Una crisis mental se produce cuando los mecanismos de control internos del individuo entran en colapso. Es una reacción defensiva del cuerpo; se origina en sustratos irreales de la mente y puede llegar a afectar a todo el conjunto del cuerpo extendiéndose como una enredadera por los circuitos nerviosos hasta topar con la punta de las extremidades. Las crisis de pánico, por ejemplo, suelen venir acompañadas de entumecimiento y hormigueo en los dedos de las manos. Por su camino deja músculos engarrotados, dolores viscerales y disfunciones en los circuitos de sensibilidad somática, como los termorreguladores que ocasionan cambios bruscos en la temperatura corporal. Todo ello produce un rico ecosistema sintomático que, curiosamente, se ve afectado por factores socioculturales. Desde las clásicas histerias victorianas hasta las posmodernas crisis de ansiedad el repertorio abarca un sinnúmero de manifestaciones. Pero lo fundamental de una crisis mental no es lo que se ve, sino lo que permanece oculto en la psique del afectado. Se abren las puertas a rincones ocultos del subconsciente dando paso a nuestros instintos más primitivos. El miedo y el odio son sus más certeras dianas. Crean un vapor cálido y espeso que anula las capacidades de razonamiento. Se produce una masiva entrada de neurotransmisores en las redes neuronales que no hacen sino romper los finos hilos que nos conectan con la realidad. Una realidad que se impone con terca representatividad a nuestros sentidos, pero que puede ser interpretada desde diferentes niveles de conciencia. En estos casos el neocórtex que regula las funciones superiores cognitivas y controla la conducta se ve relegado por la cascada química proveniente del primitivo cerebro reptiliano. Un reptil tiene un repertorio conductual con escasos matices. Hace frío o hace calor, es un depredador o una presa, luchar o huir. La percepción del mundo se vuelve dualista. Una lucha fratricida entre el bien y el mal, entre el ser y el dejar de ser que tiene como campo de batalla el inconmensurable espacio vacío del inconsciente.
Una crisis mental no es reconocida por su padeciente hasta que no se produce una reacción física que la somatiza. Para llegar a ese punto el sufrimiento mental debe haberse desbordado en una multitud de estados alterados de conciencia. Cada uno de ellos forman parte de una estructura mental coherente que tiene como objetivo la protección y la supervivencia de la persona. Cuando uno de esos estados pierde la conectividad con el resto comienza a producir una serie de pensamientos tóxicos que acaban por hundir las defensas y represiones primarias rindiendo el neocórtex.
Las causas de una crisis mental son múltiples. Causas endógenas que derivan del mal funcionamiento del organismo o causas exógenas que provienen de la falta de adecuación del mundo exterior con la imagen que nos hemos creado del mismo. Puede provenir de un trauma instantáneo o de un caos que lentamente se ha ido apoderando de nuestra voluntad.
Todas estas variables confluyen en una misma consecuencia. La conciencia se vuelve rígida y un marasmo de pensamientos obsesivos se superponen al normal fluir de la conciencia. El objetivo es hacer desaparecer el malestar y para ello el cuerpo reacciona poniendo en marcha un amplio abanico de reacciones físicas.
Contra lo que se piensa, las crisis mentales son más comunes de lo que parece.