Revista Comunicación

La crucifixión de cada día, dánosla hoy

Publicado el 06 abril 2012 por Libretachatarra

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EL MOLINO Y LA CRUZ
data: http://www.imdb.com/title/tt1324055
Cada día, por cada hombre y mujer que sufren una injusticia, en cada acto infame de un ser humano en contra de otro, se repite el acto aquel de Palestina, hace dos milenios, cuando el Imperio crucificó a un pescador. El símbolo de la crucifixión ha sido tomado por Pieter Bruegel, el Viejo, para pintar un fresco de los Países Bajos en 1564, la piadosa población protestante que sufre los atropellos de los mercenarios del Rey español invasor. Cristo arrastrado a la cruz por los soldados de chaquetas rojas españoles. El molino en lo alto de una montaña, el refugio de Dios, el Hacedor que mira asqueado, en las alturas, los actos inmundos de su creación. En un cuadro con cientos de historias, Bruegel pintó su época, su región, su drama. Y esas historias atravesaron los siglos para desplegarse, como si estuvieran vivas aún, en el libro del crítico de arte Michael Francis Gibson y luego, en la versión cinematográfica de ese libro, dirigida por el polaco Lech Majewski.
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“El molino y la cruz” es un cuadro en movimiento. Una película sensorial, una obra de arte en múltiples capas. Avasalla desde la imagen, se impone desde el concepto. Majewski nos lleva a espiar sobre el hombro de Bruegel y descubrir cómo se concibe una obra maestra, cuáles son las claves de su obra “Camino al calvario”. Y, además, nos invita a pasar al interior de las casas de los habitantes de una aldea de mediados del siglo XVI, para conocer sus costumbres cotidianas, su despertar, su dormir, sus juegos, sus deseos, sus dudas personales, sus lujurias, las tragedias de sus vidas. Con mínimos diálogos, la secuencia del despertar del pueblo, es un maravilloso fresco de la vida privada de la antigüedad.
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La película no tiene una estructura tradicional. Apela a ganarnos desde la visión. Meterse en los ojos y enrollarse como un caramelo seductor de la mirada. Por eso, “El molino…” es un filme para ver en pantalla grande, con una muy buena calidad de proyección. No es una película para todo público. Tiene su tiempo, sus silencios, sus usos. Es más, por momentos ni intenta ser cine, a mitad de camino del documental y la plástica. En épocas que las imágenes parecen estar gastadas, “El molino…” inventa nuevas visiones. No es un logro menor.
Hay símbolos geométricos que se repiten en la imaginería del filme. La cruz se replica en las aspas del molino; la rueda del torturado, en la rueda del molino cuyo interior evoca las entrañas de un reloj, herramienta del tiempo.
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El tratamiento de la imagen merece destacarse. Los personajes apenas resaltan del fondo, figuras que se despegan levemente de sus orígenes del cuadro. Buceando en Internet, nos enteramos que para elaborar algunas de las escenas se han superpuesto entre 50 y 100 capas digitales, justificando la textura y calidad de los fondos proyectados. Vale tomarse el trabajo de prestar atención a la composición de cada una de las escenas y valorar, por el mero hecho del placer estético, la imagen por sí misma, independiente de la historia contada por detrás.
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En el elenco, se destacan los nombres de Rutger Hauer como Pieter Bruegel, Michael York como Nicolaes Jonghelinck, amigo y mecenas de Bruegel, y Charlotte Rampling como la Virgen María. Mañana, las mejores (de los escasos parlamentos) del filme.


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