Entre las cosas que la gente no tiene ganas de escuchar, que no quiere ver, cuando en realidad se despliegan ante sus ojos, están las siguientes: que todos los perfeccionamientos técnicos que les han simplificado la vida tanto que ya casi no queda nada vivo, fomentan algo que ya no es una civilización, que la barbarie surge, como algo natural, de esta vida simplificada, mecanizada, sin espíritu, y que, de todos los resultados terribles de esta experiencia de deshumanización a la que se han prestado de buen grado, el más aterrador es el de su descendencia, ya que éste es el que, en resumidas cuentas, ratifica todos los demás. Por ello, cuando el ciudadano-ecologista pretende plantear la cuestión más molesta preguntando: ‘¿Qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos?’, evita plantear esta otra pregunta, realmente inquietante: ‘¿A que hijos vamos a dejar el mundo?’
Jaime Semprun, ensayista fracés, en ‘El abismo se repuebla’