quise molestar. Todo va mejor, y la macroeconomía nos augura un futuro esplendoroso. Jamás lo puse en duda.
Lástima de este presente de mierda.
Antonio Carrillo