¿O tal vez sí?
De algún modo.
Leer otro par de capítulos de la novela y veréis hasta dónde puede llegar un grupo de exploradores hispanos siguiendo los pasos de una mujer creek.
La jequesa de los pantanos, señora nuestra y de los genios protectora
Caminábamos durante horas y horas bajo un sol inclemente más poco progresábamos y las noches se nos hacían eternas de puro espanto. Agrupados, amontonados, en simple duermevela, siempre al tanto de una serpiente, una araña, un mal bicho del tamaño que fuera; aquello era el reino de la ponzoña y la muerte espantosa, venenosa. Así que a lo más se daban cabezadas hasta que clareaba el día y de nuevo a caminar hacia el poniente ¿Cuántas vueltas y revueltas no daríamos en aquellas lagunas y pantanos? Hasta que al fin Guaupa se puso en cabeza de la larga fila y nos dijo que la siguiéramos o nunca saldríamos de aquella selva infecta.Tendríais que haber visto las caras que pusieron Aquiles y Basilio, los dos grandes exploradores de Incognita. Nuestra jequesa, a la media hora nadie le disentía ni disputaba el título, más que hablar gesticulaba, y todo lo sazonaba con palabras o frases en su lengua Cryk o en vasco y en romano. ¡Pero qué bien se le entendía!−Esta planta, buena, comer. Este fruto, bueno, comer. −Y cómo iba la primera toda la fila la íbamos imitando, y cuando llegamos a terreno despejado y la orilla del río rojo ya todos hablábamos y gesticulábamos como ella.Teodoro y sus judíos eran alumnos muy aplicados pero más que ninguno el Peio, el cabezón vasco que tenia de marido. (¿Se casaron? ¡Yo qué sé, Jacobo! Haces unas preguntas. Hicieron algo, una ceremonia, los dos a la par levantando las manos al sol y después tomaron tierra del suelo y se la pasaron de mano en mano el uno al otro; para ellos valdría con eso. Total, no eran cristianos; así que recibirían las bendiciones de los genios de los ríos y los bosques. ¿Yo qué sé? ¡Qué pareja hacían los dos! Cómo les echamos de menos) Apenas comenzamos a subir orilla arriba del río rojo ya vislumbramos los primeros poblados y sus grandes huertos; estábamos agotados, física y moralmente deshechos; y así nos pasó lo que nos pasó. Pero mejor que os lo cuente Jacobo, que es más campechano y buen cristiano.Eso es, fío, déjame a mí y tú sigue cavando.Salió todo el poblado a recibirnos, los adultos eran tan numerosos como nosotros, y luego docenas y docenas de críos de todos los tamaños. Guaupa, nuestra jequesa, hizo las presentaciones. ¡Sí! éramos las gentes de los barcos. ¡No! barcos volaron; somos ahora un pueblo más, hermanos de la tierra y el sol; buscamos sitio donde poder procrear y quedarnos. Nosotros amigos de los pueblos del gran río rojo.Guaupa se había criado y crecido con las tribus del gran rio magno y sus pantanos y estos otros pueblos eran algo así como primos o parientes lejanos. Llegaron a un rápido entendimiento y los jefes del poblado, los aldeanos todos, nos llevaron a una despejada pradera a tiro de arco de su poblado para que montásemos nuestro campamento. ¿Nuestras necesidades primeras? Llenar la barriga (hacer círculos con la mano derecha sobre el vientre. ¡Teníamos un hambre que ni veíamos por donde pisábamos!) Teodoro regaló a los jefes cuatro cacharros de madera y alguna prenda de tela y pusieron los ojos como platos, pero tras lo que se les iba la mirada eran nuestros fierros. Nos mostraban con orgullo sus jabalinas con punta de hueso, muy ufanos.−Eso, bueno para pescar en el río. Les gritaron los valdeones, desafiando, los doce que por entonces aún quedaban; y con sus largos chuzos de más de diez codos de largo se pusieron, ni cortos ni perezosos, a hacerles un ataque simulado.Con Teodoro habían estado horas y horas desde que a Incognita llegamos ensayando tácticas de ataque y defensa que el jefe llamaba de los espartanos (¿Esos qué eran? ¿También vascos? Pregunto. No, bueno, vale, continúo de relatación) los aldeanos aullaban como lobos en noche de luna llena a la vez que intentaban romper la formación. Si tendrían güevos los tíos que con todo lo que habíamos andado y se tiraron una hora larga de juegos con ellos.−Las puntas para adentro, no vayamos a herir mortalmente a alguno, que venimos de nuevos. Pero varear les vareamos.Repartieron palos a diestro y siniestro hasta quedar todos bien contentos. Ya bien vareados y aireados como lana de merino los aldeanos se retiraron a su poblado. Nosotros estábamos deshechos pero antes de que llegara la noche Teodoro ordenó ir a buscar leña y preparar grandes fuegos.− ¿Qué vamos a cenar jefe? ¿Humo? Le decía yo. Una gran sorpresa nos aguardaba.Con las últimas luces del sol poniente vimos a los aldeanos que venían hacia nosotros como de romería, con Guaupa al frente. Era una auténtica jequesa. La jequesa de los nautas le decía Basilio. Los hombres que habían atravesado el mar inmenso para venir a conocer y amar a los nativos de Incognita les estaban esperando. Guaupos estábamos por llamarles a todos al poco. La habían vestido y pintado como a una reina, nuestra señora de los pantanos, el cabello lleno de plumas de pavo y cinturones de serpiente y no sé cuántas cosas más; increíblemente bella (¿Te acuerdas que mamas tenía la moza? Caya, gocho, y sigue contando. Vale, pues tú sigue picando) Estábamos todos sentados rodeando los fuegos y los aldeanos fueron llegando hasta nosotros portando grandes cestos con pescados del río, dulces frutos y gran cantidad de cereales.− ¡Maisses! ¡Pedir maisses! Nos gritaba el Peio con aquel vozarrón que se escucharía hasta en el infierno. Y todos: ¡maisses! ¡maisses! Hacían más ruido los crujidos de nuestros vientres que los troncos que estaban ardiendo.Los aldeanos se habían engalanado con sus mejores pieles y plumas y las mujeres (bueno, perdona, pero es que las mujeres eran bellísimas. ¿Te acuerdas, no? Y también eran guapos los paisanos; tú sigue que estoy picando y me da la risa) nos cebaron a base de bien; aquello parecía el milagro de los panes y los peces. Venga cestas y cestas con alimentos; cuando estábamos todos que brincábamos de alegría y contento Teodoro nos llamó a curia y todos hicimos corro alrededor de su gran fuego; con un gesto nos hizo sentarnos de nuevo. Tenía a su lado a los jefes de esta aldea y cuatro más que habían venido a la carrera al enterarse de nuestra llegada, todos ellos bien emplumados y jacarandosos. Alzando apenas la voz nos dijo que íbamos a proceder a una ceremonia de hermanamiento con las tribus del río.
Todos hermanos (gesto amplio con la mano portando una pluma de águila) y con otro gesto de su jefe los aldeanos comenzaron a pasar junto a nosotros con unos cestos que contenían unos extraños hongos; para que los comiéramos. Entraron entonces en acción nuestra jequesa ¡Guaupa! le gritábamos, y el Peio; bordeando el gran fuego fueron relatando a los presentes nuestras venturas y desventuras con frases cortas y muchos gestos. Estábamos codo con codo con los naturales del país y los chavales triscaban de aquí para allá, corriendo por entre los fuegos y nosotros mismos; y nos comimos los hongos como si fueran golosinas. En esto que Peio, que ya había olisqueado y catado los hongos antes que nosotros, se dispuso a hermanarnos por completo. Por gestos, porque no había ni hay quien entienda el euskera, nos explicó que su esposa era la Gran Bruja Roja, de los pantanos y ríos señora y dueña. Alguien de la aldea, un jefe supongo, la había regalado un tambor y ella se puso a danzar y gesticular llamando a genios y espíritus de los ancestros, los ríos, las estrellas. ¡Vaya ancas! ¡Vaya muslos tenía! (Calla, verraco, y sigue contando o te pongo a escarbar)
−Arriba (círculos con ambas manos) Gran Manitu. −Nos contaba el Peio. Aquí, hermanitu, (círculos sobre su torso) Todos, todos, (círculos sobre los reunidos) hermanitus. Y empezamos a darnos abrazos y besos los unos a los otros. −Guaupa, gran bruja roja, traer para todos bendiciones de los ancestros nuestros y vuestros. Buena unión, gran pueblo.La jequesa bailaba alrededor del fuego y tocaba el tambor de piel con una cadencia lenta, todos la íbamos siguiendo con la cabeza y muchos españoles dando palmadas; especialmente los gaditanos, −ya no eran morucos de mierda−, y cantaban a grandes voces. Fue un embrujo inmenso (¿Cómo lo hizo? Fueron los hongos; no te enredes y sigue, Jacobo) el Peio estaba inmenso y con las manos nos guiaba los movimientos de cabezas y cuerpos siguiendo el ritmo del tambor. Todavía estábamos sentados en el suelo y aplaudiendo, y entonces el Peio se acercó a un cesto y renovó su ración de hongos maléficos.− ¡Comer! ¡Comer todos! −Y todos comiendo como bobos, como si fueran zarzamoras o brunos aquellos hongos de los pantanos. −Gran Manitu decir, con los dos carrillos llenos y hablaba, que nosotros (¡Círculos! ¡Círculos para todos!) ahora gran pueblo. Unidos iremos y no dejaremos un cherosky vivo; todos muertos, todos matados, mataremos a los pintados. Después, nuestro pueblo será tan numeroso como las estrellas del firmamento (Círculos con las manos al cielo; y a todos se nos marchó el santo con ellos, ¡Uff!)Me parece que fueron Eutiquimio y Plinio, que habían intimado bastante en los pantanos, los que empezaron el festejo, bailando a lo griego. Al poco estábamos todos haciendo corros, uno delante de otro, con la mano derecha bajo los güevos y la izquierda al tiento del que tuviera delante. ¡Cómo aullaríamos los españoles que se asustaron hasta los aldeanos más viejos! y salieron a la carrera con los pequeños de vuelta al pueblo. Jesús, ¡qué despropósito! nos estábamos calentando a base de bien. Más hongos, que no se acababa lo que había en los cestos. ¡Al corro! ¡Al corro! les gritábamos a los aldeanos; y se fueron animando. Ellos, que eran tan parcos en todo y apenas cataban los hongos del demonio, al ver que sus mujeres e hijas, a una orden de Guaupa, se llenaban los carrillos y tragaban como locas, se nos unieron al convite. ¡Vaya festejo! Siete años habrán pasado ya y de seguro que aún se acuerdan.Escenas del Apocalipsis de Beato son mis recuerdos de lo sucedido después. Saltábamos como sapos los unos sobre los otros, hacíamos el burro todos, algunos caminaban sobre las brasas de las hogueras y sin quemarse, los más fornicaban o se empalaban los unos a los otros. Aquello no fue cosa que moro, judío o cristiano hubiera podido concebir. ¡Vaya ayuntamientos! Parecía que tuviésemos el vigor de los caballos o los toros y apenas culminar uno ya te ibas a buscar otro bulto para el siguiente ayuntamiento. No hubo ser de carne y hueso en aquella pradera que se librara de ser perforado, y varias veces (No me mires y sigue picando, Pelayo, que me estoy acordando ahora de lo que me hiciste y estoy por abrirte el cráneo, cabronazo)No, aquello no fue cosa de buen cristiano ¡Dios bien lo sabe! y nos perdone algún día. No sé, recuerdo como si por entre nosotros pasaran de vez en cuando unas filas de monjes de blancos hábitos y gran capucha y nos demandaran templanza, que paráramos aquella fornicación inmensa; no sé, pareciera que en vez de uno fuéramos unos cuantos los que empujaran; y empujamos, empujamos y perforamos. Que Dios nos perdone aquella noche aciaga de nuestro bautismo como nativos de Incognita. (Me estuvieron doliendo el culo y los güevos una semana por lo menos. Aquello no tiene perdón de Dios; no, no lo tiene)Anda, déjalo ya, el relatamiento, ¡eres más bestia Jacobo!, ya te he dicho mil veces que nunca debiste dejar las brañas y tus cerdos. Sigue tú picando y lo les iré contando a los descendientes cómo fueron las jornadas siguientes. O mejor sigue tú, Saúl, que tienes buena memoria y grandes recuerdos de entonces.Salomé, mi reina de las praderas
Como bien dice Jacobo, tras unos días de franco hermanamiento con las tribus del río. ¡Oye, es que fue con todas! Se debió correr la voz y poblado que llegábamos a repetir la ceremonia al caer la noche; aunque es verdad que la primera fue algo fuera de toda razón, más parecíamos alguna suerte de bestias empaladoras. También es que llevábamos un año que era más fácil ver una cierva que una mujer; hasta que llegó Guaupa. Cuántos retoños del rey David no dejaríamos mis dos hermanos y yo en aquella rivera roja. Fuimos progresando río arriba, en nuestras cabezas aún resonaban los vientos espantosos y en nuestros corazones el pavor de las olas semejantes a las que levantó Moisés para tragarse a los soldados de Faraón, malvados. Pero, nosotros, ¿qué mal habíamos hecho en Incognita? ¿Matar algunos ciervos para alimentarnos? ¿Plantar rábanos y berzas? En al menos un año no había habido ayuntamiento alguno ni con mujeres ni con bestias. (No sé yo si los griegos…, pero eran tan susceptibles que nunca pregunté) Todos procurábamos continuar de algún modo las sagradas tradiciones; no había corderos con los cuales pudieran los musulmanes hacer la Fiesta del Sacrificio ni teníamos nosotros hojas de palmera para nuestra Fiesta de los Tabernáculos, así que pedimos permiso a Teodoro para adelantarnos al menos una legua y caminar los tres judíos solos. Nos tintamos como penitencia con sangre de ciervo y nos cubrimos con las cenizas de la hoguera.Caminábamos de avanzada, muchos pasos por delante de vosotros y todos los demás, ¡nos respetaba! El romano nos respetaba, ¡gochos! que al dulce Jeshuá hacéis gran falta. (Vale, somos gorrinos, y escarbamos sin falta; tú sigue contando) Y entonces, al llegar al alto de un montecito, les vimos; la primera gran tribu de las praderas. Caminaban como nosotros, en larga hilera, y sus exploradores dieron la alarma nada más vernos. Llegaron corriendo como zorros y tras dar tres vueltas alrededor nuestro y vernos tintados de sangre y cubiertos de ceniza y sin armas creyeron que éramos shamanes.Aullaron a los suyos, que dieron la vuelta, y se nos vino toda la tribu encima. Estábamos los tres sentados en el suelo, tan solo mi hermano David llevaba consigo un pequeño puñal de hierro en los costados escondido. A esperar; estábamos en un altozano y la fila de los hispanos no se divisaba.−Gran jefe de los perros de la pradera, gran pueblo Guichita, os saluda, shamanes. ¿Beneficios? ¿Bendiciones? ¿Intercambio?Nada teníamos, nuestros hatillos de herramientas, íbamos con el culo al aire, tan solo unas cuantas ramas de algún árbol para que nos diera sombra, y entonces mi hermano Daniel, el pequeño, se levantó y comenzó a hablarles. Y de esta guisa les relató:−Todos hermanos, Dios Yahvé, Gran Manitu del cielo y padre de todos, todos, todos hermanitus, (Era un portento en el lenguaje de los gestos. Cuánto le habré llorado desde que nos falta) Cantamos, cantamos a la paz, a la paz y el amor. −Y a un gesto suyo los tres comenzamos a cantar y danzar una salmodia como nos habían enseñado los abuelos en la bella Lisboa. Parecía por segundos que estábamos entrando en la propia Jerusalén, camino del Templo. Los perros del desierto, ¡eran leones de las montañas de puro fieros! quedaron encantados con nuestra danza y cántico del Simjat.−Shamanes buenos, shamanes hermanitus, todos hijos del Gran Manitu. Pedimos bendición, una gran hambre mata nuestro pueblo, terrible encantamiento se ha llevado lejos, muy lejos, el espíritu del gran Bisón. Lejos, muy lejos, han viajado los espíritus de nuestros cazadores y no encontrar nuestro alimento. Bisón se escondió o muerto.Y entonces mi hermano David, que tenía una sombra que debía llegar hasta las murallas de Jericó, les pilló la jugada al vuelo. Imitando a Guaupa, que no acababa de llegar con todos vosotros, les hizo la invocación.− ¡Y por Abraham, Moisés, y Salomón! −Hacía gestos con las manos, invocaba a nuestro Dios de los hebreos, a todos los genios de que habíamos oído hablar (nosotros, que no éramos más que unos ignorantes plateros) y a sus ancestros. Pronto llegaría una tribu con la que los perros guichitas harían un gran pueblo. Buscar juntos al gran Bisón y nunca, nunca, faltar alimento. Y con una rama en cada mano les fue bendiciendo. Seremos tan numerosos como las estrellas del firmamento, como las arenas del gran Río Rojo, como los perrillos del desierto, y el mundo entero estará algún día bajo nuestros talones y pidiéndonos de comer. Podremos pisar las cabezas de nuestros enemigos y echar sus corazones al fuego.Estábamos todos embelesados con David y su relatamiento.Y entonces la vi, y ella me miró, y sentí como un dardo de fuego en el costado izquierdo. Y supe que la amaba, que la amaba ya antes que Adán hubiera comido los frutos del Jardín (Sí, ¡que sí Saúl! que vale, que era muy bella; no nos calientes otra vez) Sigo contando. Mi rostro ardía como el de Moisés al bajar del Sinaí (que me perdone si no estoy en lo cierto) Nuestro gran rey Salomón mejor supo contarlo y cantarlo al ver llegar a la reina de Saba; pero yo no tenía palabras. Mi pecho ardía, mi cabeza fulguraba, mis dedos se hacían huéspedes y como las patas de una araña se articulaban para realizar mil joyas fabulosas con que adornarla. ¡La amaba! ¡Una simple mirada! ¡Mi Señor Yahvé! La amaba. Comería hormigas y me arrastraría por las praderas para seguirla, si ella lo deseaba. Y ella también sintió algo similar a la primera mirada, que jornadas más tarde, en el lecho de nuestro tabernáculo me lo relató. Toda la tribu de los perros, y sabios, de las praderas teníamos delante; nosotros tres prácticamente hocicando en el suelo, ¡y el hechizo de David surtió efecto! Al altozano fueron llegando por el viento y los genios favorables los toques de tambor de Guaupa y los sones de la gaita de Aquilano. Todos quietos, rodeándonos, nosotros esperando el degüello, era también la Fiesta del Sacrificio de los musulmanes que coincidió aquel año con la nuestra del Tabernáculo, los tres preparados para el golpe mortal y hasta nosotros llegaban los sones de la gaita céltica y los toques de tambor de Guaupa, los tres allí, humillados, ofreciendo el cuello para el degüello. Orando a José, Isaías, Jeremías, Elías y todos los demás profetas. Y escuchábamos la gaita de Aquilano y el tambor de bruja de Guaupa, que tantos disfrutes vanos nos había procurado, cada vez más cercano. Nos miramos, con la cabeza gacha, los tres: o muertos ya mismo o levantamos un templo en estas praderas que a Herodes y sus descendientes haga reventar de pura envidia.Yo levanté la cabeza, la mirada, el cuerpo entero, el santo como dice Jacobo, se me iba tras ella; Salomé, Salomé sentí que iba a llamarla, le pondría mi alma entera en bandeja a su padre el jefe de los guichitas. Y me levanté. Escuchaba la gaita claramente a lo lejos y observaba a mi amada; mis hermanos postrados a los pies de su padre, el gran jefe de los perros de la pradera. ¡No es que me ardiera el cuerpo por la asoleadura! Es que me ardía el alma. La amaba. Tenía que conseguirla como fuera. Dios Bendito, perdona nuestras miserables existencias, ten indulgencia con lo que soltamos con la voz callada (Le hubiera dado una patada en ese momento al Aquilano que habría llegado volando hasta nosotros) Fue verla y ni por Adán, Salomón, el rey David, me cambiara. Y sonaba la gaita. Y abriendo los brazos y extendiendo las palmas al cielo comencé a gritar como un poseso:− ¡Ya llegan! ¡Ya llega la nueva tribu de Incognita! Cantaba y giraba y bramaba en todas las lenguas de las que tenía noticia.Poco a poco, ¡teníais una pachorra aquel día! fuisteis llegando en larga hilera hasta el pie del altozano; según iban viendo aparecer nuestros hierros y pendones, las melenas rubias o morenas bajo los rojos bonetes, las ropas de tela, la mirada franca y chula de los hispanos subiendo la cuesta (De perdidos al río, cojones) Una nueva tribu de la que nunca habían tenido noticia, hombres con barba pues casi ninguno se afeitaba como nosotros, gente extraña, (¿Qué llevaríamos entonces con nosotros? ¿Ocho, diez mujeres? Cuatro viudas y cinco chavalas; Teodoro enseguida nos había leído el Nuevo Testamento de Terra Incognita: si algo nos libraría del degüello serían los jureles, ¡perdona, corazón! los descendientes) Se llegó hasta el jefe guichita y le abrazó como si le conociera de toda la vida.
Y fue aquel día y sucesivos fiesta tan grande como no se conoció desde que Salomón conoció a la Reina de Saba. Tres días y sus noches rondándola, haciendo de gran shamán con la chavalería, lo justo para quitarme la roña lavándome cuarenta veces en el río, yo y todas mis pertenencias, pues buena era Salomé para la limpieza. Jamás conocí mujer más limpia, nunca fui capaz de pronunciar su nombre de soltera y la desposé por Yahvé, Manitu, y cuantos hubiera o hubiese presentes, fueran o no hermanitus. Teodoro hizo, (¿cómo le decís vosotros? ¡Ah, sí!) de padrino mío y le regaló al gran jefe uno de sus chuzos. Y la amé, la amé con cada fibra de mi ser, y si hay un lugar, al otro lado del río, donde puedan reposar los bendecidos del don del Amor, como decía mi hermano David, que nunca lo conoció, allí me estará esperando, incólume y perfecta, tal y como la conocí, conocí a la mujer, regalo de Dios. Que nunca nació mujer en el pueblo hebreo más perfecta y llena de dones y que su vida y su sangre y su alma, como dicen estos cristianos de boquilla, ignorantes de la Auténtica Ley, que tanto amase y buscase incansable mi bien. ¡Yahvé! Llévame pronto a su lado.−Como no te pongas ahora mismo a picar te aseguro que te mando yo de una puñada a la vida eterna. Déjalo, anda, que lo tuyo no es relatar. Yo seguiré.−Ahmed, bien sabes cómo te aprecio y no era mi deseo molestaros a ninguno.−Sí, sí. Ya lo sabemos todos; pero te pones de un melancólico que no hay quien te aguante. (Joder con el perro éste; si ya lleva cuatro mujeres a cuestas desde aquella que se le murió a las pocas jornadas. A todas les irá con el cuento de Salomón y la negra de Saba)Repetimos tres noches seguidas lo del hermanamiento con los guichitas, pero sin los honguitos, que en aquella tierra ya no se daban. Pero de algún sitio sacó la puta bruja de Guaupa unos hongos diferentes, de la orilla del río, el Profeta sabrá, y nos montó una ceremonia de las suyas. Todos en los fuegos y ella tocando el tambor, de algún modo les imponía un respeto tremendo a los guichitas, era un temor reverencial el que les infundía con una simple mirada; y luego tenía aquel cuerpo de sultana que apenas se cubría. Porque siempre llevaba a dos pasos al camello del Peio, que nos sacaba a todos la cabeza, y sus dos grandes hachas, que si no, alguna vez… Bueno, pero continuamos con el relato.