Es muy difícil escribir sobre los sucesos del 1 de octubre y todo lo relativo al conflicto entre Catalunya y España sin molestar a alguien. Cuando las posturas se radicalizan tanto, ni siquiera el espectáculo del domingo consigue poner de acuerdo a quienes ya se han formado una opinión sobre lo que está pasando.
Yo intento explicar que la represión policial contra quienes querían votar en un referéndum ilegal según la legislación española sobrepasa la cuestión de la “afrenta secesionista”. Quizás os hayáis enterado de lo que está pasando en Murcia, donde decenas de miles de personas llevan protestando sin descanso desde hace tres semanas por las obras del AVE, que partirán la ciudad por la mitad. Allí la policía también está repartiendo palos de lo lindo, y dudo mucho que los murcianos sientan una especial simpatía por los independentistas catalanes; incluso dudo que estén planeando la secesión de la ciudad. Simplemente, se manifiestan contra una actuación que consideran que les perjudica. Puesto que nadie les ha tomado en cuenta a la hora de diseñar el proyecto urbanístico, la única vía que les queda para ser escuchados es echarse a la calle. Y el poder, como siempre que alguien decide pasar a la acción, por muy pacífico que sea en sus demandas, recurre a la represión. El monopolio de la fuerza lo llaman, cuyo único objetivo es intimidar e infundir miedo para que la gente se quede quietecita en sus casas.
La democracia española acumula un amplio historial de represiones policiales. Que pregunten a astilleros, a mineros y a cualquier movimiento ciudadano que haya salido a la calle a reivindicar sus derechos. El 15M fue un festival represivo, también en Catalunya, por supuesto. Nunca olvidaré la violencia exhibida por los Mossos d’Esquadra para desalojar la plaza Catalunya de Barcelona.
Pero con la cosa catalana todo se simplifica, de manera que ya no va de ciudadanía reivindicativa y represión policial, sino de golpistas y fuerzas del orden que defienden la legalidad constitucional. Catalanes secesionistas contra españoles. Estelada contra rojigualda. Y cuando el debate se sitúa en esos términos, se acabó el debate. Cada uno defiende a muerte su bandera.
Me sabe muy mal incomodar a gente que, aunque no conozco en persona, aprecio de verdad, y a otros que sí he tenido la suerte de conocer en persona después de habernos cruzado en las redes. Está todo tan intoxicado que cuesta mucho salvar las distancias geográficas para debatir con serenidad, escuchando al otro y tratando de entender sus razones. Y la verdad es que estos días echo de menos más que nunca el poder charlar con esas personas inteligentes a las que aprecio, mirándonos a los ojos.
El tema después de lo sucedido el domingo es el acoso que guardias civiles y agentes de la policía nacional están sufriendo en Catalunya como reacción a su actuación durante ese día. Si no ponemos la situación en contexto es imposible justificar esos “escraches”. Y estoy seguro de que de todos los efectivos desplazados a Catalunya una mayoría hace su trabajo con profesionalidad, de forma que comprendo que se sientan cohibidos por las protestas vecinales.
Ahora bien, no ayuda nada que las asociaciones policiales acudan a los medios de comunicación para denunciar la persecución a la que están siendo sometidos y asegurar que todas las fotografías y vídeos que circulan de sus excesos violentos son manipulaciones. Negar la evidencia, como hacen sistemáticamente los dirigentes del PP y buena parte de la prensa española, sólo consigue que la indignación aumente más. Si a mí me hubieran partido la cara y encima tuviera que escuchar que me lo he inventado, me cabrearía bastante.
En realidad, el conflicto con las fuerzas del orden es sólo un detalle más en este choque de trenes que no es tal, sino más bien el choque de un mercancías con tropecientos vagones contra un triciclo. Adivinad cuál es el gobierno español y cuál el catalán.
Lo del 1 de octubre fue sólo un aviso, no sé si los partidos independentistas se dan cuenta de ello. Ahora la sociedad catalana está indignada y dolida en una mayoría mucho mayor que la que acumula el independentismo. Hay muchos catalanes que se sienten españoles, muy españoles (conozco a unos cuantos, no es una simple generalización), a los que el domingo les sangraron los ojos por lo que vieron y que el martes estaban con toda la gente que se movilizó en protesta por la represión, no a favor de la independencia. Esto es muy importante tenerlo en cuenta.
Es como si a un vecino le entran a robar en casa, se la dejan vacía y además le agreden. ¿Cómo reacciona el resto de vecinos? Solidaridad inmediata, aunque en el día a día subas por las escaleras si ves que él espera al ascensor. Esa solidaridad no significa que a partir de entonces os vayáis a tomar cañas juntos.
Cada vez tengo más dudas sobre la capacidad intelectual de los dirigentes independentistas. De los del gobierno español no tengo ninguna. El PP, ese partido que apela a la legalidad después de haberse convertido en la principal organización criminal del estado, está integrado básicamente no por incapaces sino por caraduras cínicos. La derecha nunca pierde ni empata, tampoco gana: siempre vence por aplastamiento. Rajoy y sus secuaces no son estúpidos ni inútiles, por muchas chanzas que hagamos a su costa. Mientras los desgraciados que nos peleamos por ver quién tiene la bandera más grande nos reímos de ellos, ellos nos destrozan el futuro. En el otro lado, Puigdemont, Junqueras y el resto de iluminados que nos conducen al paraíso a cada día que pasa demuestran mayor incapacidad. Y ya no sé si es que no entienden qué nos estamos jugando o es que de verdad quieren convertirse en mártires y de paso meter en el paquete a otros cuantos.
Tras los mensajes del rey y de Puigdemont, hay una cosa clara, que incluso el menos espabilado de los analistas ha pillado: si el Parlament declara la independencia, al día siguiente, en el mejor de los casos Catalunya pierde la autonomía… y que se quede ahí la cosa, por favor.
Y sí, el estado español es autoritario, utiliza las leyes y la justicia a su conveniencia, Europa está escandalizada por el uso de la violencia, y todo lo que queráis, pero hay que ser realistas: Europa no va a intervenir en el conflicto y el gobierno español no va a negociar nada, porque para la España constitucionalista, esa España que defiende la Constitución a capa y espada sólo para lo que le conviene a las élites corruptas, el gobierno catalán se ha situado fuera de la ley, y con los delincuentes no se negocia. Esa es la cruda realidad. A ver si la aceptamos de una vez.
Es decir, o Puigdemont y los suyos claudican o que se atengan a las consecuencias. Insisto, lo de las legitimidades, las injusticias y todas esas mandangas tan bonitas pero tan ilusorias, aquí ya no pintan nada. Si el lunes el Parlament declara la independencia unilateral de Catalunya, a los cinco minutos Catalunya habrá perdido la autonomía y Puigdemont, Junqueras y quienes el gobierno español decida acabarán con sus huesos en la trena. Y todo con la ley en la mano.
Creo que el movimiento independentista ha estado flotando demasiado tiempo en una nube de irrealidad que no le ha dejado ver lo que había detrás. Sus líderes han demostrado ser unos irresponsables peligrosos, porque es de ser irresponsable, y peligroso para el pueblo, no ser consciente de a qué te enfrentas, no ser capaz de medir tus fuerzas y las consecuencias que tendrán tus actos. La otra posibilidad es que lo hayan hecho a conciencia, que aun sabiendo qué pasaría han decidido seguir adelante. También puede ser, hay gente que por salir en los libros de historia está dispuesta a destrozarse la vida. El problema es que no es sólo la suya la que van a destrozar.
La causa independentista no es la causa de los catalanes. Como mínimo la mitad de nosotros no estamos dispuestos a jugarnos la vida por defender la república catalana. Este proceso se ha hecho muy mal, dejando de lado a la mitad de la sociedad. Y sí, los independentistas han demostrado una organización y una capacidad de movilización, siempre cívica, admirables. Pero por muy justa y numerosa que consideren que es su causa no pueden pretender, como siguen haciendo, que es la causa de Catalunya. No. Catalunya es una sociedad muy diversa, con múltiples causas, todas legítimas, y con múltiples sentimientos, todos legítimos. Si la independencia se consigue algún día, no será de manera unilateral.
Sé que lo que digo no gustará a mis amigos independentistas, muchos de ellos instalados en la ilusión por construir un país mejor. A mí también me gustaría vivir en un país mejor. No creo, sin embargo, que la razón principal del proceso independentista en el que llevamos embarcados seis años sea construir una sociedad más justa, o al menos la idea que yo tengo de sociedad más justa. Da igual, la realidad es tozuda y los sueños de unos y otros poco importan ahora. Hay que ser pragmáticos.
El independentismo ha pecado de impaciencia. Por muy lejana que aparezca la posibilidad de cambiar la situación política en España, los atajos cuando enfrente tienes a la España intransigente, tan poderosa aún, no hacen más que agravar la situación. Y ahí estamos, en una situación muy grave que todavía puede empeorar, y que, desgraciadamente, por la tozudez de unos y otros, va a hacerlo.
El lunes el Parlament declarará la independencia de Catalunya, de una u otra forma. Se especula con que será una DUI en diferido, como el finiquito de Bárcenas, efectiva a los seis meses, con la esperanza (vana) de que en ese intervalo Rajoy & co. se avengan a negociar, empujados por la comunidad internacional. Puigdemont busca mediadores desesperado, pero es que, en serio, yo no soy político, ni analista, ni siquiera he conseguido que nadie me pague por estas parrafadas tan sesudas, Puigdemont no tiene nada, repito NADA, que ofrecer en una negociación con Rajoy, así que el gobierno español, que no podría tener agarrado más fuerte el mango de la sartén, no se va a sentar con “los secesionistas” ni a darse los buenos días.
Llegados a este punto sólo hay dos opciones: 1) el Govern renuncia a su plan independentista o 2) comienza el mambo, pero el de verdad, un mambo en el que la pareja de baile de Catalunya será una especie de Alien (¿recordáis al animalito?).
En el escenario primero es posible que el PP aflojara un poco la presión sobre el mango de la sartén y concediera alguna migaja en forma de mejora de la financiación o similar, pero claro, también implicaría la muerte política de todos los líderes del “procesismo” y probablemente no se librarían de la trena. En ese escenario la CUP se rebelaría y trataría de monopolizar la lucha en la calle, que la habría durante un tiempo, hasta que la mini revuelta fuera sofocada no por la Guardia Civil ni la Policía Nacional (que ya se habrían marchado), sino por los Mossos.
Sin duda, es el peor escenario para el independentismo: la traición de sus líderes. Y eso me preocupa porque nos conduce irremediablemente al escenario segundo, la declaración de independencia de consecuencias represivas fatales.
En ese escenario la revolución de las sonrisas se transformaría en la del llanto, no sólo de los independentistas, sino de todos los catalanes y la gran mayoría de los españoles. Y aquí, aunque lo más probable es que todo acabaría con la intervención de la autonomía (el artículo 155 o algún otro aún peor) y la represión de la contestación en la calle, se abriría una tercera posibilidad, que dependería del nivel de ensañamiento que demostrara el estado. Es una posibilidad remota, prácticamente imposible a tenor de la experiencia, pero la única mínimamente ilusionante: que la contestación se extendiera al resto de España, que se hiciera masiva y acabara provocando la caída del gobierno. Una revuelta en toda regla. Y ya sabemos que las revueltas, para que triunfen, implican sangre, sudor y lágrimas.
Se me olvidaba. Existe otra opción, la que conllevaría un menor coste para todos: que el PSOE presentara una moción de censura y se abriera una vía de negociación para reformar la Constitución, una reforma en la que se contemplara la posibilidad de consultar a los catalanes sobre su relación con España. Vamos, lo que sería un referéndum pactado. Casi se me olvida comentar esta posibilidad porque es la que menos opciones tiene de darse. El PSOE ha demostrado sobradamente su falta de voluntad para cambiar la situación política de este país. Ni siquiera ahora, cuando se está produciendo la mayor crisis desde la transición.
Ah, y aún habría una solución más: la celebración de un referéndum sobre la monarquía. Pero esta pertenece directamente al reino de la fantasía.
En resumen: lo tenemos crudo.
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